viernes, 12 de octubre de 2007

Cuatro horas de Septiembre

Roberto es un amigo de siempre, de los buenos, de corazón, de los que se abren y te cuentan sus alegrías y sus inquietudes. Sabe que le escucho. Aunque para ello haya que estar delante de unas copas, además, él siempre tiene tiempo para mí.



Lleva toda la vida enseñando a conducir a los demás. Su negocio nunca quiebra. Cuantas anécdotas no me habrá confiado en tardes-noches de charla. No se hace pesado, como otros que te fríen con sus trabajos. Él cae bien, tiene duende para engancharte con sus confidencias y, además, como tiene un atractivo que ya ha abandonado a otros de su edad (cuarenta y pocos) no le es difícil coquetear discretamente con sus alumnas. Vamos, dejarse querer sin llegar sin llegar nunca a nada, pero ese....digamos mariposeo de ellas a su alrededor le da vida.



Estoy seguro que en más de una ocasión, si hubiese querido, podría haber acabado en la parte de atrás del coche de su autoescuela o en alguna cama que no fuese la suya pero la edad de ellas siempre la ha supuesto un obstáculo. Aunque, supongo que el hecho de estar viviendo, felizmente, con una mujer sencillamente impresionante y maravillosa, también ha influido en su actitud.



No voy a desvelar ningún suceso real suyo, lo que vais a leer a continuación es fruto de su imaginación. Me explico. Se acercaba su cumpleaños y no se me ocurría nada que regalarle, opté por consultarle directamente y me dijo que conociendo mi afición por los relatos erótico-morboso, escribirle uno sería para él un regalo insuperable. Me dejó sorprendido, nunca pensé que uno de mis relatos podría convertirse en regalo. Tengo una fantasía recurrente, me dijo, y tiene que ver con la autoescuela. En ella aparecía, por supuesto, él y también una nueva alumna, una tal Claudia, y lo mejor, su mujer. Vamos, a priori un trío convencional como otros que había escrito, pero clase a clase dejó de serlo.


Lo mejor del asunto, y con esto concluyo el preámbulo, es que su mujer conocía la existencia de su fantasía y estaba dispuesta a aportar el lado femenino de la historia. Un lujo. Día tras día fuimos desarrollando el relato, para lo que les visitaba a menudo. Ambos lo leían, corregían, incorporaban lo que a mi se me escapaba pero sin perder el objetivo de satisfacer la fantasía de Roberto. Hubo momentos de verdadera excitación en los que nuestros ojos brillaban con lujuria, sobre todo cuando le impuse la obligación de que cada uno debía leer sus diálogos. Les gustó la idea y lo hacían con pasión y morbo. En más de una ocasión estuvimos a punto de perdernos en la geometría de los tres lados, pero Roberto siempre nos recordaba que sólo era una fantasía.

-“No me puedo creer que con una mini y unos tacones como los que me dices que lleva a la clase se pueda aprender a conducir”.



-“Pues te digo que sí, que es buena, llevamos sólo cuatro clases y ya se anticipa a mis acciones. Es más, cuando intento hacerme con los mandos del Golf porque presiento un peligro ella corrige y evita que tenga que hacer algo. Es, con diferencia, la mejor alumna que he tenido”



-“¿La mejor o la qué mejor está?, porque no paras de hablarme de ella. ¿No será que tú la miras con ojitos de querer?, no sería la primera que recibe clases especiales”.



-“Venga, venga, siempre estás pensando que con mis alumnas aventajadas, que luego lo demuestran en el examen, termino de la misma forma, lo que pasa es que me cuesta tanto creer que haya personas tan....tan....”



-“¿Dispuestas?”


Preferí dejar ahí el asunto. Ya eran más de medianoche de un día bastante intenso. Había perdido la cuenta de las clases que tuve que dar de conducir (o manejar como dicen por allá) a chicos y chicas con muy diferente habilidad, y no quería seguir hablando de Claudia, sin lugar a dudas mi mejor alumna, para que mi mujer no pensase que había algo más que la relación profesional entre maestro-alumna, porque no lo había. O por lo menos yo pensaba que no.



Otra cosa era la manera que Claudia tenía de entrar en el auto mientras le sujetaba la puerta del conductor, detalle que ella siempre agradecía con un Muchísimas gracias, profesor, estirando infinitamente la í acentuada y abrasándome los ojos de manera que no tenía más remedio que desviar la mirada.


Pero ahí no quedaban las cosas. Entraba y ocupaba coquetamente el asiento que tenía que acercar a los pedales por la estatura del anterior alumno. Inexorablemente, intentaba acercarlo tirando de la palanca y siempre acababa solicitando mi ayuda porque se sentía incapaz de hacer ese esfuerzo, que por cierto no era tal. Por mi parte, tenía que llevar mi mano hasta la rebelde palanca para que ella pudiese empujarse con sus tacones hacia delante, lo que hacía que mi cara quedase a escasos centímetros de sus rodillas. Cuando estábamos así, Claudia siempre abría ligeramente sus piernas, según me decía, para facilitar mi maniobra, hasta rozar mi barbilla y lanzar un pequeño suspiro que quedaba flotando en el aire durante segundos, impregnándolo todo de sensualidad.


-“Gracias, profesor. Deberían hacer estos mecanismos más adecuados para nosotras, ¿no cree?”, me lanzaba mientras ajustaba los espejos e intentaba colocarse la reducida falda con la que siempre venía a recibir mi instrucción.


-“No crees que esa falda y, sobre todo, esos tacones son algo incómodos para conducir”, le pregunté sin segundas, sólo para que hiciese un ligero esfuerzo trayendo a la siguiente clase un vestuario más adaptado al momento y lugar, digamos más cómodo.


-“¿Es qué no le gustan?, ahora me va a decir que me quedan mal, pues que sepa que es el único que lo dice”, musitaba mientras me miraba de soslayo, siempre atenta al frente.


-“Claudia, sabes que no es eso. Sí estás muy guapa con tu ropa, nada más tienes que ver a todos los hombres con los que nos cruzamos, que vas a aumentar las estadísticas de siniestros. Es por tu comodidad”, le dije sin que pareciese que pretendía ser galante con ella, solo profesional.


-“¿Es qué me ve con problemas en el manejo, quiero decir, en la conducción? Ronroneó como una gatita a la que le han regañado.


-“Ni mucho menos. Sabes que lo haces muy bien para las pocas clases que llevamos, es lo que me sorprende. Pero bueno, vamos a empezar que, como siempre, se nos pasa mucho tiempo en los preparatorios”, ordené intentando concentrarme en mis obligaciones y no haciendo caso al atrayente juego que representaban sus piernas intentando acomodarse al vehículo y su falda subiendo y subiendo hacia su cintura, movimiento ascendente que Claudia no intentaba frenar.


El sueño estaba empezando a atenazarme mientras rememoraba estas escenas que se habían repetido casi desde el principio cuando me zarandearon ligeramente hasta que volví al mundo de los vivos.


-“Ehhh....quéééé.....qué pasa....” objeté somnoliento al ligero terremoto que hacía oscilar mi cuerpo.


-“¿Te has dormido ya, maestro? Oye, que estoy pensando que....no sé como decírtelo....vamos....espero que no te parezca una tontería.....pero.....¿te importaría mucho si un día de estos me paso......no te enfades.....me paso por la autoescuela y dejas que vea a la tal Claudia? Tengo ya una curiosidad que casi no me deja dormir y creo que si me dices que sí, hoy estoy dispuesta a todo...¿qué?”, me dijo mi mujer mirándome a los ojos con una expresión demasiado morbosa como para contrariarla, rubricada al deslizar sus dedos por su húmeda boca.


-“¿Tanto interés tienes en ello que me has despertado?.....ahhhh”, bostecé demasiado aparatosamente.


