viernes, 12 de octubre de 2007

¡Ella no quería!

Nosotros somos un matrimonio normal de 42 y 39 años, y aunque parezca un
contrasentido a la vista de lo que voy a relatar, chapados a la antigua y tímidos.

Solo por salir de cierta monotonía y medio en broma, comencé hace unos
años a comentar a mi esposa, que un vecino nuestro, de 34 años, con el que
me llevaba muy bien, y estaba a todas horas en nuestra casa, bien viendo el
fútbol en canal +, o arreglándome el ordenador, que la miraba con ojos de
deseo.

Ella, siempre acomplejada de caderas algo anchas, ni me escuchaba, y decía que eran tonterías mías.

Pepe, que así se llamaba, era el clásico bromista que estaba siempre alegre y sin reparos en decir cualquier barbaridad, y la confianza con nosotros era absoluta, de forma que comentarios que de otra persona hubieran terminado a guantazos, de él eran tomados a risa.

El casado también, pero con su esposa, aunque la conocíamos, no nos unía
la misma amistad, es decir alguna vez intercambiamos visitas, etc, pero ni
mucho menos, por su carácter algo osco, como la que nos unía a su marido.

En fin, para no alargarme, que ji, ji, ji, que no, que no puede ser, y lo que empezó siendo un comentario por mi parte, para alegrar a mi esposa, resultó ser verdad.

Empecé a notar miradas de deseo hacia mi esposa, en Pepe, el cual a pesar
de guardar un respeto absoluto por ella, no podía disimular alguna que otra
mirada a su trasero o escote, llegando aquello al punto, que hasta mi mujer,
siempre ajena a estas cosas también lo notó.

Aquello me excitaba, lejos de molestarme, y por las noches empecé a jugar,
fingiendo que me trataba de Pepe, mientras hacia el amor con ella.

Al principio a mi mujer, no le hacía gracia aquello, pero insistí, y durante los prolegómenos, y el acto sexual, imitaba la voz y los gestos de Pepe, e incluso la llamaba por el diminutivo con que la llamaba él, diciéndole cosas, como “que ganas tenía de follarte”, “si tu marido se enterara”, y cosas por el estilo, que al cabo del tiempo noté que efectivamente la excitaban.

Nuestra vida, sexual, mejoró muchísimo, simplemente con estos juegos, de
tal forma que me armé de valor y me atreví a ofrecerle a mi mujer la
posibilidad de pasar efectivamente de la fantasía a realidad.

En principio me tomo por loco, y hasta se enfadó conmigo, pero pude
explicarle, que no se trataba de algo egoísta o vicioso por mi parte, sino
que me hacia feliz, saber que podía disfrutar de su cuerpo sin problemas y
con la certeza absoluta de que yo jamás lo iba a tomar mal, una especie de
regalo para salir de la monotonía.

Pareció entenderlo e incluso admitió que le daba morbo aquello, pero se
negó en redondo, ya que afirmaba que se moriría de vergüenza, hacer el amor
con un hombre y verlo todos los días en el ascensor de la casa, o peor aun,
mirar a su esposa a la cara.

Aquello supuso un triunfo a medias, ya que por lo menos reconoció que
efectivamente le daba morbo hacer el amor con otro hombre, aunque comprendía sus reparos, ya que como he dicho antes, somos mas bien chapados a la antigua.

De todas formas, seguimos fantaseando con ello, y por las noches haciendo
el amor, ya no se cortaba un pelo, llamándome Pepe, Pepito, mientras se
corría, o gimiendo frases como “nos puede pillar mi marido”, y por el
estilo.

Cuando menos esperaba que aquello terminara en algo real, paso lo
inesperado, que desató los acontecimientos.

Pepe cambió de trabajo, y debía irse a otra localidad, nos dijo que en un mes se iría de allí.

Le volví a insistir a mi esposa, diciéndole que el impedimento para
aquello, había cesado, ya que podría hacer el amor con el, sin tener que
avergonzarse al verlo después.

Ahora el inconveniente, se trataba, que de todas formas, el jamás le había
insinuado nada, (verdad y mentira, ya que aunque hablando en serio jamás
dijo lo mas mínimo, sus bromas de carácter erótico eran constantes), y por
supuesto ella jamás iba a dar el primer paso.

También lo comprendí, no imaginaba a mi esposa ofreciéndose de esa forma a
otra persona.

De nuevo la suerte cayó de mi lado, ya que una semana antes de irse, Pepe
y yo nos fuimos de copas, para celebrar su despedida, bebimos demasiado,
aunque no tanto como para emborracharnos, simplemente el punto en el que uno pierde ciertas vergüenzas o reparos, y que en el caso de meter la pata,
puede ponerse la excusa de ir borracho y no acordarse de nada.

Pepe empezó a hacerme comentarios sobre mi mujer, del tipo de que estaba
muy buena, que tendría que hacerme gozar mucho, y que incluso sentía envidia de mí.

