viernes, 12 de octubre de 2007

Ignoraba hasta que punto es puta mi esposa

Los síntomas eran evidentes desde hacía ya bastante tiempo. Y aunque los veía, no supe interpretarlos correctamente ni darles la importancia que realmente tenían. Pero permítanme que les cuente.

Todo comenzó hace ya unos meses, cuando le dio por andar por la casa, fuera cual fuera la hora del día, en ropa interior, en general con provocadora lencería, pequeños tangas que apenas le cubrían los labios del coño y dejaban al descubierto todo lo demás.

Más tarde, un buen día, se depiló completamente el pubis, dejándose el coñito liso y pelado como el de una lactante. Si bien he de admitir que con el tiempo me he acostumbrado e incluso ahora lo prefiero y disfruto mucho de ello, cuando la vi así por primera vez me sorprendió que hubiera sido capaz de hacer tal cosa, algo que (al menos eso pensaba yo en aquella época) solo hacen las prostitutas y las actrices porno.

A partir de ahí la situación fue degenerando poco a poco. A veces, nada más llegar a casa de vuelta del trabajo me recibía eufórica y mimosa, vestida con solo un minúsculo tanguita y un camisón transparente en el que se marcaban puntiagudos sus excitados pezones. Mientras me preguntaba qué tal me había ido el día se me echaba encima, se frotaba sensualmente contra mí, me lamía el cuello y me besaba. Yo solía contestar evasivo, me la quitaba de encima alegando estar agotado tras la jornada laboral y me dirigía a la habitación para cambiarme de ropa.

También comenzó a entrar al cuarto de baño mientras me duchaba y meterse desnuda conmigo en la cabina. En general comenzaba con jueguecitos inocentes, tonteando como una niña, restregando los senos contra el vello de mi pecho y agarrando juguetona mi pene con una de sus manitas para con la otra frotármelo con la esponja. Pero en otras ocasiones era más directa, se arrodillaba directamente delante de mí y comenzaba a darme lametones en la verga y en los huevos, me agarraba sin remilgos la polla y se la introducía entera en la boca para proceder a mamármela con verdadera ansia. Casi siempre contrariado, la hacía salir de la cabina, regañándola por ser tan pesada, estar malgastando el agua caliente y alegaba el no caber ambos en la exigua ducha.

Y claro, casi cada noche quería sexo. Ya antes de irnos a la cama acudía a mi lado en el sofá, muy ligera de ropa, mientras me encontraba viendo la televisión y comenzaba a tocarme, a besarme buscando mi boca y queriendo meter en ella su lengua ágil. Cuando la empujaba de lado y le pedía que me dejara tranquilo ver el programa se marchaba cabreada a la habitación o al cuarto de baño, aunque otras veces no se rendía tan pronto e insistía, me abría la bragueta y comenzaba a sobarme y pelarme la verga. Entonces, de manera enérgica, le ordenaba dejar de hacer tonterías y recomendaba que si quería follar tuviera paciencia y esperara la llegada del fin de semana, que entonces, más tranquilos y descansados, haríamos el amor.

Recuerdo uno de esos episodios en el sofá en el que se sentó a mi lado y sin prevenir me tomo decidida una mano y se la colocó entre las piernas abiertas, poniéndola directamente sobre su vulva. Estaba empapada. No húmeda o excitada, no. Totalmente empapada. Una auténtica ninfómana en celo. Tan salida estaba que bastaron unos segundos para que, tras hundirle dos dedos en el coño y comenzar a pajeárselo al tiempo que con la yema del dedo pulgar le apretaba y masajeaba sobre el clítoris, explotara en un fuerte orgasmo que le arrancaron irrefrenables gritos de placer.

Esos son algunos de los síntomas a los que me refería antes. Pero yo, al menos durante los primeros meses, no les daba mayor importancia. Atribuía todo eso a un simple deseo de llamar la atención, a algún calentón momentáneo, quizás un desarreglo hormonal transitorio o una necesidad de afirmar su feminidad en un momento de su vida en el que se planteaba ciertas dudas. Tonterías propias de las mujeres, me decía. Además, por mi parte, estando ya metido en mi quinta década de vida, tras casi veinte años de matrimonio, con la rutina diaria y los problemas en el trabajo he de admitir que últimamente mi libido estaba, digamos, un tanto adormecida.

Dulce, mi esposa, es ocho años más joven que yo, una linda mujer, coqueta y muy femenina. Aunque es más bien bajita y físicamente puede no parecer espectacular a primera vista, tiene un bonito rostro, con una boca de labios sensuales y ojos de pícara mirada, y un cuerpo muy deseable que a pesar de su edad ya madura se conserva firme y prieto. Quizás el hecho de no haber tenido hijos haya propiciado el que sus senos, sus piernas o su lindo trasero puedan todavía rivalizar con los de cualquier veinteañera.