-“Pues sí, sí que lo tengo. Además, me estaba imaginando cositas que no me gustan nada de nada. Tú con ella, ahí en el coche de la autoescuela, clases especiales, palancas de cambio, pedales, faldas, tacones,..., no sé, tenía un terremoto en la cabeza pero que, curiosamente, lejos de enfadarme me estaba calentando. Aunque, quiero que sepas que no me hace ninguna gracia que, sin que yo me entere, estés dispuesto a enseñar todo lo que sabes a alguna de tus alumnas. ¿Entiendes?”, dijo sin aflojar su mirada ni tampoco sus dedos, que a esas alturas ya estaban recorriendo el borde de encaje del corto camisón que en ocasiones usaba para dormir.


-“Entiendo, entiendo, no te preocupes, no sucederá nada que tú no sepas o, es más, que tú no disfrutes, reina”, le dije poniendo énfasis en disfrutes.


-“Uhmmm, mi maridito quiere darme una sorpresa o qué, me tienes intrigada y eso es difícil de mantener en una mujer durante mucho tiempo, sabes que la curiosidad nos vence, cabroncete”.


Cuando me decía cabroncete sabía que era el detonante, que en ese momento estaba en mi poder por lo que me lancé impetuosamente a sus labios. Los besé con pasión. Se había disipado todo rastro de sueño, pero al cerrar los ojos y degustar ese néctar que me ofrecía su boca lo que no había desaparecido fue la imagen de Claudia ligeramente abierta de piernas mientras se acomodaba en el coche. Esa foto fija y el húmedo beso que estaba recibiendo en ese momento hizo que mi polla creciese a velocidad vertiginosa y me abalanzase con ansias sobre el cuerpo de mi mujer que se ofrecía en toda su plenitud.



Recorrí su precioso cuello, mordisqueándolo ligeramente a sabiendas que eso le desarmaba, que su respiración se disparaba y que era un punto sin retorno, aunque no fuesen horas para filigranas. Descendí a sus pechos para engullir con mi amplia boca una de sus elevadas areolas sin rozar el pezón aunque estaba dentro de mí. Con la otra mano giraba la palma sobre el otro, lo que también arrancaba más de un suspiro.



Decidí ir deprisa, me apetecía que fuese un polvo impetuoso, ella estaba caliente y yo ardiente, su respiración le delataba, por lo que concluí con los entremeses y le comí salvajemente sus preciosas tetas, sin miramientos, incluso las mordisqueé en todos sus contornos. Se dio cuenta de la urgencia y se puso a cuatro patas, como una perra, como más le gusta que le folle, dice que así le doy muy fuerte y que llego hasta el fondo de su oscura y caliente gruta.


De un solo envite le hundí mi polla hasta el fondo y ella solo pudo gritar. No entiendo cómo estaba tan excitado esa noche y ella lo sintió. Le agarré fuerte por sus asitas, sus preciosas caderas y bombeé duro, con ímpetu animal, ella gemía y gemía cada vez más y me decía que estaba a punto de correrse pero quería que yo también lo hiciera, que nos fundiéramos en una explosión en cadena y así fue. Maravilloso y salvaje, como hacía tiempo. Caímos rendidos del explosivo esfuerzo y nos apretamos uno contra el otro para dormir plácidamente. Antes de desaparecer en el mundo de los sueños me dijo:


-“Tesoro, que rico has estado, hacía tiempo ya que no me tratabas así......Uhmmmm, ven” y me dio un cariñoso beso arrebujando su espalda a mi pecho.


-“Ah, búscame un hueco, una clase en la autoescuela después de ella, ¿vale?”,


Estaba claro que la idea de compartir una clase con nosotros, de incógnito, no había abandonado su mente, pero lo que es peor, la imagen de Claudia, de una Claudia distinta, totalmente entregada a mí, no me había abandonado mientras follaba con mi mujer.


Al día siguiente, en el desayuno volvió a insistir con el asunto de la autoescuela. Estaba decidida a presenciar una clase con mi mejor alumna pero me propuso un plan que me dejó helado. Al ir escuchando sus planteamientos debo confesar que un ligero cosquilleo me atenazó en la base de mi masculinidad, y sin poder evitarlo se fue transformando en una erección que no debía quedar a la vista de ella.


-“Entonces, cariño, busca cualquier excusa para decirle a quién tenga que dar la clase después de ella que hoy no va a poder ser, que tienes que llevar el coche al taller, no sé, cualquier cosita, que en eso de las excusas eres un campeón, ¿vale?”


-“Pero....¿qué es lo que te propones?, porque no creo que quieras que te dé clases, conduces casi mejor que yo, ya lo sabes”, le dije haciéndome el tonto.


-“Vaya, ahora se nos ha vuelto tontito el profe. Creo que está claro, ¿no?. Quiero ver, en primera fila, si hay algo entre vosotros. Me parece que estoy un poquito celosa de esa alumna especial, pero a la vez, estar ahí me produce cierto morbo, sobre todo ver cómo te desenvuelves bajo presión”.


-“Ya te he dicho que no hay nada, además, si tú estás allí como mi mujer, estoy seguro que ella estará mucho más cortada que siempre, se sentirá vigilada y no creo que eso le siente bien a ella ni a su aprendizaje”, alegué intentando que desistiese de su empeño.


-“Ay, hombres. Tan listos, tan listos y luego....¿quién ha dicho que ella va a saber que soy tu mujer?, está claro que me tienes que presentar como una alumna nueva que va a dar esa clase después de ella. Por cierto, ¿a qué hora es su clase?, preguntó con mucha intención.


-”Eres increíble, ¿de incógnito en mi coche?”, añadí perplejo.


-”No te escabullas, ¿qué a qué hora es su clase?, insistió con firmeza.


-”A la una de la tarde. Hasta....eh..... las dos menos cuarto”, contesté teniendo que hacer un esfuerzo para calcular cuando acababan los tres cuartos de hora.


-”Perfecto, la hora no podía ser mejor. Espero tu llamada en cuanto tengas libre la clase de las dos menos cuarto, cariño” y dijo esto último mientras me daba un beso demasiado apasionado para esas tempranas horas del día y me tocaba abiertamente el culo, culminando la obra con un gracioso pellizco.


-“¿Pero, y tu trabajo, a esas horas....?


-“Ese no es tu problema. Sé cuidar de mí y, sobre todo, de mis jefes”, me lanzó desde la puerta de casa para que tuviese claro que iba en serio.


¿Qué estaría tramando?, en ocasiones anteriores las había liado bien liadas, ahora, eso sí, a mí me había tocado casi siempre la mejor parte. Sus citas organizadas siempre salían bien pero esta vez, con el asunto de los celos y el morbo por medio, estaba muy intrigado. No podía intuir por dónde iban los tiros, qué había en la cabecita de mi sorpresiva mujer pero podría apostar, no lo hago nunca, a que me tenía preparada alguna encerrona.


No me quedaba otro remedio que acceder a sus pretensiones ya que lo contrario supondría que le escondía algo. No digo que Claudia no se fuese enraizando cada vez más en mi pero, todavía, ¿todavía?, no había sucedido nada. Total sólo eran cuatro clases, con la de hoy cinco. Así que me dispuse a terminar el desayuno, que con la animada conversación se me había quedado algo frío y a buscar, cuanto antes, el teléfono de Luis, el que tenía la última clase de la mañana.


-“¿Luis?, perdona, supongo que es algo pronto pero.....ya hombre pero no son horas....bueno, hoy teníamos clase, ya sabes,...,sí, hasta las dos y media, pero no va a poder ser porque tengo que atender un asunto urgente con mi mujer......sí....ya sabes cómo son, cuando necesitan algo tienes que estar ahí sino.....la tuya también...ja, ja, ...veo que entiendes que tengo un problema que resolver....no te preocupes que recuperamos la clase en cuanto pueda, como muy tarde antes de que acabe la semana, seguro,......,vale, vale.....oye y muchas gracias, me has salvado la vida, ja, ja,... Nos vemos, Luis.”, da gusto entenderte con hombres, son claros y directos. Si todo fuese así con ellas....


