viernes, 12 de octubre de 2007

Las vacaciones

El verano en que yo tenía 20 años y mi novia 19, el pasado, nada apuntaba a su comienzo que iba a ser tan fabuloso. Para empezar, en la universidad nos alargaron el periodo de exámenes hasta días crueles y nos metieron unos
temarios demasiado extensos, por lo que además de estar jodidos más tiempo que nadie también nos jodían más profundamente, pues estábamos tan liados estudiando que ni organizar unas vacaciones en condiciones pudimos.



Yo hice mi último examen 4 días antes que mi novia el suyo, y pasé esos días
relajándome, apoyándola moralmente y sobretodo buscando un apartamento
barato en algún lugar de costa. Pero esos son los que primero se acaban.
Finalmente, nos encontramos sin qué hacer, encerrados en una calurosa ciudad del interior y con poco dinero. Nada parecía indicar que todo cambiaría. Para bien de unos y mal de otros, desgraciadamente.

Se presentaba la cosa tan aburrida que me busqué un trabajo de reponedor en una gran superficie. Un martes medio entrado el verano, estaba reponiendo las lechugas cuando sonó mi nombre en el altavoz. Acabé lo que estaba haciendo y acudí aprisa a la llamada. Cogí el teléfono, era mi padre: “Tu tío-abuelo ha muerto”. Me despedí del trabajo y acudí con urgencia. No
entraré en detalles.

Este desgraciado hecho, sin embargo, iba a cambiar mi verano y mi vida
sexual. Resulta que el viejo me dejó un coche de lujo, antiguo pero de lujo,
y diesel, y un cuarto de millón de pesetas. Esto sumado a las cien mil que
sumábamos entre las carteras de mi novia y mía apuntaba para unas buenas
vacaciones. Y así nos propusimos hacerlo. Y de manera especial.



Compramos un mapa de Europa y trazamos una línea de viaje en coche para ver las mejores playas del mediterráneo. A Maria, mi novia, le encanta el mar. A mi me resulta indiferente y en ocasiones molesto, pero accedí a hacer un viaje viendo las playas. Era la excusa perfecta para liberarme de tanta mierda
como había entonces en mi cabeza. La idea final acabó configurada en ir
desde nuestra ciudad hasta Almería y desde esta subir sin dejar de ver el
mar, parándonos cuando nos apeteciera y con destino a Marsella y ya de esta
volver a casa.

Empleamos una semana en organizarlo todo. Yo le pedí el dinero prestado a mi padre, pues no me lo habían entregado aún. No así el coche, que lo obtuve 5 días después de muerto el viejo.



Un día, volviendo de despedirme del trabajo, paré en mi antiguo barrio. Allí había crecido hasta entrado en la adolescencia y de allí me mudé a uno de clase mucho más alta cuando mis padres prosperaron. Aparqué mi coche y me compré una litrona en una tiendecilla y me senté en un parque. Mirando a los niños jugar, vi que una figura de yonki carcomido se acercaba a mi.

- "¿Tienes un cigarro, tío?", me preguntó.

- "Si, ten", le dije y le extendí el paquetillo.

Lo miré fijamente un rato mientras se lo encendía y sólo cuando daba media
vuelta me di cuenta de que ese individuo era mi mejor amigo de toda la vida.
Juntos habíamos empezado a fumar, luego a beber y a meternos mierda. Cuando me mudé, me limpié por completo y a él lo abandoné. Lo detuve y le dije quien era. Se alegró profundamente de verme y se sentó conmigo.

Era un tío muy comunicativo. Siempre lo había sido. En absoluto le costó
trabajo abrirse a mi y en menos de media hora me había contado su vida con
pelos y señales, sin faltar a la verdad por muy escabrosa que esta fuera y
sin obviar detalles. Había estado muy metido en el infierno de la droga.
Pero ahora estaba limpio. Llevaba 4 meses sin meterse nada, hacía dieta para
engordar y trataba de alejarse de las juntas que lo habían inducido a esto
(entre las cuales no me incluía a mi, para mi sorpresa). Este era el punto más conflictivo: no tenia dinero para salir del barrio y así era imposible.