Cuando llegaba el fin de semana hacíamos el amor. Reconozco que de manera rutinaria y sin excesivo morbo. Las sesiones solían durar pocos minutos y ser muy similares: Unos besitos, masturbarnos mutuamente mientras yo le chupaba un poco los pezones, en ocasiones unos segundos de sexo oral y colocarme encima de ella para penetrarla, agitarme hasta correrme y caer derrumbado a su lado para quedarme dormido rápidamente. Reconozco que muy insuficiente para satisfacer a alguien como Dulce.

Con el paso del tiempo y viendo que su comportamiento lejos de volver a la normalidad empeoraba y que los periodos de "calentura" se hacían cada vez más frecuentes e intensos, comencé a hacerme preguntas. Observé que pasaba mucho tiempo sentada frente al ordenador y que muchos de esos momentos de ardor y ansia sexual se presentaban después de haber estado tecleando.

Me picó la curiosidad y una noche, alegando estar especialmente cansado, me fui a la cama muy temprano y simulé dormirme enseguida. Como sospechaba, al rato de haberme acostado Dulce se metió en el despacho y la oí conectar el ordenador. Esperé unos minutos y me levanté. Descalzo y en silencio, avancé despacio por el pasillo y me acerqué a la puerta entreabierta del pequeño trastero que nosotros llamamos, pomposamente, "el despacho", para mirar en el interior.

¡Me quedé pasmado! Veía a mi esposa de espaldas, desnuda, sentada en la silla frente a la pantalla, la cual ocultaba casi por completo con su cuerpo. A cada lado de la silla se veía una de sus piernas. Estaba completamente despatarrada, con las piernas exageradamente abiertas. Una de sus manos se veía manipular el ratón y la otra adiviné, por la posición de su brazo, que la tenía en la entrepierna y también en movimiento. Mi mujer se estaba masturbando mientras miraba algo en la pantalla, probablemente imágenes de sexo, sin duda pornográficas, y estaba gozando, gemía con sincero placer y al cabo de unos minutos oí sus gemidos convertirse en gruñidos y su cuerpo sacudirse al correrse.

No daba crédito a lo que acababa de ver. ¡Mi querida esposa haciéndose pajas como una furcia viciosa, excitándose y dando rienda suelta a sus bajos instintos mirando guarradas en una pantalla! Confieso que supuso un choque para mi y que, sin saber como reaccionar, simplemente di media vuelta y regresé a la cama. Al meterme entre las sábanas me percaté que mi pene estaba erecto, me sentía ansioso, agitado y no se borraba de mi mente la imagen de Dulce masturbándose, gimiendo y corriéndose. Esa noche, por primera vez desde hacía ya muchísimo tiempo, también yo me hice una paja.

Quería saber más, necesitaba saber más. Hablé con Arturo, el informático de mi empresa, y le pedí consejo. Le mentí diciéndole que cuando me visita mi hija Alba (fruto de mi primer matrimonio) utiliza el ordenador de casa, sobre todo para navegar por Internet y chatear. Alegando preocupación por los peligros que la red puede esconder para una joven aún inocente y vulnerable, le pregunté si de alguna manera era posible saber con posterioridad qué páginas había visitado, qué documentos había consultado y de qué y con quién había hablado en los chats.

Muy amable y competente, Arturo me explicó como consultar los históricos de Internet, en que lugares se almacenan los documentos procedentes de la red, donde se graban los diálogos mantenidos en el chat y como activar la opción de grabación de los mismos. Pero, lo más interesante, me instaló en el ordenador portátil y me explicó como utilizar un programa espía que, cargándose en memoria al encender el equipo y haciéndose "invisible", va grabando en un archivo todas las teclas que se van pulsando durante la sesión, absolutamente todas, de manera que permite saber, entre otras cosas, qué "nicks" se utilizan, qué direcciones de correo se han abierto e incluso la clave de acceso a las mismas.

Esa misma tarde instalé el programa en el ordenador de casa. Tres días después, alegando en el trabajo sufrir mareos y una fuerte jaqueca, volví a casa a media mañana y me dispuse a controlar el fruto de mi trampa cibernética.

Lo primero que busqué fueron las grabaciones de las conversaciones en el chat, pero no encontré nada. Comprobé que mi esposa había desactivado la opción de grabación. Eso ya era muy sospechoso y me animó a seguir buscando. Continué consultando el histórico de las páginas de Internet visitadas. Esta vez la cosecha resultó mucho más interesante y fructuosa. Estaba la lista, día por día, de todas las visitadas desde hacía dos semanas.

Casi todas eran, como sospechaba, de sexo, puramente pornográficas. Y de ellas la mayoría tenían como tema central el sadomasoquismo y los juegos de dominación y sumisión. Con increíbles fotografías de hombres y sobre todo de mujeres atadas, amordazadas, azotadas, folladas por uno o varios individuos e incluso por animales, violadas, humilladas, golpeadas, con los rostros con frecuencia inundados de esperma.

