viernes, 12 de octubre de 2007

Te quiero ver con una tía

Lo que hay que hacer por dinero. Tuve que dejar mi bonita ciudad natal por
dinero unos meses. Fui a un país escandinavo, estuve haciendo un trabajo de
ingeniería bien remunerado. Y con lo suficiente para pagar medio piso me
volví.

A la vuelta, mi novia y yo vivimos una luna de miel. No nos casamos. No
creemos en el matrimonio. La fiebre de estar tanto tiempo sin vernos nos
tuvo dos semanas sin salir de casa, pidiendo comida por teléfono por una vez
que tengo al cartera llena... y gozando de nuestros cuerpos.

Ella tiene 26 años, se llama Elena. Sus ojos son muy expresivos, redondos y de largas pestañas, color verdoso y gracia natural. Su pelito corto rubio adorna muy bien su bonito rostro de pómulos hinchados y brillantes que a veces se sonrojan. Es bajita y tiene un par de kilos de más. No muchos, sólo los necesarios para hacer su culo más apetecible de lo que sería estando
completamente delgada. Yo estoy ya en los 30, empiezo a perder pelo y a
dejarme crecer la barriga, miro a las jovencitas por la calle, me rasco los
cojones cuando me paro en un paso de cebra y cuando alguien me mira por la
calle, escupo.

De nuevo en casa, no quise buscar trabajo presto. Preferí tomármelo con
calma y encontrar algo que se ajustara a mi voluntad: mucho cobrar, poco
laborar... puestos a pedir. Mientras ojeaba los periódicos en busca del
trabajo de mi vida, mi novia salía de 9 a 14 a su trabajo en una conocida
cadena de ropa.

Una mañana, bicheando el periódico, vi los anuncios porno. Casada griego 30
euros, sudamericana francés completo 45 euros, Marta veinteañera
universitaria griego francés natural 120 euros. ¿Francés natural? ¿Qué coño
es eso? Cogí el teléfono, marqué ese numero y esperé. Al tercer tono, una
dulce voz femenina me saludó:

- Hola...

- Hola –dije-. ¿Eres Marta?

- Si, ¿con quién hablo?

- Soy un tío. He visto tu anuncio en el periódico. Me preguntaba qué es
exactamente un francés natural.

- ¿Me llamas para eso?

- Bueno...

- Sin condón –dijo ella-. Un natural es sin condón.

- ¡La hostia! ¿Y cobras 120 euros por chuparla sin condón?

- No. 120 por el completo. La mamada sin condón sola son 40 euros.

- Dame tu dirección, voy para allá.

Aparqué delante del portal que me había indicado Marta. Llamé al timbre y
subí. Me abrió la puerta una mujer de unos trenta y cinco (“venteañera
universitaria”). Me senté en el sofá. Me bajé la bragueta y desenfundé el
martillo. Hizo su trabajo y le pagué.

Vuelta a casa, encontré que Elena había vuelto antes. Le dije que había
estado en una entrevista de trabajo, pero era una falsa alarma. Le abracé y
besé el cuello. Bajé mis manos de su espalda a su culo. Levanté la falda y
sin miramientos le metí el dedo corazón por el recto. Ella dio un respingo y
emitió un gemido de dolor. Instantáneamente se me puso dura. Me bajé la
bragueta y desenfundé de nuevo el martillo. Ella bajó sus manos y lo cogió.
Le besé el cuello y seguí jugando con su ojete y mi dedo. Ella miraba al
techo. Eché un vistazo a mi polla: estaba llena de pintalabios de la otra.

- Oye, quiero que me la comas con los ojos tapados, ¿vale? –le dije.

Ella se mordió un labio y sacó de su bolsillo un pañuelo largo de tela que
casualmente llevaba allí. Le tapé los ojos con este y la hice arrodillarse.
Hundí mi verga en su húmeda cavidad bucal y la dejé trabajar con delicadeza.
Ella deslizaba su lengua bajo mi polla, limpiando sin saberlo los restos de
carmín de la puta que había visitado hacía apenas una hora y luego se la
metía hasta el fondo de la garganta mientras yo gemía. Pasado un rato, con
calma e impersonalidad, sin hacer el menor ruido, dejé caer mis gotitas en
su boca.

Ella se fue corriendo al baño a escupir, y yo aproveché para subirme de
nuevo el pantalón y encender la tele. Cuando volvió con una sonrisa en los
labios, antes de que pudiera decir nada le pregunté:

- ¿Qué hay de comer?

Y ella se fue a la cocina.

