viernes, 12 de octubre de 2007

Sonsoles y James Bond

Me llamo Paco, tengo 28 años y la historia que quiero contarles me ocurrió el pasado mes de octubre. Llevaba un año saliendo con Patricia. Ella era morena, resultona, un año mas joven que yo y, por lo que pude comprobar más tarde, bastante puta. Nos habíamos conocido de modo casual, una noche de finales de verano en un pub. Sin saber muy bien por qué, empezamos a salir. Duraba esto ya más de un año, pero la verdad es que yo estaba harto de todo.

Al principio todo era genial, ya saben la pasión que acompaña a cualquier relación recién iniciada. Al cabo de seis meses la pasión empezó a apagarse y todo cayó en picado. Nuestra vida sexual, pasada la emoción de los primeros meses, se volvió monótona y aburrida. No es que yo sea el mejor amante del mundo, pero la verdad es que no me defiendo mal del todo. Procuraba dar a mi novia el mayor placer posible, sin preocuparme demasiado de obtenerlo yo, pero lo cierto es que ella cada vez se mostraba más fría conmigo.

CONFLICTO DIPLOMÁTICO

Una tarde de octubre, estando los dos en mi casa, tuvimos una buena trifulca. Se me ocurrió la idea de alquilar una peli porno en el videoclub. Antes de que empezásemos a verla propuse que ella eligiese una de las escenas, para que luego pudiésemos repetirla con todo lujo de detalles. Sin mucha convicción dijo "vale, como quieras, la primera escena". Aquella escena fue bastante fuerte, con penetraciones por todos los lugares. Concluía, como suele pasar en estas pelis, con una copiosa corrida del chico en la boca de la chica, la cual se tragaba con deleite todo el semen.

Conociendo a Patricia, dudaba que fuese capaz de llevar a cabo todo aquello y, desgraciadamente, no me equivoqué. Nuestra vida sexual era de lo más convencional, reduciéndose a toqueteos, lamidas y penetraciones, en las cuales la imaginación brillaba por su ausencia. Por supuesto, el sexo anal ni tocarlo. Si alguna vez me la chupó, fue de modo breve, como tratando de cubrir un expediente. Incluso noté que no le gustaba en exceso que comiese su coñito, cosa que yo no acababa de entender, ya que a otras chicas les encantaba eso. En realidad ella procuraba que yo me corriese pronto, para que dejara de molestar. Para su desgracia yo soy de los que aguantan bastante, por lo que a ella no le quedaba otro remedio que soportar mis fogosos envites. Ahora, a toro pasado, creo que incluso llegaba a simular los orgasmos.

Después de la peli, como yo sospechaba, ella se negó a repetir la escena conmigo, alegando que aquello era una guarrada. Le dije que me había dado su palabra, pero eso no pareció importar demasiado a Patricia. Me cogí un buen cabreo, hasta que acabé por decir que si no le gustaba follar conmigo tal vez debería buscarse a otro con quien hacerlo. Ella se enfadó al principio por mi ofensivo comentario, pero al cabo de dos minutos, más calmada, respondió que tal vez lo hiciera. Al principio lo tomé a broma, pero su mirada y su expresión me hicieron comprender que ella hablaba en serio. Yo sabía que ese fin de semana Patricia se iba a ir con su hermana a una casa que los padres de ambas tienen en un pueblo, a pocos kilómetros de la capital. Algo me decía que allí iba a pasar algo, pero me mordí los labios y no dije nada. Sin embargo empecé a pensar en la manera de estar presente allí, pero sin que ella lo supiese.

Estaba claro que Patricia estaba físicamente bien. A sus 27 tacos era bajita, pero delgada, con el pelo ondulado y muy negro, que caía sobre sus hombros. Tenía una carita guapa, entre inocente y provocativa. Conociendo la hambruna que suele acosar al género masculino, tenía claro que ella no tendría mayores problemas en llevarse a algún tipo al catre. Además ella tenía amigos en aquel pueblo, que a buen seguro estarían más que dispuestos a hacerle los favores sexuales que ella les pidiese.

PREPARACIÓN DE LA MISIÓN SECRETA

Nada más que ella se fue de mi casa, aquella misma tarde, me puse a pensar en como podría conseguir aparecer por su casa del pueblo. Desde luego estaba convencido de que ella iba a intentar algo aquel fin de semana y yo estaba decidido a no perdérmelo. Algo me empujaba a ello, aunque no sé lo que fue. Tal vez fuera por el morbo de ver como mi novia se follaba a otro. Tal vez fuera por tener la excusa perfecta para mandar a esa desagradecida a la mierda. O tal vez fuera porque yo sospechaba que en el fondo ella no era más que una puta y quería confirmar mis sospechas.