Una vez más, no lo podía creer. ¡Mi Dulce atraída por ese tipo de prácticas!.

También encontré referencia diaria a éste sitio de relatos al que al final he decidido enviar esta anónima confesión. "¡Maldita cerda!" –me dije a mi mismo, comenzando a enfurecer- "Seguramente las pajas que se hace sentada en esta misma silla son producto de la excitación que le provocan todas esas páginas, esas fotografías de prácticas extremas y la lectura de historias en las cuales sus autores describen con todo lujo de detalles sus perversiones sexuales".

Inspeccioné el disco duro buscando fotografías u otros documentos de ese tipo pero no encontré nada de interés. Entonces abrí el archivo que produce el programa espía que contiene el registro de todas las teclas pulsadas. La cantidad de texto que figuraba era inmensa y desordenada, pero Arturo me había explicado algunos trucos para encontrar rápidamente la información que me interesaba.

Buscando direcciones de correo electrónico encontré la que utiliza con su nombre y apellido y que conozco muy bien, ya que es a la que suelo enviarle chistes y copias de artículos desde mi trabajo. Como la clave de acceso figuraba al lado de la dirección y de manera clara y visible pude acceder a los mensajes, pero comprobé que no había nada raro en los pocos correos que conservaba.

También encontré otra dirección cuyo nombre de usuario no me decía nada y me dejó muy mosqueado: «CINNAMONHOT». En esa cuenta la cantidad de correos almacenados era mucho mayor que en la "oficial". Y la inmensa mayoría de los corresponsales eran, por supuesto, hombres. Observé que últimamente el intercambio de mensajes era especialmente intenso con un tal Antonio. Comencé a leer el diálogo entre mi esposa y ese tipejo y, cautivado por su contenido, no pude parar hasta haberlos leído todos.

Intercambiaban todo tipo de confesiones, expresaban sin rodeos sus perversas fantasías y el deseo de concretizarlas el uno con el otro, cosa que, afirmaban ambos, solo impedía la gran distancia geográfica que los separa. Tuve que leer cosas increíbles escritas por mi esposa, como por ejemplo...

"...mis fantasías sexuales son muy diversas, me imagino a veces siendo follada por un negro, ya se sabe del tamaño de sus pollas, ¡ay! solo de decírtelo mis pezones se pusieron duritos, duritos como piedras..."

"...que pena que estés tan lejos, te aseguro que yo sería tu puta esclava, fiel y sumisa, entregada siempre a darle placer a mi AMO..." " ...A falta de poder ser otra cosa, quiero ser tu ciberputa..."

¡Pero qué pedazo de furcia está hecha esta mujer! –Exclamé en voz alta- Con frecuencia en sus mensajes repetía ese tipo de deseos. Comprendí que se trataba de sus dos fantasías sexuales más intensas y deseadas: ser utilizada como un objeto sexual, tratada como una vulgar puta y... ¡ser follada por un negro!

Encima su amante virtual alimentaba dichas fantasías enviándole diariamente videos en los cuales solían aparecer mujeres gozosas siendo sometidas como perras, con frecuencia recibiendo en el rostro abundantes eyaculaciones mientras los hombres, agarrándolas del pelo o del cuello, les follan la boca y la cara. Y también otros en los cuales aparecen hombres de color dotados de increíbles trancas follando con mujeres a las que parece que van a reventar a pollazos.

También intercambiaron fotos propias. Las de mi esposa me eran familiares ya que, salvo las que estaban tomadas en su oficina, las había hecho yo todas. Pero las de su amigo... ¡menudo cerdo el tal Antonio!. En la mayoría de ellas estaba desnudo, en algunas con la pija completamente tiesa, había incluso algunos primeros planos de esa verga empalmada.

La rabia y los celos se apoderaron de mi. Ese cabrón, bastante más joven que yo, si bien no es un top-model se ve cuidado, esbelto y de aspecto viril, y además posee una polla de buen tamaño y que luce fuertes erecciones.

Imaginaba a mi esposa masturbándose, clavándose los dedos en el coño imaginando gozar de esa polla, sentirla recorrer su cuerpo, follarle las tetas y la boca mientras ese Antonio la trataba de sucia puta y derramaba su semen por su cara, como ella misma confesaba... "...me encantaría disfrutar en este preciso momento de tu verga erecta, y antes que nada de una comida de coño tan rica como las que describes, ¡ay!, que bárbaro, me estoy humedeciendo más cada momento..." "...quiero saborear tu semen, sentirlo llenarme la boca e inundarme la garganta, en verdad que me sacas esta puta que llevo dentro...".

