viernes, 12 de octubre de 2007

Última confesión

Desde que descubrí la excitación que me produce la idea de saber que mi mujer fue gozada por otros hombres en forma clandestina durante todos estos años de matrimonio, esto se ha convertido en un ingrediente indispensable de nuestras relaciones, de hecho, al día de hoy no consigo una buena erección a menos que María me cuente alguna de sus experiencias de infidelidad a lo largo de estos años.

Las experiencias que he contado anteriormente ocurrieron hace años; la que voy a contarles esta noche, aprovechando mi ataque de ansiedad e insomnio, es una aventura que me contó mi esposa el viernes pasado antes de sodomizarla con un vibrador, y que ocurrió hace sólo unos meses, a mediados de diciembre del año pasado. Para aquellos que no hayan leído mis relatos anteriores, les pongo en autos sobre las condiciones de mi mujer, cuenta con unos bien llevados cuarenta y tres, si bien es algo rellenita, es una mujer hermosa de piel suave y su figura es muy atractiva.

Los eventos ocurrieron durante la preparación de los alumnos para exámenes finales de un colegió de la zona norte de Buenos Aires. Mi esposa y dos de sus amigas y compañeras de estudios montaron hace ya más de tres años un instituto particular donde se da clases de apoyo a alumnos de colegios privados con dificultades para alcanzar las exigencias académicas; según entiendo (ya que a veces yo las ayudo con las cuestiones contables) no es un gran negocio pero lentamente van prosperando.

Lo concreto es que durante la división de alumnos para el trabajo, a mi mujer le toco un grupo de seis muchachos con dificultades en el área de ciencias sociales, cinco de ellos entre los diecisiete y dieciocho años y uno con historial de repetir cursos de diecinueve años ya camino a los veinte. El curso tenía el último turno de la tarde 17 a 19:30 en el contrafrente de un segundo piso de un edificio de avenida Maipú. Durante las primeras semanas le relación con los muchachos fue la normal de una docente con un grupo de alumnos conflictivos. El cambio de actitud me lo comentó con gracia, mi mujer cuando, con los calores del mes de noviembre, ella comenzó a vestir prendas más ligeras, notó el cambio de actitud en la mirada de los jóvenes y aprovecho la situación para impulsar la clases, ya que en este tipo de instituto es esencial conseguir que los alumnos pasen sus exámenes para seguir en el negocio.

El juego de provocar a los muchachos con sus escotes, minifaldas, cruces algo atrevidos de piernas, más la confianza mutua generada en las horas compartidas casi a diario, dieron paso a un giro de comentarios y doble sentidos de obvia alusión sexual que crecía día a día. Esto excitaba a mi esposa de manera creciente (lo cual yo disfrutaba sin saber), ella había visto en varias ocasiones los bultos de los jóvenes que ya no intentaban ocultar sus erecciones y en varias oportunidades los había sorprendido espiando dentro de su escote, o tratando de rozarle las nalgas con el dorso de las manos o inclusive con el miembro. Cuando me contaba estas cosas (por aquella época nuestro sexo era bastante tradicional todavía) bromeábamos sobre como reaccionarían de poder gozar de ella, de hecho estos comentarios provocaban una catarata de jugos en la concha de mi esposa.

Sobre la primera fecha de los exámenes mi esposa decidió asistir al curso con una camisa bastante liviana (semi transparente) y sin corpiño, cuando le pregunté si no le parecía demasiado me respondió que se trataba de un recurso pedagógico para que los alumnos estuviesen distraídos y relajados y no se pusieran nerviosos por el examen del día siguiente. Funcionó conmigo de maravillas ya que me olvide de una importante reunión de trabajo y la practique un cunnilingus de antología, debo confesar que detrás albergaba la idea de que estuviera sexualmente satisfecha antes de salir de casa para que no me hiciera cornudo esa misma tarde. Iluso de mí, aún no había descubierto los límites de mi perversión, ni los de ella.