Dejé pasar el tiempo antes de llamar a mi mujer, no fuese a pensar que cumplía sus órdenes a rajatabla o que yo era quien tenía el interés en ese encuentro. A eso de las once de la mañana le llamé y fue muy tierna y cariñosa, todo lo que le permitía su oficina y las atentas miradas y escuchas de sus compañeros cercanos. Estaba muy emocionada, agitada por teléfono y muy satisfecha de que hubiese arreglado las cosas tal y como ella me había propuesto. Hoy me quería mucho más.


Puntual como siempre y más atractiva que otras veces, Claudia se presentó en la autoescuela. Al verla entrar con un top bastante ajustado, marcando ligeramente sus pezones, lo que me aseguraba que no llevaba sujetador; con una falda de cintura baja aunque más larga que de costumbre, un poquito por encima de las rodillas pero de un tejido bastante transparente y unas sandalias...diríamos más cómodas que las de otros días pero preciosas, con esas cintas que se atan alrededor de los tobillos y que dan un toque muy atractivo y sensual, sobre todo si tu fetiche es el calzado femenino. Su imagen se me quedó grabada y su sonrisa me impactó como nunca, ¿estaba mirando a Claudia con otros ojos después de qué mi mujer supiese de ella?, no sé, es posible, aunque hoy estaba arrebatadora.


En ese momento la puerta de la oficina volvió a abrirse y, para mi sorpresa, allí estaba mi mujer que nada más cruzar el umbral se llevó un dedo a la boca mandándome callar. Ella se ocupaba de todo a partir de ese momento. No hubiese hecho falta su advertencia, me quedé sin habla al verla a esa hora dado que creía que iba a pasarse por allí al terminar la de Claudia, y echarle simplemente un vistazo, pero ¿a esas horas?. Y cómo iba vestida, seguro que había pasado antes por casa, así no salió por la mañana, hubiese sido demasiado para los lobos de su trabajo. Siendo como es generosa de pecho, la camisa semitransparente y abierta hasta más allá del sujetador era todo un paisaje; los pantalones piratas blancos e increíblemente ajustados que hacían que se pudiesen leer sus labios le quedaban divinos; el pelo recogido para mostrar su atractivo cuello era otra de sus bazas. En esta revisión le escuché decir:


-“Me dijiste que hoy podía ser la primera clase práctica y aquí estoy, preparada para comerme la ciudad. ¿Cómo lo hacemos?” y me guiñó un ojo dejando en mis manos la situación. Mi pulso estaba empezando a acelerarse con esas dos preciosidades a mi disposición, bueno a disposición de mis enseñanzas.


-“Pues...bueno...te esperaba más tarde....pero ya que estás aquí podemos empalmar las dos clases. Primero Claudia, que es su hora y después tú.....,perdona, ¿cómo te llamabas?”, pregunté representando mi papel.


-“Margarita, pero prefiero que me llaméis Marga, como lo hacen mis amigos”, dijo coquetamente mientras daba un intenso y descarado repaso visual a mi otra alumna.


-”Sí, ya recuerdo, perdona Marga, tengo por aquí tu ficha del teórico. Pues... si Claudia no tiene ningún inconveniente en que hagamos dos clases seguidas....adelante”, indicando a ambas la salida para acercarnos al Golf negro.


Mientras recogía algunos documentos e impresos que necesito en mis clases vi como Claudia se acercaba a mi mujer y ambas hablaban de forma educada, pero como si no fuese la primera vez que se hubiesen visto. Enseguida entablaron una fluida conversación sobre la conducción.



Se les veía casi cariñosas, divertidas y, sobre todo, muy enérgicas, desde mi posición pensé que ambas eran las alumnas perfectas, a lo que había que añadir que ofrecían una visión muy sensual, de espaldas, esos dos cuerpos tan apetecibles, cada una en su estilo, aunque reconozco que Claudia estaba exquisita con esa falda tan transparente que al contraste con la luz que entraba por la puerta me creó mis serias dudas sobre si llevaba o no sus acostumbrados tangas. Vaya duda para iniciar una clase.


Ella, la alumna más veterana, aunque fuese su quinta clase, enseguida tomó las riendas de la situación y no parecía importarle que otra mujer nos acompañase en nuestro particular viaje, es más, estaba encantada, por el comentario que hizo junto al coche.


-”Ya sé que es mi hora pero no tengo ningún inconveniente en que sea ella la primera en conducir, así, mientras, puedo observar desde atrás cómo te vuelcas en su aprendizaje, tal y como lo haces conmigo, profe”. Sus palabras tenían una carga explosiva pero yo no llegaba a comprender del todo hasta dónde quería llegar. Mi mente se saturó con escenas mezcladas de la noche anterior y de Claudia, sin bragas, conduciendo velozmente por la autopista.


-“Bueno, no sé si debería... es mi primera clase, aunque os tengo que confesar que este no sería el primer coche que llevo. Desde que mi padre se empeño en que me sacase el carnet me obligaba a llevar el suyo por el barrio los fines de semana, era tranquilo y nunca pasó nada pero... Desde entonces le he cogido gusto y ahora pienso que no necesito el dichoso carnet pero mi marido no opina lo mismo. Me ha apuntado casi a la fuerza. Podéis fiaros de mí, además se lleva entre dos, ¿verdad profe?” A medida que estas palabras salían de sus labios mi cara se transformaba por la sorpresa de verla desempeñar tan bien el papel de alumna inconsciente pero segura y muy coqueta.


-“Pues no sé que decir. Se supone que como responsable de esto no debería aceptar y más con otra persona en el coche pero me parece que no es fácil llevarte la contraria. ¿Tú qué opinas, Claudia?”, tuve que decir para quitarme en parte la responsabilidad, esperando que ésta tuviese más cordura que mi mujer.


-”Ya lo he dicho. A mí me parece bien. Es más aventura y en todo caso si ves que es un desastre con parar y pasarse atrás queda resuelto, ¿no?”. Una mujer práctica. Bah, que más daba, en el peor de los casos Claudia se extrañaría de que mi mujer llevase demasiado bien el coche, pero de ahí no pasaría el asunto.


-“Bueno, pero al mínimo problema ponemos las cosas en su sitio” dije imprimiendo a mi voz la seriedad necesaria.


-“Una cosita más, si os parece claro, ¿porqué no lo hacemos bien del todo? Yo no tengo prisa. ¿Por qué en vez de un recorrido urbano y latoso, salimos a carretera? Os lo digo porque conozco un sitio en Arganda del Rey, saliendo por la carretera de Valencia, que se come de cine y a buen precio. Como vamos a juntar las dos clases y el tiempo de la comida podemos pasarlo muy bien. ¿Os parece?”


Una vez decidido que ella conducía lo demás eran tratos sin importancia. Accedimos de buen grado y la situación me gustaba cada vez más. Mis alumnas decidían todo y me dejaba llevar con mucho gusto. Me apetecía tenerlas a las dos allí, juntas, y estaba seguro que mi mujer disfrutaba con la marcha de los acontecimientos. Todo unido, los tres, mucho más interesante que dos clases independientes. Pero ¿y Claudia....?


-“Que buena idea, Marga. Así nos soltamos un poquito en carretera, hasta ahora todo ha sido ciudad, luego la comidita en ese sitio que dices, seguro que va a tener mucho punto, como en los viajecitos. ¡Que sorpresa!”, dijo Claudia entusiasmada, lo que vi que en la cara de Marga actuó como un precioso regalo. Interrumpí la conversación para imponer una condición, que me dejasen invitarles a comer, si no, no había trato.