En vez de cortar aquello, le di alas para proseguir, y le pregunte
“¿envidia de que?”, dándole la oportunidad, a que me contestara “¡de poder
hacer el amor con ella!”, y añadió como si temiera haberse pasado, “perdona
si he dicho una barbaridad, pero sabes que siempre os he respetado al
máximo, pero mas de una paja me he hecho a su salud, espero que no te
enfades por ello ya que nunca sería capaz de engañarte ni de faltar el
respeto a tu mujer”.

Ja, ja, ja, ji, ji, ji, pero en vez de cortarlo, le dije que tratándose de
él, y la amistad que nos unía, ya que se iba de la ciudad y posiblemente nos
veríamos muy poco, no me importaría que mi mujer lo hiciera.
No parecía creérselo, ya que yo tampoco me atreví a afirmarlo seriamente,
fingía estar medio bebido y bromeando, pero el aparentaba estar muy
interesado en seguir con la conversación, y prosiguió siempre como si ambos
camináramos por un hilo con miedo a caernos.

Ninguno nos atrevimos a lanzarnos a la piscina y la conversación terminó
siempre con la duda sobre la veracidad del tema, pero de todas formas mi
ultimo comentario fue decirle, que el único obstáculo, a pesar de mi
consentimiento, es que debía conquistarla, es decir simplemente le daba
permiso para intentarlo, pero con la condición de que si pasaba algo, como
buen amigo, debía contármelo en detalle.

Aquella conversación no la compartí con mi mujer, aunque le insistí, que
si surgía la oportunidad, debía aprovecharla.

Al día siguiente se presentó en nuestra casa, y mi mujer fue a la cocina
para fregar unos platos, Pepe me guiñó un ojo sonriendo, y se dirigió allí
con la excusa de beber agua.

Tardó cinco minutos en volver, y a pesar de que agudicé el oído, apenas
los escuché cuchichear. (no podía creer que estuviera intentado algo, ya que
dudaba muchísimo que nuestra conversación anterior, la hubiese tomado en
serio)

Pepe, volvió sonriendo, y sentándose a mi lado, me susurró “tu mujer,
lleva unas braguitas negras preciosas”, y por que estaba sentado, que si no
me caigo de espaldas, ya que recordé que ¡era verdad!

Mi mujer regresó de inmediato, y solo ver su cara supe que algo había
pasado, ya que se encontraba terriblemente azorada, y prácticamente le
temblaban las manos.

Estuvimos charlando amistosamente, y mi morbo era bestial, ¡el muy cabron
se las había arreglado para verle las bragas a mi esposa!, y estaba deseando
saber como, pero no podía pensar que hacer, en parte deseaba salir de allí
y dejarlos solos, pero no era tampoco caso de decir voy a comprar tabaco, y
regresar a las dos horas, era demasiado descarado, y mi mujer imaginaria que
entre Pepe y yo había existido algún pacto.

En su lugar, ideé la forma para provocar la situación mas disimuladamente,
y ofrecí a Pepe, que ya había dejado de trabajar, que como ultimo favor,
podría arreglarnos un grifo que goteaba del cuarto de baño, ya que era un
manitas en esas cosas, pero como ya era muy tarde, que viniera por la
mañana, aunque yo estuviera trabajando.

Como imaginé, Pepe, sonrió de oreja a oreja, e incluso se permitió
bromear, diciendo “puedes estar tranquilo, que aunque esté toda la mañana a
solas con tu mujer, el unico grifo que tocaré será el del cuarto de baño”.

Estuvimos riéndonos un rato, y se fue a su casa, intercambiando alguna
miradita con mi esposa.

Aproveché para preguntar a mi mujer por lo sucedido en la cocina.

Alterada, como si no pudiera creérselo, me contó, que mientras estaba
fregando los platos, Pepe le había dado una palmadita en el culo, y que
antes de poder reponerse, le magreó las tetas, e incluso le levantó el
vestido para verle las braguitas.
Ella, acojonada, ya que no sabía nada de lo que habíamos hablado, le
llamó la atención, susurrando para que yo no lo oyera, y el le dijo que la
deseaba desde años atrás.

Charlaron un rato, en el que ella decía que era imposible y el insistía en
sus deseos, pero que no llegaron a concretar nada.
Me provocó un morbo brutal escucharla imaginando la situación, y aproveché
para decirle que por fin había comprobado la veracidad de mis palabras,
sobre cuanto la deseaba.

Mi mujer se paso la tarde nerviosa perdida, y noté que efectivamente le
daba morbo aquello..

Esa noche hicimos el amor de forma salvaje, y tras ello, le recordé que
iba a estar toda la mañana sola en casa, y que Pepe iba a venir a arreglar
el grifo, pero como ultima respuesta, me dijo que no podía asegurarme nada,
ya que aun dudaba si se atrevería a llegar a algo más. (esa fue su ultima
respuesta ante mi insistencia, ya que en principio se negó en redondo e
incluso me decía que iba a salir de casa y evitar cualquier situación).

Me sentí mal por mi insistencia, pensé que tal vez le estaba pidiendo
demasiado, y me fui a trabajar, pensando que había un 99% de posibilidades
de que no pasara nada.