Nunca hasta ese momento había padecido semejante ataque de cuernos. Estaba furioso, una avalancha de sentimientos se agolpaban en mi cabeza. Se mezclaban los celos de esos hombres por los que Dulce expresaba deseo, la ira por sentirme traicionado, la vergüenza y la frustración al comprender que mi esposa es una mujer insatisfecha y yo el culpable de ello, que no soy lo bastante hombre como para satisfacerla.

Se me acababan de romper todos los esquemas, de quebrarse los pilares que sostenían mi hasta entonces rutinaria vida y que yo creía estable e inmutable. Permanecí durante toda la tarde y la noche en ese estado confuso, como hipnotizado sentado frente al televisor. Argumentando estar enfermo y sin ni siquiera cenar ignoré más que nunca a mi esposa y evité su conversación, con la mirada fija en la pantalla y la cabeza dándome vueltas a mil por hora.

Recuerdo un momento en que en las noticias mostraban imágenes de Francia, donde bandas de vándalos tomaban impunemente las calles de las principales ciudades quemando coches y saqueando a sus anchas. Y otras en las que un famoso ex futbolista, corrupto, egocéntrico y drogadicto, con un QI equivalente al de un botijo, era invitado a una cumbre de jefes de estado y se erigía como nuevo ídolo político de masas con sus patéticos gestos y tópicos argumentos antiimperialistas. ¿Qué está pasando –me pregunté- es que estamos volviéndonos todos locos?.

La rabia y el ansia de venganza fueron ganando terreno hasta que finalmente, en plena noche, sobre las 4 de la madrugada, tomé una decisión y comencé a urdir un plan que me dispuse a poner en práctica inmediatamente.

Soy dirigente en una gran empresa de distribución de conservas y congelados, responsable de los almacenes de mercancías y de la contratación de personal para reparto en función del volumen de pedidos. Al día siguiente, al ir a seleccionar los temporeros para ayudar en los repartos del día, le rogué a dos de ellos, para los que dije no tener trabajo ese día, que me acompañaran a mi despacho.

Nicanor y Basilio son dos hombres jóvenes de color, de poco más de 20 años, que conozco desde hace cierto tiempo ya que vienen cada mañana a las empresas de la zona a solicitar trabajo para la jornada. Dos inmigrantes de algún país, supongo, del África subsahariana. Dos negros, o más bien dos negrazos, grandes y fuertes como los que Dulce describía en sus viciosas confesiones escritas.

Cerré la puerta del despacho y los invité a tomar asiento. Yo me senté en mi sillón y coloqué sobre la mesa, delante de cada uno de ellos, una suma de dinero equivalente al salario de un día de trabajo. Los chicos se miraban extrañados y permanecían en silencio, con expresión de no entender nada. Les indiqué que podían guardarse ese dinero como pago por la jornada del día, a pesar de no haberla trabajado. Los billetes desparecieron rápidamente en sus bolsillos. Seguidamente les coloqué delante el portarretratos con la fotografía de mi esposa (en la que era unos cinco años más joven) y otra suma de dinero equivalente a la anterior multiplicada por cinco, es decir, una semana de jornal. Entonces les expliqué mi plan.

- "Si aceptáis mi proposición, cumplís lo pactado al pie de la letra y cerráis la boca, además de divertiros como os he explicado podéis ganaros ese dinero. Y tenéis mi palabra de que cada vez que haya trabajo seréis los primeros elegidos".

Los muchachos, a pesar de no terminar de salir del todo de su asombro, aceptaron y acabamos de ultimar los detalles del plan para ese mismo día. Me cité con ellos en hostal donde residen sobre las ocho de la tarde.

Cuando regresé a casa me encontré a mi esposa de nuevo puteando en bragas por la casa y caliente como un horno. Respondí a sus arrumacos con pasión, aceptando sus besos y respondiendo con íntimas caricias. Mientras introducía mi mano por dentro de la braga y le acariciaba el coño con los dedos le propuse una cena romántica en un nuevo restaurante tailandés del que le dije me habían hablado muy bien. Añadí que más tarde podríamos terminar lo que estábamos comenzando.

Se mostró encantada, aunque el estado de calentura en el que se encontraba le hizo rogarme no cesar mis caricias y continué dedeándole el coño hasta que allí mismo, de pie y abrazada a mi, se corrió como una cerda empapándome los dedos y la mano con sus flujos. Tras esto corrió a la habitación a prepararse. Evidentemente, tuve que esperar más de una hora, pero pasé todo ese tiempo sintiendo mi excitación crecer imaginando todo lo que iba a suceder esa noche.

Cuando finalmente estuvo lista nos marchamos y conduje el coche hasta un barrio del extrarradio, próximo a los muelles del puerto, donde aparqué delante de la puerta de un viejo edificio.

- "¿Por qué nos paramos aquí?", preguntó extrañada mi esposa.