Asintieron con unas sonrisas que las hacían todavía aún más atractivas. Seguía intentando adivinar cuales eran las verdaderas intenciones de Marga, que dominaba la situación y que continuamente me obligaba con guiños e insinuaciones a que le siguiese su puesta en escena.


-“Venga Marga, vamos, cuanto antes mejor, además me viene de maravilla, estoy un poquito fatigada de ayer...uff, como se liaron las cosas con eso de que se acaba el veranito, el baile, las copas y...el amor, ya sabéis”, dejó caer echando hacia delante mi asiento para trasladarse a la parte de atrás del vehículo, momento en el que aproveché para averiguar la duda que me martilleaba desde que la vi entrar en la autoescuela. Casi con toda seguridad no llevaba nada debajo de la falda, lo que provocó un gran revuelo en la base de mi estómago. Volvió en ese momento su cabeza hacia mí, sabiendo que estaba sujetando la puerta, me guiñó un ojo lanzando la sonrisa más morbosa que jamás he visto: “ya te has dado cuenta, profe”, traduje de su mirada.


Se acomodó en el asiento central para no perderse nada de lo que sucediese delante mientras mi mujer estaba luchando con la consabida palanca para acercarse el asiento al volante.


-“Ves, ¿a qué a ti también te cuesta mucho colocar el asiento? Ya no soy yo la única, no me siento tan torpe. Anda, profe, ayúdala como haces conmigo.


Me incliné hacia el asiento de mi mujer, llevando la mano por debajo hasta tocar la rebelde palanca y, a la vez, puse la otra mano sobre el muslo de ella, la confianza me hacía relajar las precauciones delante de Claudia. Al mirar hacia ésta, para ver si se había dado cuenta del detalle, me encontré con su mirada directa a los ojos, y con una sonrisa pícara acompañada, a la vez, de un decidido gesto de sus piernas, que me invitaba a mirar debajo de su falda. La separación forzada de sus rodillas, la posición central y la decisión con la que levantó la tela que cubría sus piernas hicieron que me quedase hipnotizado ante el regalo ofrecido.



Allí, delante de mis propias narices, me estaba ofreciendo la maravillosa vista de su mismísimo coñito que libre de toda prenda interior se dibujaba perfectamente. Estaba paralizado. Un estallido que tenía su propia vida me volteó las entrañas e hizo que la sangre fluyese en una única dirección. Hacia un epicentro. Mi polla. Sentí como me crecía por instantes, a lo que ayudaba que Claudia, percatada por mi cara del efecto obtenido por su descarada incitación, deslizaba su mano hacia su centro supuestamente inundado por el clima tropical, húmedo y caliente.


Al separar más las piernas me presentó la otra sorpresa que me tenía reservada. Un aro dorado colgaba suspendido de un cordón que se perdía entre sus labios más íntimos. Aquello era muy fuerte, empecé a pensar que me iba a correr allí mismo. Mi mujer delante y aquella putilla, detrás, ofreciéndome su precioso coñito relleno con algún aparatito de sex-shop, joderrrrrr. Cerré por momentos los ojos para comprobar que no era una fantasía mía, un sueño imposible....y


-“¿Qué, encuentras la palanca o se ha volatilizado?”, mi mujer me apremiaba porque aunque no me hubiese percatado, seguro que llevaba manipulando el asiento más tiempo del debido.


-“Pues...esto....que no parece......quiero decir....que está mal.....uhmmmm...bueno, muy bien....pero se resiste...debe haberse atascado con algo.....aghhh...espera....ya, ya está”, y de un fuerte impulso apreté sus tetas contra el volante. Estaba torpe, muy torpe. Toda mi sangre en un solo sitio y eso mermaba mis habilidades, las que debe tener siempre un profesor. Volví la vista atrás pero el paisaje ya no era tan espectacular, al estar erguido sólo atisbaba las rodillas de la pasajera que ahora estaban más juntas.


Por fin mi mujer estaba preparada, miré el reloj y me di cuenta que, con tanta charla, habían pasado casi diez minutos, como volaba el tiempo. Nos pusimos los cinturones y el vehículo arrancó.


Me preguntaba cómo conduciría Marga, que volvió a guiñarme un ojo, lo que hoy parecía ser el deporte favorito de mis alumnas y arrancó dando algunos tirones y pidiendo disculpas.



Entendí el juego y empecé a darle toda clase de explicaciones, lo que no me permitía nunca en nuestra vida en común; que si el embrague, que si el dulce balanceo de los pedales, que si los espejos, que si esto, que si lo otro, me divertía diciéndole lo que tenía que hacer cuando en los viajes no me dejaba ni abrir la boca, en temas de conducción se entiende. Que venganza y ella sin poder protestar.


Estos pensamientos aflojaron un poco la tensión en mi bragueta pero todavía quedaba bastante a la vista mi erección, lo que no pasó inadvertido a mi mujer. En más de una ocasión, aprovechando las explicaciones y que alguna vez tuve que agarrar el volante, llevó su mano de forma casi descarada a mi paquete, dejando asomar la punta de su lengua por las comisuras de la boca. Se relamía.


No dejaba de mirar hacia atrás para hacer extensibles las explicaciones o correcciones a Claudia que llevaba sus pies ligeramente elevados al haberlos apoyado sobre la medianía de la moqueta trasera, lo que hacia que sus muslos se divisaran en toda su plenitud. Cada vez que giraba mi cabeza, ella abría las piernas para recordarme que su juguetito seguía dentro de ella, cumpliendo su función. En más de una ocasión deslizó su mano hacia mi nuca, acariciándome el cuello con la punta de sus yemas que traían la humedad de las profundidades de su cuerpo.



Me estaba volviendo loco el morbo con el que estaba comportándose junto al aroma de su sexo tan cerca de mí. Ella no sabía que Marga era mi mujer, pero me estaba provocando como nunca se había atrevido a hacerlo, me comprometía y se animaba al no estar sola y ser otra mujer la que nos acompañaba.


Las conversaciones giraban, como es normal en una clase, en torno al tráfico que nos rodeaba, las señales y algún que otro incidente sin importancia, y aún así, el clima sensual que ambas mujeres mantenían en el vehículo hacía que mi excitación no bajase. Marga, que debía de haberse percatado en sus múltiples miradas por el espejo interior de los manejos de Claudia, no dudó en colaborar con la calentura reinante y más veces de las que mandan las normas de aprendizaje llevaba el coche con una sola mano mientras la otra se posaba en su amplio escote, deslizando los dedos por dentro de los ribetes del sujetador, acariciando, supongo, su excitado pezón. Otras, iniciaba un movimiento ascendente que nacía en sus rodillas para morir entre sus piernas, arriba, muy arriba, toqueteando con sus dedos los abultados labios que perfilaban perfectamente la costura del pantalón. También, entretenía los dedos en su jugosa boca, tarareando “Devórame otra vez, devórame otra vez...” con el conocimiento del efecto que en mí causaba esa canción. Vamos, un dulce infierno el que estaba sufriendo con tantas feromonas inundando un espacio tan reducido.


Entretenidos como estábamos llegamos sin darnos cuenta a Arganda y Marga nos llevó, sin demasiadas dudas, al restaurante.


-“Ya veréis, si el lugar es como me lo han descrito unas compañeras de la oficina no os vais a arrepentir”, comentó mi mujer con voz excitada.


A pesar del aire acondicionado el calor a esa hora invitaba a refrescarse, después ya veríamos si el sitio era el indicado. Había tiempo de sobra para buscar otro en ese pueblo. Marga paró frente al local, debajo del repetido cartel BAR-RESTAURANTE, aunque a continuación concretaba CASA IGNACIO. El aparcamiento de ella había sido nefasto, no porque hubiese muchos coches sino por haberlo dejado atravesado frente a la salida de carruajes.