Yo no soy así. Bueno, si. No y si. Yo soy vago por naturaleza. Si puedo
sacar provecho de una situación, así hago. Sin embargo, este concreto caso
se debe a un jueguecito que tenemos como pareja. Es algo estacional. A veces ella es mi esclava durante unos meses y luego durante los siguientes soy yo y a veces ninguno lo es del otro. Es una especie de acuerdo tácito al que llegamos y del que los dos disfrutamos y que mola tanto que no hace falta
estar follando para excitarse, pues sabes que tu novia te está haciendo unos
macarrones con tomate y atún sólo por amor a tu polla... y eso, amigos míos,
a mi me pone.

Al día siguiente llamé a la sudamericana.

- Aló –dijo en tono incómodo y sensual.

- Hola –dije.

- Hola, papi.

- Oye, cuando pones aquí en tu anuncio “sudamericana”, ¿qué quieres decir:
una bonita colombiana de piel oscura, pelo rubio y metro ochenta?

- Papi, yo puedo hacerte gozar lo que nunca gozaste.

- Vale, dame la dirección.

Aparqué cerca y subí. Me abrió la puerta una sudamericana de pómulos anchos, nariz abierta y piel aceitunada. No era el prototipo de bellezón, pero lo contrarrestaba con una sonrisa afable. Nada más verla supe que era el tipo
de puta a la que puedes contarle tus problemas y hasta te haría un café. Me
hizo pasar a un salón donde había otra sudamericana más. Me senté entre las
dos hembras y las rodeé con mis brazos. Enseñé 100 euros. Ellas me
desabrocharon la bragueta e hicieron todo el trabajo con amor y dedicación.

Corté el ritmo en adelante. No quería fundirme todo lo que había ganado en
el norte a toda velocidad y además nunca antes había ido de putas, por lo
que en parte me corroía un sentimiento de culpa.

Sin embargo, la experiencia con dos mujeres me había traumatizado. De un
modo positivo, entiéndase, pero me cambió un chip en el cerebro. El modo en
que ellas separaban sus lenguas de mi polla y las juntaban entre si, como se
acariciaban sus pechos y se daban placer la una a la otra con tamaña
dulzura, me obsesionó. Cuando follaba a Elena, no podía más que imaginármela comiéndose un coño, besando a otra mujer, lamiéndole la oreja y la raja del culo.

Un día, se lo propuse. Estábamos en la cama. Ella aún tenía mis gotas de
semen ente las tetas. Le brillaban los ojos en la oscuridad y de rozarle la
pierna con la polla, se me estaba poniendo tiesa de nuevo.

- ¿Sabes qué me gustaría? –le pregunté.

- ¿Qué?

- Verte con una teta en la boca. Me obsesiona eso. Por las mañanas, cuando
vas a trabajar, siempre me la pelo imaginándote así.

- ¿Te la pelas imaginándote que me meto una teta en la boca? –preguntó ella
sarcástica. Se llevó la mano a una teta y la levantó, bajó la barbilla y
sacó la lengua.

- No. Una teta tuya no...

- Ah –dijo ella muy seria-. Es eso. Todos los tíos pensáis igual.

- Por eso está claro que si en el mundo hay guerras, es por culpa de las
mujeres. Nosotros nos entendemos a la perfección.

Me dio la espalda y se durmió. Y yo me quedé con mi polla dura, mirando el
techo, viendo como el gotelé tomaba forma de dos mujeres amándose.

Olvidé el asunto. Encontré un trabajo en una planta química y organicé mi
vida en la monotonía. En unos meses iba a cumplir treinta años. Mi madre me
llamaba todas las semanas para preguntarme cuando le iba a dar nietos, mi
suegro me consiguió asientos de lujo en el estadio del equipo local, dejé de
emborracharme todas las noches y hasta me di de baja de la playboy. Me
estaba convirtiendo en un carroza y eso me gustaba. Era un carroza al que
los trajes de chaqueta le quedaban de puta madre y mi barbilla de tío duro
volvía locas a mis compañeras.

Una semana antes de cumplir los treinta, volví a casa destrozado y al abrir
la puerta encontré a mis amigos gritándome “Sorpresa”. Hay que joderse. Esta claro que una sorpresa que te hagan la fiesta de tu cumpleaños una semana antes. Le pregunté a Elena y me dijo que ya me explicaría. La fiesta acabó cuando vino la policía por tercera vez. Amanecí dormido en mitad del salón, con dos amigos míos a mi derecha y Elena a la izquierda. Todos en el suelo, todos semidesnudos, sobretodo ella.

No recuerdo nada, pero para evitar confusiones, aviso que no pasó nada. Pero pasaría. Eché a mis amigos de casa y me fui a la cama. A la tarde, Elena me despertó dando saltos en la cama.