- "Es solo un minuto, cielo. Voy a aprovechar que nos pilla de paso para recoger unos contratos que les di a firmar a unos empleados que viven aquí. Ven cariño, acompáñame, no quiero que te quedes sola en el coche, este barrio puede ser peligroso".

Me acompañó, un tanto recelosa, y entramos juntos en el edificio en cuya entrada lucía un descolorido cartel que anunciaba el "Hostal Marina". Nada más pasar la puerta sentimos ese olor a humedad, suciedad y miseria propio de los edificios antiguos y abandonados al deterioro desde décadas. Subimos la estrecha y oscura escalera hasta el primer piso y llamé a la puerta numero 14, situada al lado del cuarto de baño comunitario del cual se escapaba un repugnante olor a orines rancios.

Se abrió la puerta y Basilio, de un movimiento de cabeza y sonriente, nos invitó a entrar. Era una habitación de unos 20 metros cuadrados, con una única bombilla colgando del techo y cuyo mobiliario se resumía a una vieja mesa, dos sillas dispares, un par camas de una plaza ambas con las sábanas (que imagino algún día fueron blancas) revueltas, un pequeño frigorífico y una antigua y mugrienta cocina de dos fogones en una de las esquinas, bajo la cual había una bombona de butano, cerca de la única ventana del cuarto.

Junto a la cocina había también un lavabo o fregadero, conteniendo una pila de platos y cacerolas en remojo y de cuyos bordes colgaban varios pares de calcetines que supuse habían sido lavados allí y estaban en proceso de secado. Por todas partes habían botellas, latas de cerveza vacías, zapatos y ropa sucia tirada. Sobre la mesa quedaban sobras de comida, latas de conservas abiertas y platos sucios aún con restos de su última utilización.

- "Joder –pensé asqueado- menudo desastre, vaya mierda de habitación. ¡¿Pero cómo pueden vivir en semejante pocilga?! Ya podían haber limpiado y ordenado un poco el cuarto estos guarros".

Los dos hombres nos recibían descalzos, con el torso desnudo y sendos pantalones deportivos, viejos y descoloridos, en los cuales marcaban obscenos bultos en la parte delantera. Me di perfecta cuenta de que Dulce los miraba a la vez temerosa y perturbada, recorriendo con la mirada sus cuerpos de arriba abajo.

Ambos permanecían sin decir palabra y observándonos de manera extraña. Manera que, quizás influenciado por el entorno, sentía incluso un tanto amenazante.

Comenzaba a preguntarme si no habría sido un error venir cuando mi esposa, aferrándose a mi brazo, me susurró al oído:

- "Por favor cariño, pídeles esos papeles y marchémonos".

Entonces, al volver la cabeza para mirarla, recordé la razón por la que estábamos allí. Rememoré el contenido de sus correos, aquellas obscenas frases y la humillación que sentí cuando las leí. Se desencadenó mi furia y, agarrándola de un puñado del pelo y tirando de él hacia atrás, le dije con voz rabiosa al oído:

- "¿Ya te quieres marchar?. No tengas tanta prisa, mujer. Dime una cosa, tesoro, ¿no es cierto que en el fondo no eres más que una vulgar puta que ansía ser follada por una buena polla negra?. ¿No deseabas tanto ser tratada como una sucia perra, como una asquerosa ramera barata?. Pues esta noche tus sueños se van a realizar, maldita cerda".

Tirándola de un empujón sobre uno de los mugrientos colchones y volviéndome hacia los chicos, añadí con autoridad:

- "¡Vosotros!. Venga, espabilad y joderos a esta puta como os de la gana, podéis hacerle todo lo que queráis".

- "¡Pero qué haces amor, ¿es que te has vuelto loco?!", exclamó sinceramente sorprendida, paralizada, con los ojos abiertos como platos y sin saber como reaccionar.

Cegado por la ira y tras soltarle una sonora bofetada (nunca antes le había levantado la mano, jamás), comencé a arrancarle la ropa a tirones, tratándola de muchas cosas, de las cuales "puta" era la mas delicada.

Mientras, los chavales se acercaban y comenzaban a animarse. Basilio se bajó de un tirón el pantalón, la única prenda que vestía, y apareció colgando una verga de buen tamaño y bastante gruesa, cuyo capullo, gordo y marrón, atrajo inmediatamente la mirada de mi esposa. El chico comenzó a reír con una risa burlona y estúpida, emitiendo un ridículo "ji ji ji ji". Sin ningún recato se colocó entre las piernas de mi mujer, le remangó la falda hasta la cintura y comenzó a sacarle las bragas.

Cuando se las hubo quitado le separó las piernas y, sin más preámbulo, le metió un dedo en el coño, entero, hasta el fondo. Comenzó entonces a girar esa mano, frotando y empujando el puño contra el sexo abierto de Dulce, comentando divertido y sin dejar de reír como un idiota lo mojada que estaba ya esa vulva. Seguidamente y ante la reacción de la guarra de mi esposa, la cual había cerrado los ojos y gemía ya de puro gusto adelantando y levantando el coño, hundió la cabeza entre sus muslos y comenzó a darle largos e intensos lengüetazos por toda la raja.