-“Por favor, por favor, tengo que ir urgentemente al servicio. ¿No te importa enderezarlo tú que no me aguanto?” y salió disparada hacia la entrada dejándonos allí sin piloto.


Sentí la tentación de abalanzarme sobre Claudia pero no era el momento más adecuado. Mi mujer no tardaría y, supongo, que si no nos ve dentro al satisfacer su urgencia se iba a pillar un buen rebote. Mi alumna me miró extrañada al ver que no hacía el más mínimo gesto hacia ella.


Entramos en la casa de Ignacio la cual no encerraba más clientela que el pertinaz paisano prejubilado que suele dilapidar su pensión frente a una máquina tragaperras, sin contar al que debería ser el dueño y a una mujer demasiado atractiva para estar bregando en la cocina o eso me pareció en ese momento.


Pedí dos cocacolas light para ellas y un limón sin gas para mí, lo que me aseguraba no tener problemas con el alcohol en un viaje de autoescuela, pero me restaba los efectos que éste tiene en las mujeres con ganas de divertirse. Nada más servirnos las bebidas apareció Marga, radiante, con ese toque renovador que se dan las mujeres en los baños. No pude reprimir varios halagos. Les indiqué que yo también tenía que ir al lavabo.


Entré a echar una meadita, porque iba a reventar pero debido a la erección que no cedía no me era fácil descargar, así que me toqueteé un poquito, pensando en que si no estuviese en esa situación, allí mismo me masturbaría para aliviar la tensión, con la imagen de ambas todavía en la retina. No era plan. Dos mujeres impresionantes fuera, insinuándose continuamente y yo, como respuesta, me la casco en el bar de un pueblo, vaya tela, patético.
Salí, una vez que pude desahogarme, y ellas me miraron como si algo les estuviese escondiendo.


“Vaya, ya era hora, ¿qué has estado haciendo?”, dijo mi mujer cumpliendo este papel y no el de una alumna más. “Quiero decir, que no nos vamos a pasar aquí la clase, ¿no?. Ay, déjame las llaves que tengo el móvil en el coche y tengo que hacer una llamada, además, no quería dejar a Claudia con estos dos”, añadió Marga con una sonrisa nada inocente.
Justo en el momento en el que desapareció por la puerta, Claudia se acercó a mí, aprisionando una de mis piernas entre las suyas, haciendo que sintiese el calor que brotaba desde su desnudez y me dijo:


“¿Te ha gustado lo que has visto, eh, gamberrete?, mira el que parecía cortadillo. Pues yo estoy chorreando sólo de pensar que estabas preocupado por saber si llevaba bragas. Ya sabes que no las llevo, bueno las llevo en el bolso, ¿quieres verlas?. Las he cambiado por un par de bolas que me regaló de cumpleaños una amiga cachondilla para cuando estuviese solita.



Y dentro de mí se están portando de miedo, mira acércate”.


Sin cortarse ni un pelo, se levantó la falda y pude ver como tiró un poco de la anilla de metal para que apareciese entre sus mojados labios una gran bola dorada, impregnada de sus fluidos, y que ella misma volvió a introducir hasta desaparecer en su coñito. Cerró los ojos demostrando que aquella maniobra le había hecho temblar, al tenerme allí de testigo mirón y como un relámpago movió su mano hacia mi paquete que volvía a estar pletórico por la reciente exhibición.


“Uhmmmmm, veo que hoy estás descontrolado, que no eres el estrecho profesor de otros días, ¿será por Margarita?, aunque creo que te gustaría estar en el lugar de las bolas, ¿no, cerdo?”, me decía mientras me acariciaba con verdadera pasión la polla por encima del pantalón. En ese momento mi mujer se acercó por detrás, sin que nos diésemos cuenta, y

“¿Qué? ¿Clases particulares sobre la quinta marcha, eh?”. Claudia echó a reír por la ocurrencia pero yo me quedé helado. Era el momento crucial, no sabía cómo iba a responder mi mujer y de ello dependía la evolución del asunto, que por cierto, cada vez me tenía más envuelto y obsesionado. Por nada quería ahora que se estropease.


“Pues yo no voy a ser menos que también pago las clases como ella. A ver, ¿es la quinta la que debe meterse en autovía?”, y esa frase marcó un antes y después en ese día. Llevó la mano a donde unos segundos antes había estado la de Claudia y comprobó que mi polla estaba tan dura como el símil, es decir, la palanca del Golf. Pero su investigación fue mucho más allá y su mano se deslizó por dentro del fino pantalón que llevaba aquel caluroso día y comenzó a agarrarme literalmente el miembro, iniciando un suave movimiento arriba y abajo que me hizo cerrar los ojos y soltar un ligero suspiro que evidenciaba mi agrado. Ella solía agarrarme así en otras ocasiones, cuando sentía mi dureza contra su culo en sitios abigarrados o promiscuos como durante un concierto o en la cocina cuando se acercaba por detrás mientras me defendía delante de un fuego y algún que otro ingrediente.


-“¿Qué, calientacoños, hoy no tocaba ponerse ropa interior” me susurró entre dientes al oído.
Ya estaba inmerso en un triángulo de tensión, de alta tensión; el tiempo parecía haberse congelado y lo único que se movía en el bar era la mano de mi mujer y los ojos de Claudia que se alternaban entre el masaje y los míos. El único cliente no perdía detalle a expensas de desperdiciar el posible premio de la tragaperras que había buscado hasta vaciar sus bolsillos y el dueño estaba desgastando delante de nosotros un vaso de tanto sacarle brillo. Mi polla no podía crecer más como la de cualquiera que no estuviese muerto. La mano de Margarita no descansaba, de apretarme la punta enrojecida pasaba con maestría a mis huevos como si de bolas de relax se tratasen y volvía, recorriendo todo el tronco, a masajear con las yemas mi glande que parecía un fresón de Palos.


El cuadro no tenía desperdicio pero Claudia quiso subir un grado más su temperatura al intentar colar su mano dentro de mí, lo que era difícil dado que ya había una dentro y no me quedaban tan anchos los pantalones. Decididamente se dirigió a los botones del pantalón para dar amplitud a la maniobra.


“Eh, eh, un momento. Queréis dejar de meterme mano las dos, por lo menos en un sitio como este, ¿vale?”, acerté a decir esperando que mis alumnas fueran obedientes y dejasen el espectáculo para un momento más apropiado.


“Vale, vale. Era una broma, hombre, sólo un juego de autoescuela. Dejamos el asunto de la palanca de cambios que creo ha quedado bastante claro, ¿no Claudia?.”


“Claro no, clarísimo. Supongo que tendremos que pasar a otras lecciones prácticas en otro sitio, ¿no profe?.”


Llamé la atención del camarero, lo que no fue nada difícil, y le pedí la cuenta mientras las dos mujeres desfilaban hacia la puerta con cierto aire de contrariedad.


“Tres treinta, caballero....afortunado” me dijo desde el otro lado de la barra con una sonrisa de envidia dibujada ampliamente en su cara.


“¿A usted le interesaría disponer de un lugar discreto por un módico precio? Creo que lo necesita urgentemente” opinó sin ningún reparo con la seguridad del que está cerrando un negocio jugoso.


“Pues sí, pero para comer, y más que discreto preferiría aquello de las tres B, ya sabe” le contesté advirtiendo cierta desilusión en su rostro.


“Lo de bueno no es problema, mi mujer cocina de maravilla. Aunque usted vea el restaurante así de vacío en menos de una hora estará rebosante de personas que vienen hasta del centro de Madrid y con reserva. Lo de bonito...a la vista está que va justito, pero, eso sí, la broma no le va a costar más de sesenta euros con un buen crianza del país. Después hablamos de lo del sitio discreto, para la siesta o lo que se tercie, je, je...ya sabe”, volvió a sonreír sabiendo que había lanzado las redes de la tentación y que un buen pez estaba mordiendo su dorado anzuelo.