El caso es que el jueves por la tarde llamé al móvil a su hermana Sonsoles. Como era el novio de su hermana mayor, sabía que ella no me regatearía nada de lo que yo quería saber. De este modo obtuve las primeras y más valiosas informaciones. Ellas irían al pueblo el viernes, a eso de las siete de la tarde, cuando Patricia acababa de trabajar. Sus padres estaban de viaje y no volverían hasta el sábado por la noche. Así que todo debía pasar el viernes por la noche o el sábado por la mañana. Tenía la ventaja de conocer aquel pueblo, ya que había estado allí en las fiestas patronales del pasado verano. Era un pueblo pequeño, de unos mil habitantes en invierno, situado a quince minutos de la capital.

Le dije a Sonsoles que quería dar una sorpresa a su hermana, para lo cual iba a necesitar su ayuda. Contestó que por supuesto, que podía contar con ella para lo que fuese. Le pedí que me esperase a las ocho en punto en la entrada del pueblo, ya que era importante que su hermana no me viese, ni sospechase que yo estaba allí. Si se daba cualquier complicación, ella me mandaría un mensaje al móvil, para que así yo pudiese cambiar de planes sobre la marcha. Estaba seguro de que mi aliada no me fallaría. A menos que descubriese el jueguecito que yo me traía entre manos, claro.

LA ESPÍA BUENA

A las ocho en punto puse el intermitente del coche y me desvié doscientos metros, hacia la entrada de aquel pueblo. Allí estaba Sonsoles, esperándome sentada en un muro de piedra bajo que había allí. Invité a aquella chica, que parecía que iba a ser mi cuñada, a subir al asiento del copiloto. Ella me condujo a través de las calles del pueblo, hasta que llegamos a las afueras, a una especie de callejón situado entre dos naves agrícolas. Estaba muy cerca de la casa de ellas, pero aquel lugar era perfecto para ocultar el coche, ya que era invisible desde la casa. Patricia no lo vería, a no ser que lo buscase a propósito.

Esperé unos minutos, mientras ella se acercó hasta la casa. Cuando estuvo segura de que su hermana no estaba, me llamó. Aquello era un auténtico caserón de película de miedo. Estaba rodeada por un jardín enorme, aunque no demasiado bien cuidado. Tenía dos plantas, con techos altísimos, y una buhardilla o desván también grande. Yo ya había visto esta casa desde fuera y de noche. Pero ahora iba a verla por dentro, gracias a mi aliada, a la espía buena.

Entré y Sonsoles me invitó a pasar a la cocina, donde me ofreció una lata de cerveza fresquita. Me dijo que su hermana no estaba, que nada más dejar el coche en el garaje se había ido sin decir nada, como con prisa. Justo lo que yo sospechaba. Me contó que a ella eso le parecía raro, pero se sorprendió al ver que yo tenía expresión neutra, como la de alguien que escucha algo que ya sabe. No pudo aguantar más y preguntó:

Paco, aquí pasa algo, ¿no?

Era evidente que la espía buena era lista. Miré para ella. Hasta ese momento no la había visto más que como a la hermana pequeña de mi chica. Bebí un poco de cerveza, sin dejar de mirarla. Era más alta que Patricia, 1,70 aproximadamente, y también era delgada. Tenía el pelo negro y liso, cayendo hasta un poco más abajo de sus hombros. Los ojos los tenía oscuros y conservaba la cara de niña, con unas facciones suaves, sin aristas, pese a tener 23 años. Sus pechos parecían dar relieve a los dibujos de su camiseta. Eran unos pechos pequeños, bonitos, muy redondos. Su boca era también bonita, con labios muy expresivos. Habitualmente fruncía el ceño, como si meditase cada cosa que iba a decir. Salí de aquel ensimismamiento y respondí:

Sí, pasa algo, veo que te has dado cuenta.

Me extrañó que me llamases ayer. También he encontrado rara a mi hermana. No es normal que se marche de golpe, sin decir donde –apuntó Sonsoles.

Clavó sus ojos en los míos, antes de hacer la pregunta que yo temía que iba a hacer:

¿Me vas a decir que pasa?

Pues pasa que tengo la sospecha de que tu hermana me la va a pegar con otro. Así de fácil –respondí sonriendo.

Ya, y vienes para evitarlo, supongo.

No voy a evitar nada. Solo quiero verlo con mis propios ojos.

La cara de Sonsoles mostró una expresión de sorpresa. Pero en realidad estaba interesada por las cosas que yo estaba contando. Dado que ella no preguntó nada, seguí diciendo:

Me imagino que si viene con algún tío se lo llevará a su habitación. Me gustaría saber si hay algún sitio desde donde se pueda espiar, un balcón por ejemplo.

Sí, en las habitaciones hay balcón, pero eso no es seguro, podrían descubrirte –respondió ella.

¿Entonces?

Tengo algo mucho mejor. Acompáñame –dijo ella, poniéndose de pie.

TÉCNICAS DE ESPIONAJE Y CAMUFLAJE

Subimos por aquella escalera inmensa, que me recordaba a fotos de palacios reales. Torcimos a la derecha y en aquel pasillo ancho había dos puertas a la izquierda. Entramos en la segunda:

Esta es mi habitación –dijo Sonsoles.