- ¡Tengo una sorpresa! El día de tu cumple nos vamos a Sevilla.

Pues vaya sorpresa. He visto Sevilla doscientas veces. Aún así, sonreí y la
besé.

No me desveló sus planes hasta justo 5 minutos antes de salir para Sevilla,
siete días después. Estaba esperándola en el salón, con mi chándal del Real
Madrid, mis calcetines blancos a la vista y sin afeitar. Ella tardaba mucho
en salir. Encendí la tele y puse algo de deportes. Estuve un rato gritando,
insultando a un árbitro y echándome una lata de cerveza encima, hasta que
ella salió del baño. Primero escuché sus tacones acercarse. Cruzó el umbral
de salón. Estaba despampanante: una falda negra por las rodillas y una
camiseta corta del mismo color, levemente holgada que dejaba ver su precioso canalillo. Los labios perfectamente pintados, carnosos y rodeados de la cara más bonita del mundo.

- Joder, tía. Estas para comerte...

- ¿De veras lo crees?

Asentí tragando saliva.

- Pues es estupendo –dijo ella-, porque a eso vamos.

Puse cara de no entender.

- He quedado –dijo- con una sevillana para que me coma el coño y yo a ella.
Sé que esa es tu fantasía. Y por ser tu cumpleaños y por haber viajado tan
lejos para pagar nuestro piso, quiero compensarte con este regalo.

Me empalmé. Me empalmé. Me empalmé. Me empalmé. Me empalmé cien veces empalmado. Con la polla como un mástil. No, como dos mil mástiles. Si mi polla hubiera estado en Londres, los bombardeos nazis hubieran sido una
anécdota. Se me puso tan dura que me mareé, que mi chándal parecía ir a
explotar.

- ¿Está buena? –pregunté entusiasmado.

- Está muy buena.

Me metí corriendo en el w.c., me duché y afeité, me vestí con una camiseta
de mangas cortadas, una pulsera de plata y unos vaqueros negros. Llevé a
Elena hasta el coche casi a empujones y me puse a conducir como una furia
hacia Sevilla.

La cita tendría lugar en un gran centro comercial cerca de la estación de
trenes de Santa Justa. Elena me dijo que nos sentáramos en un bar y
esperáramos, sólo había que ver pasar a la chica y a su novio, ella la había
visto por foto por internet y la reconocería sin problemas. Me dijo que la
chica era única en muchos aspectos y que confundirla con otra era imposible.
En cuanto a lo del novio: para que la chica estuviera, el novio debía estar
delante igual que yo lo estaba. Un precio mínimo a pagar por ver la gloria.

Nos pedimos unas birras y nos sentamos cara al pasillo del centreo
comercial, viendo a la gente pasar. Cada vez que veía pasar una veinteañera
me daba un vuelco el corazón. Le pregunté si era esa doce mil veces y ella
todas me dijo que en absoluto. Cuando iba por la cuarta cerveza, fui a mear.
A la vuelta me senté. Ella miraba hacia algún punto detrás de mi espalda. Me
giré: sólo había un grupo de personas, ninguna pareja.

- Qué extraño –dijo Elena-, juraría que es esa chavala, pero no puede ser
porque no viene sola con el novio, sino que viene con dos tíos más.

- No estoy dispuesto a que haya más espectadores que el novio y yo. Lo
advierto –dije girándome a verla.

Madre del amor hermoso, era espectacular. Una chica pelirroja de por lo
menos un metro ochenta, con unas piernas de vértigo cubiertas hasta casi la
rodilla por unas botas negras de tacón y una falda corta negra. Debía tener
una 110 de sujetador y aún así en absoluto tenía lo más mínimo de gordura.
Hablaba divertida con tres machos que la rodeaban, se daban empujones y
codazos, reían.

- Esta buena –dije.

De pronto, detrás mía un camarero se escurrió y su bandeja fue a parar al
suelo, con la consiguiente concentración de miradas sobre él y nuestra zona.
La chica nos vio y nos sonrió. Le dijo algo a uno de los tres chicos y
juntos vinieron hacia nosotros, dejando a los otros dos detrás.

Se pusieron de pie al lado nuestra, mirándonos sonriendo. Sentados en
sillas, los veíamos como torres gigantescas. Yo a ella la veía concretamente
como una torre inmensa con unas tetas de escándalo. ¡Viva la arquitectura!

- ¡Hola -dijo ella-, somos Carla y Marcos!

- Hola –dijo él.

Elena se puso en pie y les dio dos besos a cada uno. Yo me levanté también y
estreché las manos de Marcos y le di dos besos a esa diosa.