Me dio pena; me sentía responsable de su situación, así que, inocentemente,
pensé que estaría bien que se viniera con nosotros de viaje. Era una manera
de que se despejara y se alejara de las malas juntas el tiempo suficiente
como para limpiarse por completo. Y así se lo comuniqué. Al principio no me
creyó, pero lo convencí. Accedió entusiasmado.

Con María fue otro cantar. Ella es una niña muy pija. Todo le gusta de marca
y lo más importante de todo es la estética. Odia a los inmigrantes y a los
yonkis con todas su fuerzas; lejos de motivo convencional para esto, ella
los odia porque dice que afean la ciudad. Fui muy directo con ella, le conté
todo con pelos y señales. Puso el grito en el cielo, pero cuando le conté
cuan importante era para mi, aceptó.

Tres días después, estábamos en marcha. Recogí primero a mi amigo, Jaime,
que traía una maleta medio vacía y una bolsa con bocadillos que su madre,
que luego me contó que estaba entusiasmada con que saliera del barrio, había preparado para todos.



Luego fuimos a por Mari. Aparqué en la puerta y llamé al porterillo de su chalet. Al rato bajaba cargando con una gran maleta de ruedas. Estaba espectacular. Llevaba una faldita corta que dejaba intuir su precioso culo de diez, la mejor parte con diferencia de su cuerpo, una camiseta con las mangas recortadas blanca, un poco vieja que dejaba trasparentarse levemente la parte de arriba de su bikini y una gorra azul que tapaba su rostro, solo dejando ver sus carnosos labios con un piercing en la comisura superior izquierda.



Jaime y ella se saludaron como desconocidos mientras yo me destrozaba la espalda subiendo el maletón y nos pusimos en camino.

El viaje hasta Almería transcurrió en más o menos 4 horas. En el asiento del
copiloto iba Jaime, que estuvo hablando animadamente con María todo el viaje sobre nuestra niñez. Cualquier trastada que yo hubiera hecho era motivo de risas a mi costa.



Ya en Almería, paramos en una playa apartada que no tenía más que 4 ó 5 familias bañándose. Jaime y yo hicimos turnos para cambiaros en el coche y fuimos a la arena. Allí ya estaba María. Me sorprendió su bikini, no lo había visto antes. Estaba brillando bajo el sol, sonriente, sentada en su toalla. Sus pequeños pero redondos pechos apuntaban directos al agua y la brisa los endureció mientras hablábamos.



Al rato, ella se levantó y se fue para el agua. Me quedé boquiabierto: su bikini era de tanga.

Estuvimos bañándonos hasta que el sol cayó. Nos aseamos en las duchas de la playa y nos acercamos al primer pueblo que encontramos: Vera. Buscamos la zona de discotecas y aparcamos cerca, al lado del paseo marítimo. Entramos a la primera que vimos y estuvimos toda la noche bailando.



Mari iba espectacular: llevaba un pantalón pirata vaquero sin abrochar, atado con una cuerdecilla y una camiseta top que dejaba ver su ombligo.



Cuando nos cansamos, nos volvimos al coche. De camino, Mari se paró a hablar con tres chicos holandeses que iban muy pedos y muy salidos y mientras Jaime me dijo que él dormiría en la playa para que ella y yo pudiéramos intimar. Le dije que no era necesario, pero insistió.



Cuando llegamos al coche fue a tumbarse en la playa. Mari al verlo lo siguió y se tumbó con él. Yo hice lo mismo.

Nos despertamos al amanecer. La playa estaba desierta y nosotros cansados.

- "Quiero bañarme", dijo Mari.

- "Hazlo".

- "Si, pero será mejor que vayas al coche a por tu bikini. ¿No irás a bañarte con esa ropa de salir, no?", dije yo extendiéndole las llaves.

- "Uf, qué lejos. Paso. ¡Tengo una idea!", dijo ella.