Era grande, como todas las estancias de aquella casa. Frente a la puerta se veía una gran cristalera que, a buen seguro, daba al balcón. A la derecha había una cama grande y antigua, de esas con barrotes de hierro en el cabecero, una mesita, una cómoda y, cerca de la cristalera, una estantería con libros, una mesa llena de papeles y varias sillas. A la izquierda había un sillón de cuero, una percha y un espejo. Hacia el centro de la pared podía verse un gran armario empotrado, con tres puertas. Mediría por lo menos tres metros, uno por cada puerta. Miré a esa pared izquierda, para ver si había en ella cuadros que ocultasen mirillas, pero no había ninguno. Mientras, Sonsoles había abierto la puerta central del armario. Apartó la ropa que allí había colgada y me dijo:

Ven, entra conmigo.

Entré detrás de ella en aquel armario enorme. Ya he dicho que de ancho tenía unos tres metros, mientras que de alto llegaba casi hasta el techo. Tenía más de un metro de fondo y acababa en una plancha de madera. Con habilidad Sonsoles metió sus dedos en unas muescas casi invisibles que había en ella. Tiró hacia la izquierda y corrió aquella plancha, hasta que se desplazó unos sesenta centímetros. De medio lado ella se deslizó por aquel hueco y yo la seguí. Apartamos otra serie de prendas que colgaban y llegamos frente a lo que parecían las puertas de otro armario. A la altura de los ojos había una ranura horizontal. Colocamos los ojos en ella y pude ver otra habitación.

La habitación de mi hermana –comentó Sonsoles.

Ya veo, ya –acerté a responder.

¿Te parece buena la vista?

La verdad es que la vista era más que buena. Desde allí se podía ver prácticamente toda la habitación de Patricia, excepto un pequeño ángulo muerto a la izquierda. La cama quedaba justo enfrente del armario, colocada en la pared opuesta, a la larga. También se veían un sillón de cuero, varias sillas y la mesa de escritorio. Estaba yo comprobando todos los ángulos de visión, cuando Sonsoles me dijo:

Espérame un momento.

Salió de aquel armario y al minuto puede verla entrar en la habitación de su hermana. Cerró con llave la puerta del armario, dejándola sobre la mesa de escritorio, al otro lado de la habitación. Desde luego la chica era lista. Si pasaba cualquier cosa, sería difícil que me descubriesen, ya que Patricia tendría que coger la llave, ir hasta el armario y abrirlo. En ese lapso yo tendría tiempo suficiente para volver a la habitación de Sonsoles, cerrar el pasadizo entre ambos armarios y desaparecer discretamente. Después de aquello Sonsoles se tumbó en la cama de Patricia, mientras decía:

¿Se me ve bien?

Perfectamente, desde aquí no se pierde detalle –contesté, desde dentro del armario.

Después fue cambiando de ubicaciones. Se sentó en una de las sillas, en el sillón y en la mesa de escritorio, para que yo pudiese comprobar que la visión era buena. Al final volvió a tumbarse unos segundos sobre la cama. Pude ver sus piernas largas, bien marcadas por sus ajustados vaqueros. Más arriba estaban su cinturita apretada y sus pechos redonditos. Por un momento pasó por mi cabeza un pensamiento morboso, pero lo aparté con rapidez, al recordar cual era el objetivo de mi visita a aquella casa. En ese momento Sonsoles se levantó de la cama, estiró el edredón, se atusó un poco el pelo y salió de la habitación. Yo salí del armario (en sentido literal, no figurado) y nos encontramos en la habitación de ella.

¿Qué te ha parecido? –preguntó con un cierto tono orgulloso.

Genial. Desde ahí dentro se ve todo –contesté, señalando al armario.

De pequeñas mi hermana y yo jugábamos por esos pasadizos. Nos gustaba mucho venir en verano a esta casa.

Te debo una por esto –dije.

Sé como me lo vas a pagar –dijo ella muy sonriente.

¿Cómo?

Dejándome espiar contigo –fue su respuesta-. No me perdería por nada del mundo ver como mi hermanita se lo monta con otro, mientras yo lo veo todo con su novio.

A lo mejor no pasa nada –dije con poca convicción en la voz.

Si estás aquí es que pasará algo y yo no me lo voy a perder.

De acuerdo, como quieras –confesé, vencido.

Solo faltaba que llegase la que aún era mi novia. Mi reloj de pulsera marcaba las nueve y cuarto. Estaba sentado en el sillón de la habitación de Sonsoles, tomando otra cerveza y escuchando música. Ella se asomaba al balcón cada dos minutos, hasta que vi que agitaba la mano. Me levanté y, con sigilo, me acerqué a una pequeña ventana que había. Sin mover las cortinas miré a los jardines de la casa y vi lo que sabía que iba a ver.

LA ESPÍA MALA Y EL VILLANO

Patricia llegaba acompañada de un tipo de unos 30 años. Venían riendo y charlando. Ella vestía muy sexy, mucho más que cuando quedaba conmigo. Llevaba una falda corta, con medias negras de rejilla, blusa azul y blanca y chaqueta de cuero fina. La verdad es que estaba preciosa aquel día, pero no era yo quien lo iba a disfrutar. Escuché abrirse y cerrarse la puerta de entrada de la casa. Sonsoles me miró, con una sonrisa excitada en su bonito rostro, y dijo:

Bajo a saludarles, pero ahora vuelvo. Si les da por subir, escóndete, ¿vale?