- Nosotros somos Elena y Joaquín –dijo Elena.

La chica cogió a mi novia de la mano y se la llevó al cuarto de baño. El
muchacho se sentó conmigo. Nos quedamos los dos en un incómodo silencio. Por muy seguro que fuera a ser, me incomodaba soltarle una como “bueno...,
entonces tu novia le va a comer el culo a mi novia, ¿no?”. Se me ocurrió una
frase mucho mejor:

- Camarero, ¡la cuenta!.

Pagué y andamos un poco hacia donde estaban los otros dos tíos. Yo no quería ni saludarlos, la verdad. Sólo quería que se esfumaran como el polvo y la ceniza. Yendo para allá, como si me hubiera leido el pensamiento, Marco me dijo:

- Oye, no te preocupes por estos dos capullos. Se irán en nada y no tienen
ni idea de qué vamos a hacer..., nosotros somos discretos.

- Ah, de puta madre –dije. Me quedé callado unos segundos-. ¿De qué equipo
eres?

- Del Real Madrid.

Y eso me tranquilizó, porque un madridista nunca será mala persona.
Charlamos un rato sobre nuestro equipo y luego, cuando vimos que las chicas
habían llegado a donde estaban los otros dos tíos, Marcos me dijo que
disimulara y nos acercamos como si tal cosa.

- Si –les estaba diciendo Carla-, esta es Elena, la chica a la que dentro de
una hora me voy a follar.

Yo me quedé pasmado. Elena más. A Marcos se le veía incómodo. Los chavales abrieron los ojos como platos y rieron.

- ¿Estás de coña? –preguntó uno de ellos.

- Pues claro que está de coña –dijo Elena-. Yo nunca haría algo así.

Elena miente muy mal.

- Buah, yo quiero verlo –dijo el otro-. ¡Carla, tienes que dejarme ver eso!
Venga, cariño.

- Si, nena, déjanos.

- Se acabó la fiesta –dije-. Agarré a Elena de la muñeca y nos dirigimos al
aparcamiento.

Carla se nos cruzó.

- Venga, si no tiene nada de malo. Hemos venido a pasarlo bien entre
nosotras. ¿Qué más da que alguien nos mire?

De Diosa a puta en tres segundos. Tiempo record. Le dije que no y seguimos
caminando hacia el parking. Nos montamos en el coche. Yo estaba enfurecido.
Di dos puñetazos al volante, Elena tiró su bolso al asiento trasero. Puse el
motor en marcha.

Siento que nada haya salido bien – me dijo Elena ya calmada. Metí la marcha
atrás.

- No pasa nada. No es culpa tuya.

- Ya, pero a ti te hacía mucha ilusión y a mi me gustaba la idea de
complacerte tanto que ya hasta me ponía la idea de estar con otra mujer.

- No piensas en ello...

- Te quiero –me dijo.

- Yo a ti.

Salí de mi plaza. Un viejo esperaba con un Mercedes para ocuparla.

- Si quieres, yo estoy dispuesta a hacerlo con público sólo por ti –me dijo
ella.

Yo me quedé callado. Realmente para mi la situación había sido un palo como
cuando los reyes no te traen lo que pediste siendo crío. Volví a meter el
coche en la plaza. El Mercedes me pitó. Asomé la cabeza por la ventanilla.

- ¡Circula que como me baje te meto tu coche por el culo! –le grité al tipo
que lo conducía. Y el tipo circuló. Mi giré hacia mi novia:- No quiero que
hagas nada que no harías...

- Yo por ti lo haría –dijo ella sonriendo-. Vamos, ¿has visto qué buena
estaba esa tía? Nunca encontraremos una tía así. Parece venida de otro
planeta.

Y eso era verdad. Estaba buenísima. Respiré hondo tres veces... y apagué el
motor del coche. Nos bajamos y fuimos en busca de aquellos cuatro. Cruzamos tres pasillos del centro comercial y los encontramos justo donde antes.

- Ellos no estarán –le dije muy serio a Carla.

- Entonces no estarás tú tampoco.

- Vale, ellos estarán –dijo Elena. Y los tipos se rieron, haciéndome a mí
sentir derrotado.

Fuimos en mi coche hasta un hostal que tenían pensado ellos. Por el camino
estuvieron hablándome tranquilamente, aunque con un leve retintín burlón.
Decían que no pasaba nada, que todo iría bien, que ellos sólo miraban y que
era por curiosidad. Más adelante, los dos tipos, que se llamaban José y
Pedro empezaron a contarnos historias sobre Marcos y Carla que hubiera
preferido no saber: decían que ellos dos se follaban a Carla y que su novio
era un cornudo consentidor. Y hasta le ofrecieron sus servicios a mi Elena.
Mi mirada los disuadió de seguir por ese camino.