Podéis suponer, como pase la mañana en el trabajo, a cada instante
imaginaba, que aunque solo cabía un 1% de posibilidades, podría ser, que en
esos momentos Pepe estuviera penetrando a mi esposa, imaginándome toda clase de situaciones morbosas, pero realmente estaba convencido, que ella habría salido a hacer la compra,. Al terminar, la distancia a mi casa se hizo eterna, la curiosidad era imposible de aguantar.

Abrí la puerta de mi casa, y vi a mi mujer, colorada como un tomate.

- ¿Qué?. Pregunté ansioso.
- Ya has conseguido lo que querías.
- Pero…… ¿hasta el final?.
- Si.

No terminaba de creérmelo, y me dirigí al dormitorio, como si de esa forma
pudiera saber la realidad, y efectivamente lo comprobé con mis propios ojos.
La cama estaba deshecha por completo, y en las sabanas se podía observar
una mancha de humedad, que a todas luces se trataba de semen.

Mi mujer en principio aparentaba estar reacia a contar lo sucedido, después me enteré que se avergonzaba de haber gozado tanto.

Pero poco a poco se fue soltando, sobre todo al comprobar mi excitación
con cada detalle que salía de sus labios.

Efectivamente Pepe llegó a nuestra casa, y tras charlar un poco con ella,
la abrazó y la besó en los labios.

La magreó por completo, dedicándose en especial en sus pechos, y la
desnudó poco a poco.

La agarró en brazos, y en ropa interior la llevó por el pasillo hasta
nuestra cama, allí terminó de desnudarla, (mi mujer no quería, pero se había
puesto su lencería mas excitante, un conjunto negro semitransparente que yo
le había regalado, y para colmo, como comprobé después, se había rasurado
los laterales de su vello pubico), y tras desnudarse él también y mostrarle
su pollón, le comió el coño hasta provocar que mi mujer se mordiera los
labios, para evitar que los vecinos la escucharan correrse, mientras yo
estaba trabajando.

Después, la segunda polla de su vida, la penetró, demostrando Pepe, ser un
artista, ya que le ofreció toda clase de posturitas, alguna de las cuales ni
siquiera pudo explicarme, aunque me corría de gusto al escucharla
describirme como la follo también al estilo perrito.

No pudo decirme cuantos orgasmos obtuvo, simplemente me decía que había
gozado, demasiado, como si le diera vergüenza que Pepe la hubiese visto
correrse de esa forma.

Pepe, a pesar de su juventud, por tener ya tres hijos, resultó tener la
vasectomía, cosa que yo desconocía hasta entonces, y pudo follarla a pelo, y
se corrió en su coño inundándola de leche, la misma que le rebosó y manchó
las sabanas como había comprobado yo mismo.

Me corría de gusto, escuchándola, y mi excitación, imaginándola siendo
magreada y follada por mi amigo era superior a cualquier cosa imaginada.

La sobé, y noté sus braguitas empapadas, y nada mas terminar su relato, la
follé con un placer como el que no recordaba en años, sobre todo al ver como
se había preparado, ofreciendo a nuestro amigo, su lencería mas excitante y
su sexo semirasurado.

Desde entonces lo recordamos, y nos provoca un morbo brutal, y nuestra
vida sexual se ha revitalizado enormemente, aunque no hayamos vuelto a
practicar nada parecido, seguimos siendo gente normal.

Volví a ver a Pepe, al día siguiente, y me contó exactamente lo mismo,
aunque con algún que otro detalle que ella había olvidado contarme.
En lo básico coincidían las versiones, pero Pepe me afirmó, que en su vida
había visto una mujer tan entregada, que incluso no pudo evitar correrse en
sus bragas antes de llegar a denudarla, ya que ella se abrazó y frotó de tal
forma, que cuando se quiso dar cuenta se había corrido.

Que efectivamente la llevó a la cama en brazos, pero que una vez allí, ella le hizo una pequeña felación hasta que volvió a empalmarse.

Que excitada al máximo se ofreció abriendo las piernas y gimió
suplicándole que la penetrara, y una vez le metió su pollón, ella se corrió
un mínimo de tres veces, dejándole la polla chorreando de tan húmeda que se
encontraba.

Que efectivamente ella se mordía los labios para evitar los gemidos, y que
incluso en muchas fases cerraba los ojos como si estuviera avergonzada de
mirarlo a la cara mientras la follaba, pero al final tuvo que ser el mismo
el que le tapara la boca con la mano, ya que sus gemidos podrían ser
escuchados por los vecinos.

Y lo que mas me agradó, es que me afirmó, había gozado como un loco, y no
recordaba haber echado un polvo mejor, ni tan morboso, como el que le había
echado a mi mujer.

En fin esta es mi única experiencia de cornudo, y aunque no estuve presente, precisamente para que ella pudiera gozar con más intimidad, cada vez que recuerdo el relato de ambos, y me lo imagino, me provoca un morbo y
una excitación brutal.

Ahora seguimos fantaseando, y nos gustaría intercambiar experiencias o
fantasías, con similares, aunque de momento no buscamos sexo real, (tampoco lo descarto ya que como se titula el relato ¡Ella no quería!, y sin embargo dejó a Pepe con las piernas temblorosas.

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