Asentí con la cabeza, algo nervioso por lo que allí iba a pasar. Pegado a la puerta de la habitación de mi aliada escuché hablar abajo. Al cabo de dos minutos las voces se volvieron más fuertes y escuché que empezaban a subir por las escaleras de madera. Sin apresurarme entré en el armario, pasé al otro lado y observé la habitación de Patricia, bastante oscura ya. Escuché pasos y oí como se abría la puerta. Al momento se encendió una enorme lámpara de bronce, que iluminó totalmente la habitación. Entonces pude verlos mejor.

Ella estaba fascinante, la verdad. Me recordó cuando empezamos a salir, ya que por aquel tiempo ella se ponía muy guapa cuando quedábamos. Por un momento me sentí algo triste, recordando cosas que ya nunca volverían. Di un respingo cuando la mano de Sonsoles me tocó en un brazo. Había entrado en el armario tan silenciosamente que no la había oído. Se colocó a mi lado y asomó por la rendija. Escuchamos la conversación de la otra habitación:

Oye, esta casa está genial –dijo el tío.

Sí, pero no hemos venido aquí a discutir esas cosas –contestó Patricia, al tiempo que se quitaba la chaqueta.

El tío tendría, como ya he dicho, unos 30 años. A simple vista no parecía gran cosa. Era más bajo que yo, calculo que sobre un metro setenta y no parecía demasiado fuerte. El pelo lo llevaba algo largo y descuidado, al estilo Tom Cruise. Si algo destacaba de aquel tipo era su mirada. Tenía unos ojos profundos, penetrantes, tanto que parecía que desnudaba a Patricia cuando la miraba. Pero, lógicamente, aquel cabronazo no se conformó con desnudarla con la mirada. Empezó a besar y a lamer todo su deseable cuerpo, mientras ella trataba de poner música en un pequeño radiocaset. Las prendas de ella fueron cayendo al suelo, una detrás de otra, mientras su hermana pequeña y yo observábamos sin mover un músculo. La música sonaba alta, lo cual nos permitió a Sonsoles y a mí cuchichear un poco.

Uf, no sabía que mi hermana fuese tan puta –susurró a mi oído, con un tono de sorpresa.

Pues creo que esto no ha hecho más que empezar –respondí, suponiendo que aquello iba a dar mucho de si.

Cuando la tuvo totalmente desnuda, el tío observó unos instantes su delicioso cuerpo, con una mirada de salido que asustaba. La verdad es que, pese a tener cumplidos los 27, Patricia aparentaba poco más de 20. Sus tetitas aún eran firmes, su culo era pequeño y respingón y su sexo estaba cubierto de pelo negro muy rizado. Al cabo de pocos segundos, ella empezó a desnudar al que iba a ser su amante. Le quitó la camisa, los pantalones y los calzoncillos, dejando a la vista todos sus atributos masculinos. Aquella polla era normalita, como la mía más o menos, unos 15 centímetros.

ACCIÓN TREPIDANTE

Cuando ella se quiso lanzar sobre aquella polla erecta, el tío la cogió del pelo y dijo:

Espera, que me falta un detalle.

Cogió un largo pañuelo oscuro que había colgado en el respaldo de la silla. Ella no opuso ninguna resistencia cuando él le vendó los ojos. Dio dos vueltas a su cabeza y lo ató por detrás, mientras ella sonreía, con expresión de evidente placer. Después la cogió por los hombros, haciendo que se arrodillase. Estaban a unos tres metros del armario, colocados de perfil y bajo la lámpara, por lo que se podía ver todo perfectamente. Acercó la polla hasta la boca de la que aún era mi novia. Cuando ella notó la presencia de aquel duro órgano, sacó la lengua y empezó a lamer el redondo capullo. Lamía despacio, pero con un arte que desde luego yo no sospechaba. Bajó la lengua hasta los huevos de su amigo y los chupó despacio. Con la mano cogió aquella dura vara por la base y empezó un lento movimiento de meneo, mientras decía:

¿Te gusta cómo lo hago? ¿Te gusta?

Mmmmmmm, ya lo creo que me gusta, eres una experta en comer pollas –contesto él.

Y una mierda, pensé yo. Aquella zorra a mí me la chupaba poco y mal. En cambio con aquel tío se había dejado vendar los ojos y se la estaba comiendo con ganas. Se la chupó un buen rato, metiéndosela en la boca cada vez más adentro, como queriendo demostrar lo profunda que tenía la garganta. Su amigo gemía y disfrutaba de aquel tratamiento, al tiempo que acariciaba su pelo y sus sensibles orejas. Pese a que yo ya estaba mentalizado para ver en directo la infidelidad de aquella desahogada, se me debió poner cara de perro, porque Sonsoles me cogió del brazo y me dijo en voz muy baja:

No sé que ve mi hermana en ese tío. Tú me pareces mucho más interesante y guapo.