Se levantó y se desnudó con total naturalidad y alegría y se fue a bañarse.
Jaime y yo nos quedamos en silencio viendo alejarse ese precioso y desnudo
culo. Cuando hubo entrado en el agua, Jaime dijo:

- "Yo...".

- "No digas nada, tío. Perdona. No sabía que iba a pasar esto. Supongo que estarás muy incómodo", le dije.

- "Si, me incomoda esto. Sobretodo por ti".

- "Hablaré con ella".

Esa misma tarde salimos rumbo al norte. El resto del viaje transcurrió con
mediana normalidad. Tuve una fuerte discusión con Mari respecto a lo que
hizo en Vera. Ella me dio a entender que si ella había dado su brazo a
torcer e ido de vacaciones con un yonki, yo tenía que dar a torcer el mío y
dejarla disfrutar en libertad de su cuerpo y broncearse como le placiera. No
tuve argumentos para contrarrestar aquello. Estuvimos enfadados sin
hablarnos dos días.



Algunas noches dormíamos en la playa y otras en hostales. Cuando parábamos en hostales, Mari y yo cogíamos una habitación aparte y yo entonces la sodomizaba con furia, hasta hacerle daño, en reprimenda por su actitud, pero por su sonrisa al final de los coitos me daba la impotente impresión de que por mucho que empleara fuerza, ella siempre ganaba la batalla.

Un día en una discoteca de Murcia, Jaime me confesó que llevaba años sin
follar. El aspecto cadavérico no ayudaba. Yo me propuse encontrarle ligue a
toda costa. Era una tarea relativamente fácil. Soy resultón, gusto a las
chicas. Sólo había que acercarse a una pandilla de tías, atraerme a algunas
y dejarle alguna de calidad media a mi amigo. El problema era la presencia
de María, que lo estropeaba todo... aunque sin culpa.

No se me ocurrió que el polvo de Jaime iba a ser mi propia novia hasta que
llegamos a Benidorm. Me impactó este lugar. Es como un universo bipolar. El
predominio de los ancianos de por el día se sustituye al caer la noche por
un fiesta desenfrenada donde corre mucha joven libertad. Aquí paramos para
pasar tres días. Cogimos dos habitaciones de hotel e hicimos vida normal de
playa y paella por el día.

La primera noche fuimos a un complejo de fiesta. Y allí le fui infiel a María. Fue inevitable, una preciosa sudamericana cuyo nombre ya ni recuerdo
se acercó a mí un momento en que bailaba solo porque Mari y Jaime bailaban
juntos muy agarrados. La agarré sin pensármelo. Yo ya llevaba unas copas de
más y cuando ella me propuso ir al cuarto de baño accedí sin darme cuenta de
qué hacía realmente.



Nos encerramos en un retrete y se levantó la falda y empezó a restregar su culo contra mi polla. Me la saqué del pantalón y la agarré con fuerza del pelo hasta que la obligué a hincar las rodillas en el suelo lleno de orín. Me hizo una mamada de escándalo y me corrí en su boca.


Cuando aún tenía mi semen en la boca, yo seguía follandole la garganta sin
piedad. Pronto se me enderezó de nuevo y se la introduje en la vagina sin
pensarlo. La golpeé con furia. La chica gritaba como una perra y yo rugía
como una bestia. Alrededor del reservado se oían voces masculinas que
comentaban divirtiéndose lo que hacíamos. Se corrió. Yo le tiraba con fuerza
del pelo y ella gritaba de dolor y placer a la vez.



- "¿Te correrás en mi culito, papi?", me preguntó, y con sólo oír estas palabras me corrí inundando su coño.



- "No, no va a poder ser", le dije aún jadeante. Me subí los pantalones y salí del baño.

Me confundí entre la gente de la pista de baile y poco a poco me fui acercando a mi novia y mi amigo, que bailaban con los labios muy cercanos.



- "¿Qué pasa?", pregunté.



Me preguntaron donde me había metido y dije que había estado tonteando con unas niñas. Mari no le dio importancia y nos fuimos.

Cuando íbamos por la puerta, Mari se paró a hablar con los de seguridad, que
se la llevaron a una habitación un momento.