El hostal lo pagó Marcos. Subimos los seis por unas escaleras empinadas. El
edificio era viejo y ruin, cubierto de humedad. Algo exhalaba melancolía de
aquellas paredes. A nuestro paso, todos en silencio, se abrían puertas desde
las que ojos de viejas desconfiadas nos observaban. Habitación 350.

- 350 –dije-. Ni que tuviera de verdad tantas habitaciones...

Debía tener más de 15. un número inútil y ostentoso, para la habitación.
Entramos a esta y nos sentamos dos pudimos. Era una estancia grande, con una cama de matrimonio en el centro, un armario frente a esta y en el lado de la ventana un sofá de 5 plazas. En el otro lado había un cuarto de baño tras
una puerta de madera y cristal que deja pasar la luz pero apenas las formas.
Elena entró directamente a esta y los chicos y yo nos sentamos en el sofá.

Carla se sentó sobre la cama, con las puntas de sus zapatos apuntando hacia
nosotros, echada hacia atrás, apoyada sobre sus codos y una bonita y cruel
sonrisa. Mirándome fijamente, se incorporó y llevó sus manos a la bota del
pie derecho, cuya cremallera empezó a descorrer. Cuando se la hubo quitado,
hizo lo mismo con la otra. Luego vinieron los calcetines. Dejó ver unos
pequeños pies de dedos perfectamente alineados, como una escala. Estiró el
pie derecho hasta la altura de la boca de Marcos, que empezó a lamerlo con
calma. Yo, que estaba a la izquierda del novio de Carla, podía ver en primer
plano como su lengua reptaba entre los dedos de la dama, que se retorcía de
sensualidad y rosa a la vez.

Cuando Elena salió del cuarto de baño, advirtió que no habría contacto de
ninguna de las dos con ningún varón o automáticamente se acabaría todo.
Carla se levantó sonriendo y se dirigió a mi novia, esta la miraba
temblorosa. No se había cambiado de ropa, supongo que lo único que habría
hecho en el w.c. fue asearse.

Carla la agarró por la cintura y juntó los labios con los de mi novia, que respondió con deseo. Se besaron durante largo rato, mezclando sus salivas. Pedro elogió el culo de mi novia, que Carla agarraba con fuerza, apretándolo. Pasó después a meter sus manos bajo la falda de Elena y, sin dejarnos ver ni una porción de más de esta, el bajó el tanga. Vi como ni novia se estremecía con el contacto de las pequeñas manos de su amante, que la masturbaba con pasión. Elena, en cambio, estaba más quieta, no bajaba sus manos de los hombros de aquella mujer.

Carla sacó los dedos del coño de Elena y se los llevó a la boca. Luego se
besaron con más fuerza que nunca. Elena bajó tímidamente sus manos hasta
ponerlas sobre los pechos de su nueva amiga. Al principio tocaba con miedo,
viendo a ver qué se iba a encontrar, pero luego de examinarla sus manos se
revolucionarios y empezaron amagrear con furia. Segundo después, Carla tenía la camiseta y el sujetador levantados y mi novia le lamía los pezones.

Ante la nueva iniciativa de mi novia, Carla decidió adelantarse también. De
un tirón, subió la falda de mi novia hasta la cintura, dejándonos ver a
nosotros el precioso culo de Elena.

- Es increíble el culo de tu novia, tío –me dijeron Pedro y José. Marcos
estaba en silencio.

Carla, alentada por las palabras de admiración por el culo de mi novia, se
animó a darle una fuerte palmada y luego,. Sujetando cada cachete con una
mano tiró hacia fuera, abriendo su bonita raja de atrás, enseñándonos el
agujero de mi novia. Los espectadores aplaudieron. Carla le dio la vuelta a
Elena y le hizo apoyar las manos en la cama, quedándole su culo a la altura
de la cintura. Se agachó y empezó a lamer.

A nosotros nos quedaba de frente la cara de mi novia, que de la excitación
se ponía roja y se mordía los labios gimiendo. Al principio el ruidillo era
apenas audible, pero aquella sevillana tenía que tener un especial talento
comiendo los bajos de las mujeres, porque pronto Elena olvidó su vergüenza y
empezó a gemir como una perra. Cuando parecía que iba a correrse, Elena
redujo el ritmo y la trajo a nuestra parte para que viéramos en primera
plana el culo y el coño de mi novia, mojados. Se agachó de nuevo y siguió
lamiéndole. Pese a que su cabeza nos lo tapaba casi todo, podíamos percibir
qué le lamía cada momento.