Esa misma noche me contó que la imagen de los muchachos en el aula cerrada al verla quitarse el chalequito que llevaba como parte de su atuendo y ver la transparencia de su camisa y sus pechos redondos y aún firmes fue perturbadora, por unos minutos todo fue muy tenso y "erecto" hasta que ella misma hizo un comentario gracioso sobre sus tetas y descomprimió la situación y si bien no dejaron en las dos horas y media de mirarla fijo a los pezones, respondieron bastante bien al cuestionario tipo que servía de modelo a los exámenes.

La noche siguiente volvió muy malhumorada porque ninguno de los seis había aprobado el examen y tenían que repetirlo diez días después. Estaba decida a hacerlos aprobar como fuera necesario, si era preciso los iba a torturar para que estudiaran me comentó. Y en efecto fue lo que hizo.

Durante tres días la relación con los "chicos" fue formal y "seca" de acuerdo a lo que me contó, hasta que faltando exactamente una semana para repetir el test, se paró frente a ellos sobre el final de la clase y mirándolos uno a uno les dijo –estoy sorprendida y decepcionada- a lo que siguió otra reprimenda por los resultados –así que decidí darles un incentivo- haciendo una pausa para que absorbieran lo que estaba ocurriendo, luego sin decir más se fue quitando la ropa, primero la camisa, luego el corpiño, luego la tanga y por último y con un gesto teatral dejó caer la pollera al suelo, dio un paso al costado saliendo del encierro de las prendas, y los miro uno por uno –les gusto?- preguntó –hace semanas que me devoran con la vista, cuanto hace que sueñan con verme así? – ninguno pronunció palabra alguna, mi esposa recorrió lentamente el semicírculo de los pupitres delante de ellos volvió al centro y tomando sus ropas del suelo les espetó – ¡el que aprueba me coge!, así que se acabaron las clases de ahora en más estudian solos – y terminando de vestirse salió del aula y del edificio.

La semana transcurrió con lentitud y la tarde del día del examen, mi esposa los esperó puntualmente en el aula donde todo había ocurrido. Los seis llegaron juntos, serios y callados, tomaron asiento mirándola fijamente y con pereza pusieron sobre las mesas los exámenes corregidos. Mi mujer recorrió las mesas y sonrió con satisfacción – todos aprobados – dijo dirigiéndose hacia la puerta, la cual cerró por dentro. Al volverse los vio, de pie y sonrientes, llevo su mano hacia atrás, descorrió el broche del vestido que llevaba y se lo quitó por sobre la cabeza. No tenía ropa interior por lo cual los jóvenes tuvieron el espectáculo de su desnudez ahora accesible. Se abalanzaron sobre ella casi haciéndola caer contra una pared.

Al contarme esto María tenía una suerte de doble placer, el de haber logrado enseñar algo a esos torpes y de la hembra caliente al tener todo el sexo que pudiera pedir. -Fue como un sueño- me dijo sentía manos, dedos, pelliscones, lenguas, besos y caricias y miembros en contacto con todos los rincones de su cuerpo, no solo sus pechos, sus nalgas, su vulva, sino también sus rodillas, sus pies, sus axilas, estaban siendo explorados en forma compulsiva. La levantaron en el aire y la llevaron hacia el escritorio.

Mientras alguno la besaba introduciendo su lengua hasta la garganta, otro introducía su lengua en la concha y otras lenguas recorrían sus pechos. Sin saber cuando ni cómo todos los "chicos" se fueron desnudando, y fue tocando pijas y huevos que acariciaba con frenesí. En minutos tuvo un cuerpo sobre ella y sintió sus piernas abrirse sin que su cerebro diera la orden (de hecho eran dos muchachos que abrieron sus piernas) y el calor de una verga dura dentro de su concha (así me lo relató, con esas mismas palabras). Sabe que todos la gozaron, que a todos los beso, que lamió los miembros de todos, pero no puede definir a ninguno en particular, fue como una experiencia mística, como un paseo por el paraíso.

Cuando salieron del aula era noche cerrada.

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