No sé si de verdad ella lo pensaba así o lo decía solo por consolarme, pero lo cierto es que me hizo sonreír. Por un momento me sentí ridículo, metido en un armario con la hermana de mi novia, mientras que la muy golfa daba una mamada de escándalo a otro tío. Sonsoles, sin soltar mi brazo, me devolvió la sonrisa, mientras escuchábamos:

Ahora te voy a poner a tono zorra, antes de metértela.

Cogió del pelo a Patricia y, sin quitarle la venda de los ojos, la llevó gateando hasta la cama. Ella gemía, muy excitada por el trato que aquel imbécil le estaba dando. Cuando la tuvo tumbada en la cama, empezó a morder sus delicados pezones, arrancando de la boca de mi novia unos grititos, mezcla de dolor y de placer. Me acordé de una vez que se me fueron un poco los dientes sobre sus pezones. Mi recompensa fue una sonora bofetada, seguida de una cascada de reproches. Ahora aquel tío recibió una caricia en la espalda y un:

¡Sigue! ¡Sigue! ¡Me pones muy cachondaaaaaaaa!

Claro que voy a seguir, hasta hacer que te corras de gusto. Sé lo que les gusta a las mujeres como tú.

Enhorabuena para él. En un año yo no había logrado adivinar lo que le gustaba a ella. En poco más de diez minutos él ya la tenía totalmente entregada. Nunca había visto así a Patricia, pero sospechaba yo que se iba a entregar totalmente, sin reservas. Aquel día mis sospechas, una tras otra, se iban confirmando. Cuando hubo puesto los pezones de ella puntiagudos del todo, buscó nuevos objetivos para su boca. A mi lado, Sonsoles miraba la escena sin parpadear, viendo como la lengua del tío bajaba por el estómago de su hermana, lentamente, como queriendo que ella se quemase de deseo.

Cuando llegó a su coño, el primer roce arrancó un gemido de la boca de Patricia. Después su lengua se fue hundiendo más y más en su almejita empapada. Casi no podíamos ver ya la cabeza del tío, de lo hundida que la tenía entre las piernas de ella. Desde luego mi novia se lo estaba pasando en grande, ya que no dejaba de gemir y de gritar, al tiempo que arqueaba la espalda y movía las caderas. Cuando la tuvo a punto de caramelo, alargó las manos hasta sus pezones y los pellizcó con fuerza. Ella se corrió ruidosamente, aullando como una fiera en celo, mientras su amante chupaba golosamente los jugos que salían de su coño.

¡Pero que rica sabes! Te voy a comer toda –decía él sin dejar de relamer.

Sí, cómeme, me encanta como lo haces –contestó ella.

Aquel tipo siguió lamiendo un poco más, hasta que decidió que era hora de metérsela bien metida a la golfa de mi novia. Se sentó al borde de la cama, mirando para el armario que contenía a dos silenciosos e invisibles testigos, y dijo en voz alta:

¡Vamos, puta, abre las piernas, que te vas a clavar sobre mi polla!

Patricia obedeció sin rechistar. Se puso de espaldas a él, mirando también hacia nosotros, y empezó a bajar sobre aquella polla. Sonsoles y yo vimos perfectamente como su rajita brillante se iba tragando el pene del tío, lentamente, sin apresurarse. Se la clavó del todo, no dejando a la vista más que los huevos hinchados de su amigo. Los gemidos que daba eran muy audibles, incluso a pesar de la música. Empezó a subir y a bajar sobre la polla, haciendo que sus tetas se moviesen rítmicamente. No se movieron demasiado rato, ya que detrás de ella aparecieron dos manos que las aprisionaron. Una de esas manos bajó luego hasta el clítoris, frotándolo en círculos. Patricia tenía los ojos medio cerrados del placer que debía estar sintiendo. Jadeaba, suspiraba y decía:

¡Más, fóllame más, fóllame más!

Aquello duró unos cuantos minutos más, hasta que ella no pudo aguantar y tuvo un orgasmo brutal, con la polla totalmente clavada en sus entrañas. Vimos como el cuerpo de ella temblaba, pero aquel garrulo no estaba dispuesto a darle tregua. Apenas acabó de correrse, le acercó de nuevo su polla a la boca. Patricia, con la respiración aún entrecortada, se apresuró a chupársela de nuevo. Él estaba tumbado en la cama, de perfil hacia nosotros, mientras que ella se agazapó entre sus piernas, de rodillas. Recibió una última advertencia:

Sigue, sigue, que te voy a llenar la boca de leche. Te la tragarás toda, puta, no dejes ni una gota.

Ella movió el cuello unas cuantas veces más, hasta recibir la descarga de semen. Lo que me había negado a mí un par de días antes se lo estaba dando sin ningún reparo a aquel cabronazo. Desde luego que se lo tragó todo, ya que apenas una gotita resbaló por su barbilla. Después lamió despacio la polla del tío, hasta dejarla limpia y reluciente. Se tumbaron en la cama, abrazados, pero sin hablar. No será necesario que diga que a estas alturas yo ya tenía la polla dura. No es que sea agradable ver como la que era tu novia se entrega a otro y le da todo aquello que no te dio a ti, pero yo sabía a lo que jugaba, así que preferí disfrutar de aquel espectáculo porno en vivo.