-“No se lo piense y ya está. Les preparo una pequeña sala solo para ustedes tres. Pongamos....¿a las dos y media? No se hable más. Pasee a esas preciosidades por el pueblo y nos vemos en....tres cuartitos de hora. No se va a arrepentir y si usted pone de su parte tendrá un recuerdo que nunca olvidará”.


Asentí con la cabeza, sin exclamar palabra, asombrado e intrigado al mismo tiempo y me dirigí hacia la puerta desde donde vi a las chicas que ya esperaban una a cada lado del coche.


-“Vamos que se nos pasa el tiempo de mi clase” me regañó Claudia con una sonrisa.


-“¿Qué hablabas tanto con el camarero? Preguntó Marga ejerciendo de esposa curiosa.


-“Pues nada, pagando y eso. Estaba pensando...que... podemos dar unas vueltas por el pueblo, un toque urbano, aparcamos y alguna que otra cosilla, vamos, si os parece bien, hacemos caso a los de tu trabajo y comemos aquí.... Luego si no os apetece puedo llevar yo el coche de vuelta a Madrid o entre los dos” dejé caer mirando a Claudia directamente a sus felinos ojos.


-“Ya sabes que hoy casi todo me parece bien, aunque conducir después de comer es un poco duro... pero... bueno, supongo que también hay que practicar la conducción en situaciones difíciles, ja, ja,.... ¿no profe?.


-“Tampoco hay que exagerar... es casi como hacerlo antes de tener la barriguita llena, pero si no que nos lleve él, que para eso es el especialista, y nosotras podemos relajarnos atrás, como si tuviésemos un chofer, je, je, je..”


-“Ahora nos ha salido señorita de clase alta aquí la amiga”, le lancé a mi mujer para hacerle ver que no se aprovechase de la situación.


Con esta conversación estuvimos dando unas vueltas por la ciudad, aparcando, semáforos, rotondas; vamos, un completo que no era más que un gasto del tiempo que nos separaba de una comida que debería de ser provechosa en todos los sentidos. Todo lo que duró el ejercicio urbano le estuve indicando a Claudia hacia dónde tenía que girar con el brazo en vez de usar la voz que sería más técnico pero quería ir calentando la situación. Aprovechaba las indicaciones a la izquierda para rozarle cada vez de forma menos discreta sus durísimas tetas.



No podía quitar la vista de ellas y, sobre todo, de su pezón derecho que era el más castigado por mis enseñanzas. Se había contagiado del roce y estaba visiblemente más erguido que el otro. Esa asimetría era tan curiosa como lúbrica y estaba volviendo a ejercer en mi interior una reacción imparable pero deseada. Mi polla comenzó a latir de la presión visual, no sólo de sus abultadas formas sino también del camino ascendente que había iniciado su glamurosa falda dejando a la vista buena parte de sus ansiados muslos.


La simple realidad de saber que no llevaba nada debajo de esa falda que tapase su precioso coñito era suficiente para hacerme temblar y desear urgentemente que se acercasen las tres de la tarde y estar en un lugar menos peligroso ante despistes personales. Eché una mirada hacia atrás, para ver que estaba haciendo Marga y me respondió con un guiño y un repaso de sus labios con la lengua que todavía dio un giro de presión a la caldera de mi cuerpo. En ese instante, Claudia, sin cortarse, aprovechó para llevar su mano a mi erguida polla y manteniendo reglamentariamente la vista al frente, dijo:


-“Aquí va a ser difícil que podamos meter la quinta, con lo que me gusta esa marcha” y no paraba de masajearmela mientras conducía despacio, por una calle céntrica, con una sola mano.


Le cogí la mano, a pesar de que me estaba haciendo paladear el cielo, y se la puse sobre el volante.


-“Ya tendrás tiempo de usar la palanca en toda su dimensión pero ahora no te despistes ni un pelo, ¿vale?”, aproveché para ver la hora en el salpicadero y decidí que lo mejor era acercarse al restaurante y disfrutar de la comida, aunque no sabía si avisar a David, el de la clase de las cinco, por si la sobremesa se complicaba. Decidí no adelantar acontecimientos. Según se fuesen liando las cosas, que era lo que estaba deseando, decidiría. Empezaba a parecerme que yo era el que manejaba la situación. Me felicité por ello.

En este punto tengo que hacer un alto para que sepáis que una tarde, al ir a casa de ellos, Roberto había pillado la gripe y pensé que lo mejor sería volver cuando se recuperase, él debía de estar presente, era su relato. Marga no estaba dispuesta a dejarme marchar y me propuso que tomase algo, no me iba a ir así como así, prometiendo que no adelantaríamos ni una palabra.


Roberto tenía demasiada fiebre como para intervenir en nuestra conversación, que se fue animando y giraba, como no, en torno al cariz que deberían tomar los acontecimientos a partir de ahora. Marga no podía ocultar su entusiasmo y me expuso una idea que le venía rondando la cabeza pero no quería que la supiese Roberto. Se le puso mirada de pícara y tramposilla. Sabía que se le había ocurrido algo bueno, estaba tan interesado que la excusé de su promesa para oír su propuesta. Era una maestra del enredo.



Aprovechando que Roberto iba a estar unos días fuera de circulación y como el relato debía de encerrar alguna sorpresa para él dado que se trataba de un regalo de cumpleaños, decidió que entre los dos lo concluyésemos. El desarrollo que propuso convertía a Marga, la nueva alumna, en la que manejaba todo, incluso la fantasía de su marido. Había logrado introducirse en esa dimensión y, por supuesto, me pareció genial. De esta forma, al desenvolverse las escenas ajenas más fuertes al margen de mi amigo todo sería mucho más excitante, novedoso y tendría el morbo de haber sido creado por su mujer, con mi modesta ayuda. Quedamos en mentirle si nos preguntaba por el relato. En decirle que estaba parado donde él lo dejó, camino del restaurante.


Como veréis, a partir de aquí el relato toma otro ritmo, la mano de su mujer lo inunda todo y os lanza, lectores, algunos guiños que espero vayáis descubriendo.

-“Vaya, vaya, cómo te ha puesto tu alumnita preferida” me dijo Marga al oído al salir del coche mientras le sujetaba la puerta delantera. Premeditadamente, me rozó con sus pechos mientras saludaba, con su mano, mi enhiesta polla sin que Claudia pudiera ver la jugada. En ese momento dudé sobre quién estaba llevando las riendas del mencionado asunto. Dejé que ambas se adelantasen unos pasos hacia la entrada para recrearme en sus culos cumpliendo con unos de los rituales que hacen la mayoría de los caballeros antes las mujeres, sobre todo con dos preciosidades como aquellas que se iban a sentar a mi lado a disfrutar de las recomendaciones de Casa Ignacio.


-“De momento voy al lavabo, ¿vienes Claudia? Y tú mientras podías pedir un vinito blanco, muy, muy fresquito, ya sabes”. Sí, ya sabía que el vino blanco era su debilidad y que cuando lo tomaba generosamente siempre acabábamos haciendo alguna rica locura. ¿Cuál sería la de esta vez? Esperaba que fuese la que fuese la recordase durante mucho tiempo y no cabe duda que así habría de ser.