- "¡Qué sabroso coño de puta blanca!", exclamó divertido levantando la cabeza unos segundos, mirándome burlón y volviendo a hacernos oír su estúpida risita, para seguidamente continuar con la comida de coño que le estaba metiendo a mi mujer, la cual gemía con una intensidad muy superior a la que lo hace cuando yo le prodigo ese tipo de caricias, aunque he de reconocer que nunca lo hice con la misma intensidad y vicio que lo hacía el muchacho.

Entonces Nicanor, hasta entonces mero espectador, se colocó a su vez junto a Dulce y se quitó el pantalón y el bóxer, liberando así una impresionante verga, un enorme rollo de carne negra que colgando como una trompa entre sus piernas le llegaba a más de medio muslo.

- "¡Joder –pensé sinceramente sorprendido- menuda tranca tiene el cabrón!".

Y no fui el único sorprendido. Dulce, al percatarse de la enorme polla que pendía a pocos centímetros de su cara, se incorporó apoyándose en un codo, tendiendo la mano hacia el miembro tímidamente, sin llegar a tocarlo, con la boca abierta de admiración, la lujuria ardiendo en su mirada y la respiración entrecortada por el placer que la lengua del otro le daba al hurgar en su vagina.

- "Venga perra, ¡cómeme la polla!", le ordenó Nicanor con su potente voz, al tiempo que con una mano se agarraba y levantaba el gigantesco cipote y con la otra trincaba del cuello a mi mujer.

- "¡Saca la lengua y lámeme los cojones!", añadió empujándola sin miramientos hasta hacer chocar su boca contra las gordas pelotas negras.

Sin la más mínima queja, sumisa y obediente, la muy puta procedió al instante a lamer golosa las bolas del africano, mientras con la mano acariciaba y pajeaba el enorme tronco de ébano.

Yo la contemplaba ahí tirada, despatarrada, con la cabeza de un hombre metida entre los muslos abiertos y comiéndole los huevos y la polla a otro. Y esa mujer, esa furcia ¡era mi esposa, la mujer a la que durante tantos años creí conocer tan bien!. A pesar de ser el yo el único culpable de que nos viéramos en esa situación, no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Me sentía a la vez engañado, insultado, humillado y también excitado, notaba las mejillas arder de la rabia de saberme cornudo y de no poseer, como esos chicos, una verga grande y potente, joven y vigorosa.

La de Nicanor comenzó a hinchar y crecer hasta quedar tiesa paralela al suelo. La boca de mi esposa, abierta al máximo, apenas conseguía engullir esa polla. Los labios tensos abarcaban con dificultad el ancho tarugo, cuya tercera parte, es decir, unos diez centímetros, le entraban y llenaban la boca. Encajaba el miembro con los ojos desorbitados y respirando sonoramente y con dificultad por la nariz. Por un momento me preocupé pensando que se iba a ahogar, pero me tranquilizó ver que sin cesar de mamar esa verga y con lágrimas resbalando por sus mejillas comenzó a gemir, a mover y empujar el coño lascivamente contra la boca del chico que se lo estaba follando con la lengua. Mi mujer se corría ante mis ojos, estaba gozando como una gorrina, se corría en la boca de Basilio mientras la tranca de Nicanor le llenaba la suya.

Entonces Basilio, emergiendo de entre los muslos de mi esposa, con la boca brillante por los fluidos vaginales y la pija erecta y dura como un bastón, la agarró de los tobillos, levantó y separó sus piernas al máximo y con un par de embestidas le clavó la polla en el coño, tras lo cual comenzó a bombear fuerte.

El cabrito estaba tan excitado que en menos de un minuto se corrió, gruñendo de gusto y eyaculando dentro del coño de mi esposa. Cuando sacó la verga, de su ancho glande brotaban las últimas gotas de semen que el chico fue a derramar y restregar contra las tetas de Dulce.

La tranca de Nicanor se erguía tiesa delante de la carita de mi esposa, y desde la gorda bola oscura del glande hasta los aún más negros huevos se veía en toda su magnitud brillante y empapada de las babas de Dulce, la cual la seguía mamando con adoración, recorriéndola de arriba abajo con la lengua mientras la pelaba con ambas manos, soltando salivazos sobre el glande y embadurnando con la lengua toda la polla.