- "¿Has ligado?", le pregunté a Jaime.

- "¿Con tu novia pegada a mí como si fuéramos una pareja?. Imposible".

- "Lo siento".

- "No pasa nada, tío. Pero que sepas que me la ha calentado muchísimo", dijo
Jaime riendo.

Los dos reímos.



Dos minutos después salió Mari muy contenta. No pregunté qué había pasado. Pensé que había estado poco rato para que hubiera pasado nada.
Y en cualquier caso, ya no tenía derecho a molestarme por una infidelidad.
Eso pensé. Y ahí empezó mi plan.

Esa noche dormimos plácidamente en un hostal. Ella se fue a la cama de
primeras. Yo me fui a al ducha. Mientras me aseaba, empecé a darle vueltas a
la cabeza respecto a lo que había pasado y lo que yo proyectaba hacer. ¿Estaba loco?. No, era un acto de solidaridad que además me daba mucho morbo.


El día siguiente lo pasamos con normalidad. A la noche volvimos a la discoteca.

Después de un par de cubatas, nos pusimos más bailones los tres. Esta noche, la música era más espesa y machacona. Mari no paraba de rozarse con los dos. Llevaba una faldita militar corta y una camiseta negra de tirantes. El pelo recogido en dos coletas y los pómulos brillantes.



De cuando en cuando, también rozaba su espectacular culo con algún varón que se acercara por allí, pero sobretodo se lo rozaba a Jaime. Pensé que mi plan iba a salir perfecto, por la forma de mirarlo, juraría que a María le
gustaba un poquito mi raquítico amigo.

En mitad de un baile de roce, Mari y mi amigo estaban sujetándose el uno al
otro frotando sus partes íntimas. Me acerqué a Jaime y le dije al oído el
gran secreto de María:



- "Si le logras meter un dedo en el chocho y luego se lo llevas a su boca, lo lamerá y entonces será completamente tuya. Es lo que más le pone con diferencia".



Ambos lo oyeron. Se quedaron sorprendidos mirándome, quietos ya sin bailar. Ella dio un paso para alejarse de él, pero él la sujetó con fuerza contra si y deslizó su mano entre sus piernas, vi como Mari se debatía en su interior, pero se dejó hacer. El trabajo estaba cumplido.

Minutos después íbamos los tres como motos hacia el coche. Mari y Jaime se
paraban por el camino a besarse apasionadamente. Él la agarraba de las
piernas y subía sus manos con lascivia hacia el culo, levantándole la falda
delante de quien hubiera en el lugar, y ella reaccionaba poniéndose más
cachonda. De cuando en cuando le metía el dedo en el coño o en el culo y se
lo llevaba a la boca y ella lo chupaba hasta el fondo, succionando con fuerza y dejándolo lleno de babas. Yo estaba empalmadísimo.

Llegamos al coche. Me senté en el asiento del conductor y ellos se fueron al
trasero.

- "¡Vamos al hotel!", grité.

- "Yo no puedo aguantar tanto", dijo Jaime, levantándole la camiseta a María,
que se dejaba hacer.

Me volví y la miré. Estaba absorta, con los ojos puestos en mi amigo, que la
sobaba con agresividad. Su boca estaba entreabierta, húmeda, su rostro
enrojecido. Sus firmes pequeños dulces pezones aparecían de cuando en cuando entre los dedos de las raquiticas manos de Jaime, que parecía desvivido por lo que estaba haciendo.



No me había fijado hasta ese momento, pero las coletas habían volado y tenía el pelo enmarañado; pero aun así estaba más preciosa que nunca.



Él deslizó su mano hacia la entrepierna de mi novia y en un pis pas le sacó el tanga, que tiró por la ventana, lo que la puso aún más cachonda. Empezó a masturbarla con fuerza. Ella apoyó los brazos en el respaldo del asiento trasero y en el cabecero del copiloto y empezó a gemir con desesperación.