Me acerqué a Ignacio interesándome por el reservado. Ya lo tenía todo preparado. Me indicó con la mano que le siguiese. Atravesamos una puerta que estaba casi velada y nos internamos en un pasillo que tan sólo tenía dos accesos. Una a cada lado. Abrió el de la izquierda y me invitó a entrar. Me quedé impresionado. Ante mí se extendía lo que podía ser el salón de una casa, no muy grande pero distribuido con funcionalidad exquisita. Una mesa cuadrada, sólida, tenía preparado los tres cubiertos completos. Una amplia estantería se situaba enfrente con libros y adornos de muy buen gusto. En una parte de ella se encontraba un equipo de música muy aprovechable y una especie de botellero cubría lo que podría ser la televisión. Al fondo se apreciaba una ventana por la que entraba la claridad de ese día de septiembre y en el rincón cercano una especie de tresillo con chaise-longe para relajarse tras la comida coronado por un espejo de pared. Hubiese podido pasar por un chill-out pero su decorado y mobiliario era más caro que actual. Exhibiendo una gran sonrisa, Ignacio me indicó hacia la mesa para que le diese mi aprobación.


-“¡¡Vaya, que recepción!! ¿Aquí ve la tele antes de irse a acostar? Discreto es una barbaridad pero, no sé, ¿se van a acordar que estamos aquí?, dije para que no las tuviese todas consigo.


-“No se preocupe, estaremos pendientes de todas sus necesidades, ¿algún problema más? Bueno, vaya a sentarse que ahora me acerco a tomarles nota, cuando suban sus acompañantes. ¿Van a tomar vino?”


Elegí uno de los mejores blancos de la casa y le dije que trajese una hielera con mucho hielo, cubitos que empezaron a juguetear en mi mente.


-“¿Cómo te parece que nos sentemos aquí en tu saloncito? Ya que nos invitas a esta comida te vamos a dar ese gusto” dijo mi mujer al entrar poniendo en su mirada toda la intención posible.


-“Vaya sitio más raro. Me recuerda a algo pero no termino de.....” titubeó Claudia.


-“Por cierto, Marga, ¿quién te ha recomendado este lugar tan insólito?, aunque tengo el presentimiento que vas a tener que felicitar a tu informante”. Pensé que era justo lo que estaba buscando. “Me quedo donde estoy, en el medio, para teneros vigiladas a la vez” y me levanté para indicarles sus asientos, como mandan las normas frente a las señoras.


Enseguida estuvo el vino en la mesa, quiero decir dentro de la hielera y me apresuré a rellenar las copas de las chicas. Claudia frenó mi mano para evitar que le echase.


-“No creas que me gusta mucho el vino, no estoy acostumbrada. Además, hay que conducir, ¿no? ¿O nos vamos a quedar aquí todo el día?”


-“Vamos, te veo un poquito tensa. Por el coche no te preocupes, lo llevaré de vuelta sin problemas y creo que deberías probar este Rueda sin pensarlo dos veces. Te va a sentar de maravilla” le intentaba convencer mientras rozaba descaradamente su brazo con el dorso de mi mano derecha dada la proximidad que nos facilitaba la mesa.


-“Si me lo pides así, media copa”.


-“Es un vino exquisito. Échame un poquito que yo no me voy a hacer de rogar como Claudia”, y acercó el vidrio mientras su pie derecho comenzaba a acariciarme mi pantorrilla más próxima y con ella daba el pistoletazo de salida a la comida más intensa, morbosa y explosiva que había tenido hasta entonces.


Los tres sabíamos que nos íbamos a calentar mientras comíamos. Ellas eran cada vez más atrevidas y el morbo de la situación no consistía en que uno de los tres no estuviese al tanto de los manejos subterráneos sino en ver quién era el más osado en ese lugar, que no dejaba de ser público aunque fuese como estar en la propia casa con servicio de cocina incluido. Aquí no se iba a disimular para que la otra parte no se enterase, como me había sucedido en alguna otra ocasión en la que alguna señora, con ganas de emociones, maniobraba sus pies y manos, mientras su marido, en la misma mesa, nos contaba lo bien que lo habían pasado en un safari, fotográfico, en el Sherenghetti. Aquí la carrera era por ver quién llegaba antes a los pantanos, a las zonas húmedas. Quien acaparaba los momentos más potentes. Lo que se iniciaba como un desafío tenía que acabar siendo un desahogo.


-“Chin, chin. Por nosotros tres” pronunciaron ambas a la vez y se mojaron las frentes con el vino. Acto seguido, llevaron los dedos a sus respectivas bocas para posarlos en mi frente. Que sincronía, pensé en ese momento. Mi mujer que estaba desatada y no quería quedarse rezagada hizo desaparecer su mano bajo la mesa y por el movimiento que hizo con su culito hacia atrás supuse que estaba haciéndole sitio para meterla entre sus piernas, pero por dentro del pantalón. A continuación, sin ningún reparo, llevó los dos dedos que habían buscado su intimidad a mi boca anunciándome que ese era el aperitivo del vino. Me quedé impresionado de su osadía pero acepté el manjar sin protestar, saboreando ese producto de la tierra que tan bien conocía aunque ese día tenía un regusto especial. Su escenita me puso a mil porque ella sabe que probarla es una de mis mayores debilidades.


Claudia ni parpadeaba y por sus gestos me pareció que no quería quedarse atrás en la carrera por el premio de ser la más putilla de las dos, en un sitio público. Me di cuenta perfectamente que levantó un poco sus nalgas de la silla, llevó su mano derecha hacia su coñito, libre de toda opresión y tiró de la anilla guía de sus bolitas chinas que llevaba desde el principio. Ella añadió: “esto ya ha hecho su papel y ahora creo que es un estorbo, ¿no profe?” Y guardó el instrumento en su bolso sin ninguna discreción. Sólo pensar que por culpa de las bolas ahora su coñito estaba húmedo y dilatado me estaba forzando una erección explosiva. Uff, que comida más rica me iban a dar mis dos alumnas.



Claudia aprovechó para deslizar su mano hacia sus labios, humedeció generosamente el dedo corazón y después lo escondió bajo el mantel. No teníamos que preguntar dónde había ido a parar porque sus ojos entrecerrados y su respiración ligeramente agitada nos dio una buena pista. Rápidamente hizo emerger su extremidad y, como había hecho mi mujer, me acercó su dedo primero a mi nariz y después, al ver que yo no rechazaba este segundo aperitivo, me lo metió en la boca lentamente, jugueteando con mi lengua que aceptaba ese reto.


-“Bueno, bueno, ustedes disculpen pero tengo que tomar nota para que la cocinera vaya preparando los segundos, porque de primero me he permitido decidir ¿Qué les parece una buena ensalada, espárragos trigueros a la plancha, gambas al ajillo, tortitas de camarones y un poquito de jamón ibérico que me lo traen directamente de Montánchez?
Que le iba a decir, una maravilla aunque me estaban gustando mucho más los aperitivos sensoriales de las damas que las aceitunas de Camporeal que de manera abundante traía en un platito.


-“¿Y qué nos ofrece su casa de segundo? Dije mientras noté como por mi derecha, el lado de mi mujer, una mano buscaba afanosamente bajarme la cremallera del pantalón con claras intenciones de ponerme nervioso mientras hablaba con el dueño.


-“Los segundos son nuestro fuerte, ¿Vamos por carne o pescado?” Preguntó dándose cuenta que a una de las chicas se le había perdido algo bajo la mesa.
Intenté alejar la mano pero ya tenía parte del trabajo hecho y mientras seguía bajando mi cremallera agarraba con intensidad mi polla a través del pantalón, en esto tenía experiencia.



Este amarre hizo que mi voz no saliese todo lo firme que yo quería: “vamos a continuar con pescado, por aquello del vino blanco, ¿os parece bien un pescadito al horno?” Dije como pude porque mi miembro estaba fuera del pantalón. Que habilidad. Ahora, como el dueño se pusiese a recitar todos los pescados que tenía iba a pasar un mal momento, por eso dije con decisión:


-“Si tiene besugo al horno, nos pone uno para tres y listos, creo que con eso vamos bien servidos, gracias”.