Basilio seguía frotándole la verga contra las tetas cuando Nicanor comenzó a gruñir con furia, como un animal rabioso. Sin ningún miramiento volteó a mi mujer colocándola bocabajo. La agarró de los riñones, le levantó el culo colocándola a cuatro patas, como una perra, y arrimó la punta de la polla a los babosos labios vaginales para comenzar a empujar. No se andó con romanticismos, en cuanto tuvo metida la gorda cabeza comenzó a embestir con rabia metiéndole en cada golpe esa pollaza casi en su totalidad. Nada más sentir esa gorda morcilla penetrar en su cuerpo Dulce comenzó a gemir de puro gusto y con las primeras embestidas del negro se corrió de nuevo gritando sin pudor.

- "¡Ábreme el coño, puta blanca, y muévete!", continuó imperturbable Nicanor, sin duda cerca de correrse a su vez.

Era una follada violenta, increíble, ambos gruñían como animales. Yo los observaba joder como hipnotizado. No sabría definir con exactitud mi estado en ese momento. Se mezclaban en mi la humillación de ver a Dulce (esa mujer con la que he compartido los últimos veinte años de mi vida) allí tirada encajando esas pollas y gritando desbocada de placer, gozando como una perra viciosa, con la excitación y el deseo que comenzaba a poseerme, un deseo primario, animal, un deseo tan intenso como no recordaba haber sentido nunca antes.

Me saqué la polla por la bragueta abierta del pantalón y comencé a cascármela. Fui a colocarme cerca de ellos para no perder detalle mientras me pelaba la verga y admiré la increíble metida que Nicanor estaba administrando a esa puta que no era otra que mi esposa. La piel blanca de los labios de su coño, que cernían como podían el diámetro de esa tremenda polla negra, se veía tensa y brillante encajando la verga, la cual entraba y salía de su cuerpo a un ritmo frenético.

Al oír intensificarse de nuevo los gemidos de mi mujer, sabiéndola cerca de un nuevo orgasmo, fui junto a ella y comencé a pegarle azotes en las nalgas, con furia, gritándole lo cerda que era, la vergüenza que sentía de tener una esposa tan puta, tan viciosa, el asco que me daba de verla tirada y follada como una perra. Con todo eso su orgasmo fue el más intenso y salvaje de la noche, a juzgar por sus gritos y sus obscenas palabras, tratándonos de cerdos, de putos cabrones y gritando a Nicanor que la follara más fuerte, que dejara de meterla como un maricón y le reventara el coño de una puta vez.

Yo también estaba como loco. La agarré del pelo y levanté su cabeza.

- "Toma mi polla, asquerosa puta, trágatela entera y sácame toda la leche, cerda, trágatela toda. ¡Puta, que no eres más que eso, una asquerosa ramera!", seguí gritando rabioso, al tiempo que le metía entera la verga en la boca, ya loco de deseo y perdiendo todas las composturas.

Basilio, que seguía con su risita idiota y volvía a tener la verga tiesa, se había arrodillado al lado de Dulce y, juguetón, le pegaba golpecitos en las tetas y en el rostro con la polla, la cual se agarraba y utilizaba como si fuera una porra de carne. Mientras, ella se tragaba entera mi pija, me la follaba con la boca con las idas y venidas que animaban su cuerpo consecuencia de la salvaje follada que le estaba metiendo Nicanor, al tiempo que me apretaba con fuerza los huevos y me empujaba un dedo dentro del ano, provocándome una mezcla de dolor y placer tan increíble que gozando como un cabrón, gritando de puro gusto como nunca antes lo había hecho, eyaculé abundante y directamente en su garganta, algo que también era la primera vez en mi vida que sucedía.

Quedé agotado y tembloroso por el enorme placer, las piernas apenas me sostenían y me dejé caer en una silla. Gozoso y cansado contemplé pasivo el alucinante final de la orgía.

Nicanor, que había detenido el bombeo y sacado la polla del coño de mi esposa, tras voltearla de nuevo procedió a colocar una rodilla a cada lado de su pecho para quedar sentado sobre él. Gruñendo como un cerdo restregaba furioso la polla y los cojones sobre sus tetas, la pasaba entre ellas follándolas mientras esa furcia las apretaba con las manos contra la verga, y buscaba golosa el glande con la boca para mamarlo cada vez que este llegaba hasta su cara.

El moreno no tardó en correrse gritando como un animal. Las dos primeras lanzadas de esperma cruzaron toda la cara de Dulce para ir a aterrizar en su pelo. La muy puta, al ver esa polla escupiendo leche, no dudó en agarrarla, pajearla fuerte con ambas manos y llevarla de nuevo hacia su boca, por lo que algunos chorros de semen le cayeron sobre los labios e incluso dentro de la boca abierta, dejándole la lengua, que siguió relamiendo la verga, blanca y lechosa.

Basilio observaba la escena y continuaba pelándose la polla. Viendo como la cerda de mi esposa seguía mamando la verga de su amigo, como queriendo ordeñarle con la boca hasta la última gota de leche, se arrimó a ella y comenzó a cascarse la verga con furia.