Sus pulmones se hinchaban alzando sus tetas a cada gemido y su coño debía estar muy húmedo, pues desde mi posición se podía oir un ruido, como una palmada húmeda, cuando Jaime introducía con velocidad su dedo hasta el fondo y sus nudillos chocaban con el coño de mi novia. Cuando parecía que iba a correrse, él sacaba sus dedos y se los restregaba por la cara, poniéndola a mil, cosa que repitió varias veces.

Mientras hacía esto, se desabrochó el pantalón y se lo bajó, dejando al
descubierto su enhiesta polla. Ella la agarró con una mano y comenzó a
pajearlo sin cerrar su boca. Poco después, la agarró de los sobacos y se la
montó encima.



De una estacada se la introdujo hasta el fondo, soltando ambos, sobretodo él, un largo suspiro. Ella tomó aquí una parte más activa. Comenzó a cabalgar con fuerza. Movía sus cadera hacia adelante con velocidad, deslizando su bonito culo sobre las piernas de mi amigo. El contraste entre las delgadas piernas blancas de él y el redondo y morenito culo de ella era casi cómico. Él empezó a jadear con fuerza, de manera entrecortada. Estaba claro que se iba a correr. Lo supimos los tres a la vez.



María saltó de su lugar y casi en la misma caída se metió la polla de mi amigo en la boca y empezó a chupar con valentía. Tanto se la hundía hasta el fondo de la garganta como se la sacaba y besaba la punta como si fuera un
chupachups, subiendo y bajando con la lengua hasta el tronco y mordisqueando con furia los testículos. A menudo, cuando separaba su boca de la polla, un hilo de baba las unía como advirtiéndola de que no debía alejarse demasiado.

Él soltó un berrido y la agarró de la cabeza, hundiéndole la polla en la boca. Acto seguido empezó a tener espasmos. Vi como ella miraba sorprendida
para arriba mientras él seguía corriéndose más y más. Pronto, el semen
desbordó su boca empezó a correrle de las comisuras hasta la barbilla, de
donde le goteó a la camiseta arrugada sobre las tetas. Él se retiró al poco
para atrás y se dejó caer en el asiento.

- "Me encanta como sabe", suspiró ella, relamiéndose.

Los miré alucinado. Ella me miró a mi sonriendo con satisfacción. Después,
como una culebra se deslizó por el asiento y volvió a meterse la polla de mi
amigo en la boca y empezó a succionar. Él me miro:

- "¿Por qué has hecho esto?".

- "Tú te merecías a esta puta", le contesté.

Ella siguió chupando intentando endurecérsela a mi amigo. Yo, con el culo de
ella en primer plano, adelanté mi dedo hasta este y empecé a metérselo bien
a fondo.

- "Puedes darle por culo, si quieres", dije.

Ella rió sin sacarse la polla de la boca. Jaime y yo también reímos. Poco
después él la tenía de nuevo dura. Ella lo montó y follaron sosegadamente,
mirándose a los ojos durante largo rato y besándose con furia. Yo metía ya
tres dedos en el culo de mi novia.



Luego comenzaron a darle más fuerte, hasta que ella se corrió, lo desmontó y le ofreció el culo. Él dudó un poco y después se la introdujo por el agujero de atrás. Empezó a follarla con violencia, dándole manotazos y tirándole del pelo. Al poco acabó corriéndose en el interior de mi novia. Ella se separó de él y le lamió durante largo rato la polla.

Cuando se vistieron, conduje lentamente hasta el hotel. Entramos los tres a
la habitación. Yo fui directo al baño. Me tomé una ducha fría y cuando salí
ellos dos dormían en la cama. Me acosté yo también.

El resto del viaje continuó en circunstancias similares. Cuando uno se la
follaba, el otro miraba. A veces nos la chupaba a los dos y hasta una vez
nos hizo esto delante de varios mirones, en una playa de Gerona.



Cuando volvimos a la ciudad, soltamos a Jaime en su casa y nunca más hemos vuelto a saber de él. No sé si habrá recaído o no en la droga, no me importa en absoluto. Lo importante de esta historia para mi es la cantidad de fronteras que nos ha abierto a Mari y a mí en lo sexual. Y bien que lo aprovechamos.

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