- Déjanos ver bien esos agujeritos, Carla –dijo Marcos. Y esta se echó un
poco para atrás y empezó a meterle dos dedos en el culo a Elena. Marcos
siguió diciendo:- Macho, vaya perfección de culo.

Elena miró hacia atrás, directamente a Marcos y le sonrió. Acto seguido se
llevó la mano hacia atrás y se metió tres dedos de golpe. Carla cambió de
abujero y le metió dos dedos en el coño. Así, mi novia estaba siendo follada
por dedos tanto el coño, como en el culo. Mientras hacía esto, Carla se
levantó la falda y empezó a tocarse a través del tanga. Elena empezó a
resoplar y poco después se corrió, cayendo desplomada sobre la cama,
mostrándonos un primer plano de sus dos agujeros en progresivo relajamiento. Pero Carla no estaba dispuesta a darle ni un segundo de descanso. Aprovechó para de nuevo abrirle el culo y seguir lamiéndole mientras en primer plano nos mostraba su chocho húmedo y su culo abierto.

De veras que sentí un impulso se llevar mi mano a ese lugar, pero yo había
puesto las reglas y debía predicar con el ejemplo. Ya estábamos los cuatro
bien empalmados y sudados. Ellas dos húmedas como ríos.

Carla se tumbó bocarriba sobre la cama. Elena subió hasta encontrarse con
sus rodillas y empezó a besárselas, y de aquí fue lentamente hasta que le
llegó al coño. Lo lamió con suavidad. Se le notaba el reparo novicio. Le
pasaba la lengua por los labios y después la hundía en el bulto superior
para luego sorber y tragar cuando su compañera echaba. Carla se sujetaba las piernas bien abiertas o acariciaba el pelito corto de mi novia. De vez en
cuando, Elena subía sus manos hasta los pechos de Carla, que reaccionaba
retorciéndose de placer. Llevado un rato, se corrió agarrando la cabeza de
mi novia y apretándola contra su vagina. Elena subió hasta encontrarse las
dos bocas y se besaron largo rato, primero con pasión y luego lentamente
hasta acabar tumbadas abrazadas.

Clara –dijo José-. Has estado espectacular. Y tú también, Elena.

Es verdad –dije yo.

José se levantó el pantalón, que era un chándal de algodón y sacó una polla
de tamaño mediano-grande. Y empezó a cascársela mirando directamente las
tetas de mi novia. Al principio me sentó mal, pero comprendí al chaval y no
dije nada. Clara, al verlo, empezó a magrear las tetas de Elena, como para
animarlo.

Pronto, los otros tres teníamos nuestras pollas fuera y hacíamos
lo mismo. Clara, más animada, nos enseñaba su culazo y se metía en él un
dedo. Nosotros sudábamos, los cuatro de pie, furiosamente encorvados, viendo la acción. La polla de Marcos era mediano pequeña, la de Pedro más grande que la de José.

De pronto, Carla, que hasta ese momento había tenido la boca en las tetas de
mi novia y su culo apuntando hacia nosotros, se dio la vuelta y se metió la
polla de Marcos en la boca y agarró la de Pedro con una mano.

Elena dio un respingo. Yo me quedé boquiabierto. José se acercó corriendo y
pegó su polla al hombro de la mano que le quedaba libre a la pelirroja, que
se la agarró y comenzó a pajearlo. Miré fijamente a Elena y le dije que nos
fueramos. Ella me dijo que esperara un poco, y se asomó para ver mejor.

Allí estaba yo: con los pantalones por los tobillos, la polla dura y viendo
como mi novia miraba fijamente a la tía que se acababa de follar y chupar tres
pollas. ¿Habrá escena más ridículamente feliz?

Pedro sacó su pollón de la boca de Carla y lo acercó a Elena, que lo miró
fijamente, como si fuera un tesoro. Me temí lo peor: lo que pasó. Elena la
agarró con una mano y empezó a pajearlo besándole las piernas. Al ver esto,
los otros dos se acercaron corriendo a Elena, dejando a Carla sola. Elena se
vio un poco sorprendida por aquellos tres mástiles a su alrededor. Durante
un segundo, en sus ojos brilló el deseo de echarse atrás... pero ya no
podía.

Yo me acerqué despechado a Carla y la agarré de la cabeza. Ella me miró asustada: no sabía que pasaba. Apreté mi polla contra sus labios cerrados. Empujé por todas partes de sus carnosos labios, buscando la flaqueza para metérsela. Como no se dejaba, me la sujeté con la mano derecha y empecé a restregársela por la cara. Mi polla soltaba gotitas de lubricante preseminal que se extendían por la cara de mi amiga, ella acabó por ceder y se la metió en la boca.