AL SERVICIO DE SU MAJESTAD

Pero por lo visto no había sido yo el único excitado por aquellos dos. Cuando salimos del armario y volvimos a la habitación de Sonsoles, pude ver que los pezones de ella se marcaban claramente en su camiseta. Nos sentamos en la cama de ella y empezamos a hablar, en un tono de voz bajísimo, aunque sabíamos que los de la otra habitación no podían oírnos, ya que la música seguía sonando.

Vaya con mi hermanita –dijo ella.

¿Entiendes ahora por qué estoy aquí? –pregunté.

Sí, claro que lo entiendo. Pero vaya putada ver a tu novia hacer estas cosas, ¿no?

Ya no es mi novia. En realidad, aunque ella no lo sabe, dejó de serlo hace un par de días –contesté con calma.

Veo que ella tiene un repertorio sexual bastante amplio....

Pues será con ese tío, porque conmigo ni la mitad –confesé.

Al decir esto noté que volvía a cabrearme. Aquel tío le había hecho de todo, hasta tratarla como una puta. Yo siempre fui respetuoso y educado con ella, pero por lo que acababa de ver a ella le gustaba más este otro tipo de tratamiento. En fin, que no había ya nada que me retuviese allí. Cogí la chaqueta y me disponía a marcharme de puntillas, cuando volvimos a oír hablar en la otra habitación. Sonsoles señaló con su dedo pulgar hacia el lugar de donde venían las voces. Estábamos los dos al lado de la puerta del armario, cuando escuchamos con claridad que Patricia decía:

¡No! ¡Te he dicho que por ahí no!

Nos apresuramos a entrar en el armario silenciosamente. Cuando nos asomamos por la ranura pudimos verla sentada en la cama, mientras el tío sobaba sus tetas. Cuando ella empezó a gemir, él dijo:

No sabes como me ponen las tías que se resisten. Eso me calienta muchísimo.

No me la vas a meter por ahí.... –protestó ella débilmente.

Ya lo creo que te la voy a meter por el culito, entera, hasta los huevos.

Así que era eso. Dentro de poco iban a encular a mi exnovia. Yo solo lo intenté una vez, meses atrás. Aquel día ella acabó llorando. No pude más que meter la punta, ya que sus lágrimas me dejaron descolocado. Se vistió y se largó sin mediar palabra. Evidentemente no volví a proponer semejantes prácticas, dado el resultado de aquel día. Me extrañaba que ella se dejase encular por aquel tío, pero con lo que había visto aquella tarde sabía que todo era posible. El tío se tumbó en la cama, con ella encima, haciendo un 69 muy bien apañado. Estuvieron comiéndose un buen rato. Pese a la música se podía oír con claridad el ruidito que sus bocas hacían sobre sus sexos.

Vamos, ponte a cuatro patas, golfa, que vas a saber lo que es bueno.

Ella lo hizo, apoyándose en el suelo sobre las manos y las rodillas. El tío se arrodilló detrás de ella, separó un poco sus rodillas y empezó a preparar el terreno. Sonsoles y yo nos movimos un poco a la derecha, para tener un mejor ángulo de visión. Patricia tenía las manos apoyadas en la cama, con su bonito culo apuntando hacia nosotros. Detrás de ella, un poco a su izquierda, el tío metía su dedo pulgar en su mojado sexo. Lo empapaba de sus jugos y lo frotaba por su ano. Repitió varias veces la operación, hasta que el ojete de ella quedó empapado y brillante. Después se la metió por el coño, de un solo golpe, hasta el fondo, haciendo que ella gritase de placer. Aquel tipo lo tenía todo preparado, ya que tenía en la mano un frasco de body milk. Mientras se la follaba por detrás iba echando gotas en el ano de ella, extendiendo con cuidado aquel líquido blanquecino. Empezó a meter un dedo en su ano, mientras ella trataba aún de protestar:

No, por favor...

Cállate, zorra. Ya verás como te gusta.

Sonsoles se agarró de nuevo a mi brazo izquierdo y susurró a mi oído:

¿No se la irá a meter por el culo, verdad?

Me temo que sí –respondí, convencido de que así iba a ser.

Los ojos de mi compañera de armario se pusieron grandes y redondos como platos, decidida a no perderse detalle de la enculada que iba a recibir su hermana. Cuando el tío acabó de meter un dedo en el ano de Patricia, empezó a moverlo en círculos dentro de ella. Tenía la polla clavada en su coño y el dedo hundido del todo en su ano, mientras decía:

¿No me digas que no te gusta lo que te hago, puta?

Sí, me gusta mucho, sigue –contestó ella entre jadeos, ya totalmente entregada.

Pero que calentorra eres....