- "¿Te gusta tragar leche, eh, blancanieves?. Toma cerda, cómete esta, vamos puta, ¡mámamela!".

Obediente, mi esposa se giró hacia Basilio y comenzó a darle chupetazos en el glande mientras el chaval continuaba cascándosela. No tardó en enviar una nueva y abundante eyaculación por toda la cara de Dulce, la cual acabó inundada, los chorros resbalaban por ella, caían sobre su pecho y por ambos lados de la cara goteaban sobre el asqueroso colchón.

Tras unos minutos, cuando cesaron por completo los gemidos, se instaló un silencio embarazoso. Los chicos se levantaron y se dirigieron al pequeño frigorífico, del cual sacaron unas latas de cerveza, pero solo para ellos, sin invitarnos.

Dulce ofrecía una imagen patética: Sudorosa, con el pelo revuelto, desnuda solo con la falda enrollada en la cintura, y los muslos, la cara, el pelo y el pecho chorreantes de esperma, sin olvidar la importante cantidad que debía tener también en la vagina, la garganta y el estómago. Pero a ella parecía preocuparle bien poco. Su expresión era de gozo y felicidad. Agarró la sucia sábana que había enrollada a los pies de la pequeña cama y se limpió con calma el sudor y el semen.

Tras esto, se levantó y vistió lo mejor que pudo, ya que la falda estaba hecha una pena, completamente arrugada y manchada de esperma, y la blusa, que andaba tirada por el suelo, tenía una manga desgarrada. Se puso la chaqueta, recogió el sujetador que estaba también en el suelo un poco más lejos y lo guardó en el bolso. Las bragas creo que no las encontró.

Nos miramos brevemente y nos dirigimos hacia la salida, disponiéndonos a marchar. Nadie decía nada. Solo Basilio, una vez más burlón e impertinente, nos dijo mientras nos acompañaba a la puerta:

- "Joder patrón, ¡menuda zorra está hecha tu mujer!, ji ji ji ji, podéis volver cuando queráis, ya sabéis donde estamos".

Cuando salimos del hostal ya era noche cerrada. Casi no se veía gente por la calle, solo en las esquinas y bajo las farolas habían algunas putas proponiendo sus servicios a los hombres que deambulaban por allí. Regresamos a casa, ambos en silencio durante todo el trayecto. Me sentía gozoso pero también algo confuso. Tenía sentada a mi lado a mi esposa y sabía que su cuerpo estaba manchado, inundado del esperma eyaculado por las tres pollas que esa noche la habían follado y con las que había gozado como una auténtica furcia, como la puta que tanto deseaba ser y en lo que se había convertido ya definitivamente, mucho más puta, por lo viciosa, que aquellas que se veían en las esquinas vendiendo su cuerpo por dinero, haciendo de mi con ello un maldito cabrón, un puto cornudo consentido.

Desde ese día soy otro hombre, veo a Dulce con otros ojos y, como pueden imaginar, nuestra vida de pareja ha cambiado. Estuve cierto tiempo muy confuso, sin saber que hacer ni que pensar, pero ahora que he conseguido tragarme el orgullo y aceptar el peso de los cuernos en mi cabeza, estamos viviendo un periodo excepcional de nuestro matrimonio. Cuando la tengo cerca, cuando la veo andar por la casa puteando, vestida con sus tanguitas y camisones transparentes, ya no me preocupa que sea martes o sábado, los problemas que haya podido tener en el trabajo, qué programa estén poniendo en la televisión, ni la hora que pueda ser o la temperatura que haga.

Simplemente me precipito sobre ella como un poseso y la desnudo, la acaricio, le dedeo y lamo el coño y el ano, la beso (pero no como lo hacía antes sino metiéndole la lengua en la boca y mamando la suya), le clavo con rabia la polla, a veces tirados en el mismo suelo de la habitación de la casa en la que nos encontremos. Y cuando lo estoy haciendo por mi mente desfilan las imágenes de mi esposa gritando de gozo mientras era follada sin miramientos por aquellos brutos, con esas enormes pollas taladrándola y vertiendo esperma sobre ella, recuerdos que me excitan como un loco y precipitan al orgasmo.

Nuestra vida sexual se ha vuelto mucho más intensa y variada. Pero sé que para ella sigue siendo insuficiente.

Hace un par de días al llegar a casa la sorprendí tirada en el sofá, despatarrada y masturbándose con un vibrador mientras miraba un video porno, machacándose el coño con rabia y corriéndose gimiendo como una posesa, a pesar de que esa misma mañana habíamos follado en la cama nada más despertar. Si, sé que mi Dulce necesita más, que merece más. Que sueña con volver a ser poseída por otros hombres, por otras vergas más jóvenes, grandes y vigorosas que la mía. Y, porque la amo, estoy dispuesto a permitirle satisfacer tales deseos, incluso a facilitárselo. Siempre y cuando esté yo presente, claro está.

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