- Eh, mirad como se la chupa Carla –dijo Pedro.

Los otros me miraron, y Elena también. Yo no podía quitar los ojos de encima
suyo. Una mezcla de despecho y excitación guiaba mi comportamiento. Algo
dentro de mí me decía que parara aquello y me fuera cuanto antes a casa, a
mi sofá, abrazara a mi novia y olvidáramos aquello para siempre; pero mi
cuerpo me enviaba un mensaje más simple y contundente: folla y ponte
cachondo viendo como follan a tu novia. Y opté por este.

Agarré a Carla por la barbilla y las sienes y se la introduje lentamente
hasta que su barbilla tocó mis huevos. Pedro se echó para atrás riéndose.

- Es cosa fina la niña, ¿verdad? –me preguntó Pedro.

Y tanto, pensé. Y tanto que lo era. Su boca era como una vagina bamboleante
y mórbida, caliente como una estufa y tan acogedora... Noté que ella a
medida que seguía chupándomela se iba volviendo cada vez más receptiva.
Incluso tomó la iniciativa y me agarró los huevos con vehemencia.

En este momento mi punto de vista se volvió por competo positivo. Vi la
situación como simple diversión. La visión de mi novia chupando una polla y
pajeando otras dos a su alrededor me llenaba de gozo. Era como ver una peli
porno pero mejor, porque conocía a la protagonista y podía presumir de
follarmela a menudo. Hasta le lancé unas palabras de ánimo que los chicos
escucharon con júbilo. Marcos hizo lo mismo con Carla, que se afanó en su
trabajo.

Elena chupaba con dedicación, pese a lo bárbara de la situación que
vivía, no había violencia. Cierto es que se la introducían en la garganta
hasta hacerla dar arcadas, pero todo parecia muy suave. Ella miraba con los
ojos inyectados desde abajo a sus compañeros de juego. Su expresión era
infantil, con los párpados muy abiertos y cierto aire de sorpresa. José se
separó de la mano de mi novia y se puso detrás de ella, de rodillas como
ella estaba, a hurgarle el coño hasta que encontró el hueco y se la metió.

Ella soltó un pequeño gemido y empezó a mover las caderas. El tipo al
principio iba lento pero a medida que la cosa pasaba, iba acelerando el
ritmo; ella respondía moviendo las caderas, reculando, apretándose contra él
y a la vez sin perder la concentración chupaba con más –ahora sí-
violencia. La postura no era muy cómoda, pues al echar el culo hacia atrás,
su cabeza bajaba y no llegaba bien a los miembros de Marcos y Pedro, por lo
que estos dos se sentaron de nuevo en el sofá. Así ella con sus codos sobre
las rodillas de los muchachos podía sorber con mayor concentración.

- Tráela acá –dijo Pedro a José.

Se puso cómodo y el otro agarró a mi novia por los sobacos como si fuera un
muñeco de trapo y la puso sobre las piernas de Pedro. Automáticamente, Elena se inclinó sobre Marcos para chupársela mientras, ya sentado al otro lado de Pedro, José se la meneaba.

Estiré mi mano hasta tocar la coronilla de Elena y empujé su cabeza contra
la polla del novio de Carla hasta que se la hubo metido entera. La mantuve
un rato así. Cuando la solté, Elena se apartó con un suspiro signo de que se
estaba ahogando.

Me senté y puse a Carla sobre mis rodillas. Se la introduje lentamente, pude
sentir como mi miembro se abría camino entre sus pliegues internos. Le puse
una mano en el culo y otra en su bonito pelo rojo y la dejé trotar. Ella
cerró los ojos, entreabrió la boca de una manera que me volvió loco y se
desbocó dando tumbos. De vez en cuando, llevaba mis dientes a sus pezones y se los mordisqueaba con cuidado de no hacerle daño.

- ¿Nos dejas darte por culo, nena? –preguntó José a Elena.

- Ella negó con la cabeza.

- ¿Por qué no? Te va a encantar, cariño –dijo Pedro.

- No.

- ¡So puta! –gritó José. Y le dio un guantazo en la cara.

- Me levanté de golpe. Carla se cayó al suelo.

- Oye, como te vea volver a pegarle, se acaba la fiesta, gilipollas – le
dije a José.

- Esta bien –dijo Pedro sonriente.