LICENCIA PARA MATAR

Vaya si lo era. La guarra de ella estaba recibiendo lo que no está en los escritos y, encima, estaba disfrutando de ello. Gritó cuando notó un segundo dedo dentro de su ano, pero al momento empezó a gemir de nuevo. Al cabo de un minuto su amigo sacó los dos dedos del ano de ella. Vertió más body milk allí y lo extendió de nuevo. Sacó su polla del coño de Patricia. Estaba brillante, empapada de los jugos de ella. Untó la punta con unas gotas más de leche corporal y se dispuso a romper el culo de la que había sido mi novia. Desde luego aquel cabronazo tenía licencia para todo y, a buen seguro, que la iba a utilizar.

Apoyó el capullo en el ano de Patricia y empezó a empujar, poco a poco. Ella chilló como un conejo en cuanto notó aquello. Sonsoles me apretó el brazo y noté como sus manos temblaban. Acaricié un poco su hombro, para tranquilizarla. Era increíble que estaba más nerviosa ella que la zorra de su hermana, la cual fue recibiendo verga por el ano, centímetro a centímetro. De vez en cuando gritaba, a lo que su amigo respondía propinándole sonoros cachetes en las nalgas. Cuando la tuvo metida más o menos por la mitad, el tío cogió impulso, agarró sus muslos y se la metió hasta el fondo de un solo golpe.

Ayyyyyyyyyyy, me matas –grito Patricia.

Te voy a matar de gusto, ramera. Me encanta darte por el culo –contestó el tío.

Empezó una impresionante follada, lenta al principio. Los gritos de dolor de ella se fueron transformando gradualmente en gemidos de placer. La polla del tío, cada vez más acomodada a aquel estrecho orificio, se movía cada vez más rápido, mientras seguía dando cachetes en sus tiernas nalgas. Pudimos ver como Patricia apoyaba la cabeza en la cama y deslizaba una de sus manos hasta el clítoris, frotándoselo con fuerza, mientras decía:

Me gusta, sigue, no te paresssssssss.

Te dije que te gustaría, puta de mierda. A las zorras como tú les gusta mucho esto.

Me voy a correr, me voy a correr –gritó ella.

O patricia es muy buena actriz, cosa que no creo, o aquel orgasmo debió ser impresionante, a juzgar por los gritos y gemidos que salían de su garganta. Entonces su amigo sacó la polla y vimos el ano de ella, abierto y rojo como un tomate. Ella se lo acarició con cuidado, se ve que dolía, pero en el fondo estaba satisfecha de haber dejado de ser virgen por ese lado. De su boca salió un último mmmmmmmmmmmm, indicando que había quedado como nueva.

Pero su amigo aún no había terminado y estaba dispuesto a hacerlo. La tumbó sobre la cama y él se arrodilló sobre ella, con las rodillas apoyadas a ambos lados de su cuerpo. Se la meneó unas cuantas veces, mientras decía:

Te voy a pringar de semen.

Sí, dame tu cremita, dámela toda –contestó ella.

Fue lo último que pudo decir, antes de que los chorretones blanquecinos del tío cayesen sobre sus tetas y sobre su cara. Ella sacaba la lengua, para capturar algunas gotitas, que se tragaba al instante. La dejó cubierta de brillantes gotitas y ella se relamía, para comerse las que estaban a tiro de su lengua. Él cogió con el dedo un poco de semen que había caído en las tetas de ella y se lo metió en la boca. La cerda de Patricia lo chupó con ganas, mientras escuchaba:

Pero como te gusta mi semen, furcia...

Sí, me gusta mucho, está muy rico –respondió ella.

Se limpió un poco con un pañuelo de papel y pidió a su amante que le aplicase un poco de Nivea en el ano. Se arrodilló sobre la cama y puso el culo en pompa. Su ano tenía un color entre rojo y amoratado, resultado evidente de la enculada que acababa de recibir. Su amigo aplicó Nivea con cuidado en él, casi con cariño, mientras ella emitía suaves quejidos. Desde luego, iba a tener dolor de culo los próximos días.

LA ESPÍA QUE ME AMÓ

Cuando Sonsoles y yo volvimos a su habitación, nos sentamos en la cama, sin que ninguno de los dos supiera qué decir. El reloj marcaba las once y diez de la noche. Al final fui yo el que habló:

¿Qué te ha parecido el espectáculo?

Una pasada. Mejor que una peli porno en directo.

Supe que estaba excitada, por su manera de mirarme. Aquel día estaba resultando fuerte en emociones. Pero la espía buena estaba decidida a que yo no me fuese tan pronto. Sin decir nada se quitó la ropa, permitiéndome ver su cuerpo, joven y perfecto. Dado que los dos sabíamos lo que iba a pasar, no hacía falta decir nada. Yo también me desnudé y, sin perder un momento, empezamos a besarnos. Lo hacíamos en silencio, ya que no estábamos solos en la casa. El problema era que ella no tenía condones y yo tampoco. Patricia tomaba la píldora, por lo que yo nunca llevaba condones encima.