Acto seguido agarró a Elena del pelo y se la llevó arrastrando hacia el
cuarto de baño. Ella gritaba y pataleaba. Escupió todo tipo de insultos.
Entraron en el w.c. y cerraron de un portazo. Se encendió la luz. Cuando iba
a ir tras ellos ara golpearles, una dulce sensación recorrió mi cuerpo:
Carla estaba ahora chupándomela. Y era mucho mejor que entes, lamía la punta con vicio y su mirada era morbosísima.

- Siéntate –me dijo-. Déjalos hacer. Verás como sale contenta. Yo también
pasé por eso.

- No sé.

- Hazme caso. Deja que te la chupe al menos algo más –me dijo de manera no muy convincente. Yo sabía que más que no me retenía por que yo le atrajera demasiado, sino por ganar tiempo para sus amigos. Y sin embargo, accedí-. Cuéntame –continuó- ¿por qué te has sentido atraído por mí?

La pregunta me pareció absurda. Traté de contestar de manera que me la
pusiera más follable aún:

- No creo que haya que darle ninguna explicación. No sé. Me gustan tus
labios. Punto. Soy humano, los humanos sentimos predilección por algunas
cosas y cuando vi tu boca pensé que era de las mejores que he visto. Esa
forma de tenerla entreabierta, los labios húmedos, como pidiendo sin
pronunciar palabra..., eso hace que despierte en mi bajovientre algo más que
un simple deseo carnal.

Sus ojos brillaron. Se metió mis huevos en la boca y empezó a mordisquearlos. Nos quedamos completamente en silencio. Ella trabajaba y
ambos oíamos los gritos e insultos que venían del lavabo. Se escuchaba a
Elena insultar a los tíos, que le devolvían con furia los insultos.

Traté de concentrarme en los labios y los dientes de Carla, pero me era
imposible. A cada cuanto volvía a estar pendiente de lo que pasaba en el
w.c. La preocupación no me dejaba disfrutar del todo.

- Sujétala –se oyó decir a pedro.

- ¡No, no! –gritó mi novia.

Todo quedó en silencio medio segundo y después se oyó un grito de
desesperación. Progresivamente, el grito fue convirtiéndose en placer.

Carla me llamó:

- Oye, ¿vas a estar pendiente de aquello o de lo que tienes aquí?

Parpadeé.

- Eh, si –dije dudando-, perdona. No sé. Ehm..., claro, ¿qué decías?

- Se puso de pie y se metió mi polla en su coño.

- Digo –dijo-, que si vas a quedarte como un pasmarote o me vas a tratar
como a una mujer.

Le dije que prefería tratarla como a una mujer: saqué la polla de su
interior y se la ensarté en el culo. Soltó un grito ahogado.

- ¿Te hace esto sentir suficientemente mujer? –pregunté con ironía.

Ella se puso a mil. Le gustaban ese tipo de cosas, no hay duda. Me besaba el
cuello con fuerza. Le pegué un guantazo en la cara y cuando vi que no le
molestaba, sino que se ponía más cachonda le di más fuerte. Se llevó la mano
derecha al coño y empezó a tocárselo mientras yo le follaba por detrás. Para
darnos más comodidad a los dos, cambié de postura: la puse a cuatro patas.
Mientras nos follabamos con furia, de la otra habitación se oían todo tipo
de gritos, improperios y alabanzas.

Las caderas de Carla me parecían de vértigo. Se curvaban con belleza para
dar lugar a aquel culo abierto para mí. La cabalgué un buen rato. Del
servicio se oyeron gritos por parte de los tres machos, menos cantidad de
Elena. Lo imaginé: se estaban corriendo. Eso me puso a mil, así que redoblé
la velocidad. Carla me mordía un dedo y yo la tiraba del pelo con la otra
mano.

Se abrió la puerta del w. c. uno por uno salieron primero Marcos, luego José
y finalmente Pedro, con sus pollas flácidas, cubiertos de sudor y llenos de
satisfacción. Después salió Elena. Salió con paso indeciso. Tenía la cara
rosa de haber recibido algún golpe cariñoso y cubierta de semen y de saliva.
Me miró a los ojos y después miró lo que hacía con Carla. Por su forma de
moverse y su expresión, noté que aún estaba caliente. Fue suficiente para
mí: me corrí dentro del culo de Carla con un grito. Ella, al sentirse
llenada por dentro, se corrió también. Me dejé caer en el sofá mirando el
techo

Suspiré. Cerré los ojos. Cuando los abrí, vi cómo Elena lamía el recto de
Carla, que seguía tocándose con furia. Me sentí satisfecho, pues después de
todo, yo había venido a verlas a ellas dos.

Pedro me ofreció un cigarrillo. Lo cogí y, luego de encenderlo, le di la
primera calada, para relajarme y disfrutar del espectáculo visual.

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