Pese a lo excitante del momento mantuve la cabeza fría. Si no había perdido la calma con todo lo que había visto antes, no lo iba a hacer ahora. Decidimos limitarnos al sexo oral. Dado el estado de excitación casi permanente que los dos teníamos desde hacía casi dos horas, no nos costó nada entregarnos al placer. En el suelo, para que el chirrido de la cama no nos delatase, hicimos un largo 69. Mientras ella me la chupaba, de un modo suave, preciso y placentero, yo me encargaba de su conejito. Tenía un coño suave, de sabor embriagador, cubierto de un abundante pelo negro muy rizado.

Me había olvidado totalmente de la puta de Patricia y solo estaba concentrado en saborear los encantos de Sonsoles. La comí con unas ganas enormes, provocando en ella dos orgasmos. El primero al poco de empezar mi voraz tarea sobre su almejita. El segundo, más intenso, mientras mi lengua vibraba sobre su clítoris y tenía metidos dos dedos en su coño y otro más acariciando su ano. Se corrió ambas veces en silencio, con un suspiro apenas audible, mientras arqueaba la espalda y soltaba sus ricos jugos sobre mi cara y boca.

Ahora te toca a ti.

Me sentó en el sillón de cuero y se arrodilló entre mis piernas. Desde luego no parecía hermana de Patricia. Sonsoles disfrutaba chupando una polla, de eso no cabía duda. Lo hacía de maravilla, empleando en su justa medida los labios, la lengua, las manos, el paladar, los dientes.... Yo estaba en la gloria y, la verdad, hubiese deseado que aquello durase infinitamente. Apartaba con cuidado el pelo de su cara, viendo como su boca se tragaba una y otra vez mi polla, con un ritmo paciente y perfecto. Ella me miraba de vez en cuando, con unos ojos cargados de pasión y de deseo. Era una maravilla. Pero nada es eterno, por lo que al cabo de unos deliciosos minutos acabé sintiendo que iba a explotar en su boca. "Cuidado, acabo", advertí a mi espía aliada, pero ella no retiró la polla de su boca. Recibió con evidente placer mis chorros de semen en su boca, tragando parte de mi corrida y dejando que el resto resbalase por sus labios.

Nos miramos unos largos momentos. Yo estaba exhausto del placer que acababa de sacudir mi cuerpo. Ella, encantada de haberme ayudado y complacido. No creo que sintiese pena por mí, ya que era lo suficientemente inteligente para saber que su hermana no me convenía. Nos vestimos sin prisa y yo me dispuse a marcharme. En el cuarto de baño que había arriba, al fondo del pasillo, se oían risas y agua que corría. Patricia y su amigo se estaban duchando y, tal vez, haciendo algo más. Sonsoles me acompañó hasta la salida de la casa y allí dije:

Gracias por todo, Sonsoles.

Gracias a ti, Paco. Me has hecho pasar la tarde más excitante de mi vida.

Nos besamos levemente en los labios y yo me encaminé hacia el callejón donde había dejado el coche. Eran las doce y cuarto. Arranqué y enfilé hacia la ciudad.

DESDE RUSIA, CON AMOR

Para terminar la misión con éxito solo me faltaba hacer que mi exnovia se enterase de que yo estaba al corriente de todo. El domingo por la noche le envié un mail, en el que decía que sabía perfectamente que era una vulgar puta. Como soy educado, añadí que lo nuestro había terminado el miércoles, aunque ella con su comportamiento del viernes no lo sentiría demasiado. Por supuesto no mencioné la ayuda que Sonsoles me había prestado, aunque sabía que Patricia lo iba a suponer. Para rematar el mensaje escribí lo mucho que me había encantado ver su culo penetrado por una buena verga, y le dije que todo lo que aquel tipo había hecho con ella el viernes por la noche, también hubiese podido hacerlo yo, si me hubiera dado la oportunidad, claro. Ya que la historia se había basado en el espionaje, no me resistí a poner en la línea "asunto" el siguiente texto: "Desde Rusia, con amor". No creo que ella lo entendiese, pero eso era lo de menos.

El lunes por la tarde sonó el teléfono. No lo cogí y esperé a que saltase el contestador. Al rato escuché el mensaje. Era Patricia, que me suplicaba para que hablásemos. Naturalmente, me lo podía explicar todo. A mi, como es lógico suponer, no me interesaban lo más mínimo sus explicaciones, ya que lo había visto todo en directo. Siguió llamando durante toda la semana, con idéntico resultado. Me envió varios mails, a los que yo no contesté, en los que me decía que todo se podía arreglar, que aquel tío solo había sido algo pasajero y que no me volvería a ser infiel nunca más. En el segundo mail me dijo que haría todo lo que yo quisiera, pero a mí eso ya no me impresionaba. Estaba ocupado, disfrutando de una incipiente relación con una compañera del trabajo.

Tampoco volví a saber nada de Sonsoles. Podía haberla llamado, pero finalmente no lo hice. A fin de cuentas, en las pelis de espías los protagonistas no se vuelven a ver nunca. Cumplen su misión, se ayudan y se aman, pero sus vidas se separan en cuanto logran sus objetivos. De todos modos siempre me quedará el delicioso recuerdo de aquella espía.

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