-“Gracias a usted y que siga bien porque veo que esta comida ha empezado de miedo” se alejó diciendo nuestro mesonero.


Otra mano aterrizó en mi bragueta y al unísono, como si se tratase de una única persona sentí como ambas me aferraban la polla, que volvía a estar pletórica, distribuyéndose el trabajo equitativamente. Mientras la primera estaba asida por la base y acariciaba ligeramente mis huevos, la más reciente envolvía mi glande con su palma y describía unos suaves giros sobre él. Humm, si existe, que tengo mis dudas, el cielo debería ser así, y este sería el restaurante del cielo.


-“Chicas, vais en serio, ¿eh? Creo que os estáis aprovechando de mí, a dúo. Uhmm, pero lo que hacéis está de maravilla, ahh, me estáis poniendo nervioso y cachondo del todo”. Suspiraba notoriamente cuando llegó hasta nosotros la mujer del dueño y clavó su mirada en mi al haberse dado cuenta que algo estaba pasando debajo de la mesa. Se quedó plantada con los manjares en la bandeja e intentó adivinar cuál era la situación real. Sin perder de vista los brazos de mis acompañantes fue dejando uno a uno los platos que habíamos encargado. Manteniendo los espárragos en su mano giró alrededor de la mesa hasta llegar a mi espalda para depositar el plato a mi lado y desearnos buen provecho.


-“Los trigueros especiales para usted, seguro que le van a encantar” y noté como su mirada voló desde mis ojos hacia el hueco desde el que se podía ver, claramente, como las dos manos de las chicas estaban dándome un buen repaso a mi instrumento.


-“Por lo que veo, usted en un experto en espárragos y sabrá apreciarlos” y abandonó la habitación sin dejar de sonreírme. Tenía una sonrisa muy atractiva aunque mi opinión estaba muy condicionada por las maniobras de mis chicas, a las que no les importaba ni entretenían las visitas.


-“¿Cómo podéis tener tanto morro?, ambos ya se han percatado de nuestras aventuras. Espero que no sean mojigatos y acepten un poquito de alegría en su casa. A ver si nos van a echar por escándalo. Y, ahora que lo pienso, ¿sois las únicas que podéis meter mano porque en varias ocasiones me habéis retirado las mías?”.


-“De momento, sí. No olvides que somos las alumnas y estamos de prácticas” dijo mi mujer con desparpajo, lo que Claudia suscribió con un movimiento de cabeza, una pícara sonrisa y un buen apretón a la cabeza de mi rabo que me hizo lanzar un agradable quejido.


La escena siguió así. Acordamos, para estar en igualdad de condiciones que cada uno de nosotros sólo podía tener una mano abajo y otra arriba, aunque podía cambiarlas y con la mano libre seguir comiendo lo que en la mesa esperaba. Empezó a ser una fiesta de los sentidos. Mientras con mi mano derecha intentaba perforar el pantalón de mi mujer por el lugar donde habían empezado a humedecerse la tela, con la izquierda elevaba un espárrago sobre mi boca.



Claudia iba más allá, era la reina de los malabarismos. Con la mano derecha estaba haciéndome la mejor paja que me han hecho nunca en un restaurante y no era la primera y con la otra ensartaba una gamba de proporciones suficientes como para llevársela a la boca y que la mitad me fuese ofrecida a cambio de un morreo juguetón. Ah, y su pie no paraba, por debajo del pantalón, de masajear hábilmente uno de mis gemelos y me gustaba, me gustaba mucho.



Para finalizar la escena que más de un restaurante era del circo del sexo, mi mujer estaba intentando llevar uno de sus dedos hacia mi culo sin dejar de masajearme las bolas con intensidad. Esa mezcla entre fino dolor y tórrido placer me estaba transportando. Al abrir mis ojos vi que estaba mordiendo los camarones con la boca abierta, enseñando los dientes y me pareció más putón que nunca, con la cara de portada de peli porno en la que a la actriz principal el más macho le tira del pelo hacia atrás mientras se la folla sin piedad.


Hubo un momento que aquello se iba de las manos, tenía toda la pinta de una orgía pero pública. Me di cuenta que Claudia, en cierto momento había llevado sus dos manos a la cara para limpiarse con la servilleta y ahí salté.


-“Eh, atención, sanción. Habíamos quedado en que sólo una mano, ¿no? Pues te he visto y ahora te toca pagar. Veamos, ¿Marga, qué le podemos imponer de pena?”


-“Déjame pensar. ¿Algo bueno para los dos o sólo para ti?” Preguntó con morbo.


-“Ya, ya lo tengo”, dije para evitar algo que no me gustase. Nuestra amiga Claudia se va a poner de pie, aquí, a mi izquierda y como recuerdo que no lleva bragas me va a dejar,...”


-“Eh, eh, un momento, ¿sólo tú?, se supone que tenía que ser para los dos” demandó mi mujer con premura mientras apuraba su vaso de blanco.


-“Calma, es fácil resolver este punto. Claudia, te vas a poner entre los dos así disfrutaremos y nos disfrutarás a dúo” y le di una palmadita en su culo notando su firmeza a través de la fina tela.


Mi alumna no lo pensó dos veces y sumisa cumplió con el castigo. Se colocó entre ambos, de pie, como una niña mal, y fue abriendo paulatinamente las piernas a medida que mis dos manos iban ascendiendo por la fina piel de sus muslos. Esa sensación es divina, creo que todo los hombres heterosexuales del mundo tendrían que probarla. Ascender con los dedos, muy despacio, entre las piernas de una mujer bonita sabiendo que no lleva nada debajo de su vestido; calculando, milímetro a milímetro, la distancia que nos separa del final del camino, llevando la mano abierta para remontar ambos muslos y notar como se van juntando los dedos a medida que nos acercamos a su cálido coñito. Para terminar en los labios húmedos de su dueña deseosos de ser penetrados por esos intrusos que, como ladrones, revuelvan los cajones y armarios una vez dentro. Es casi indescriptible.


Y así fue como me encontré con la mano de Marga al llegar a sus labios, ella ya estaba allí, dentro de su coño, girando dos dedos en su gruta que empezaba a fluir de manera sorprendente. Con dos dedos unidos estaba barrenando a Claudia en la que notaba un incipiente temblor en sus muslos, aguantando el castigo de muy buen gana. Me hice un pequeño sitio en su interior, introduje mi pulgar empujando a mi mujer que me miró como si le hubiese quitado el aparcamiento. Saqué la mano con urgencia y me llevé el dedo invasor a la boca para saborear los generosos jugos de Claudia y sin perder tiempo volvía a la escena, introduje el índice en su chorreante coño y desde aquí, bien lubricado con sus jugos, le perforé su culito mientras dejaba el dedo gordo en su fuente. Ella dio un respingo y levantó las nalgas pero tiré hacia abajo desde mi amarre notando que una fina piel separaba ambas yemas. Los dedos de mi mujer habían abandonado su cueva y ahora se dedicaban con interés a masajear su abultado clítoris, lo que unido a mi trabajo estaba consiguiendo que Claudia fuese acercándose al precipicio. ¿Se iba a correr allí mismo?


Tuvo que reclinar su cuerpo para apoyarse en la mesa lo que agradecimos como visitantes de sus aposentos al poder maniobrar con más soltura. Le levanté el vestido por detrás para contemplar su magnífico culito y separar sus nalgas. Con algo de dificultad introduje un segundo dedo en su entrada trasera y otros dos en la delantera y Marga estaba haciendo una labor divina en su botón. Su respiración empezó a entrecortarse de manera casi escandalosa, la música que era un simple susurro conseguía a duras penas tapar sus jadeos. Y ahí se me ocurrió otra ideíta.



Mientras que Claudia se acercaba al umbral del orgasmo agarré la botella de vino que todavía estaba bastante fría y se la introduje dentro de su babeante coño de un empujón aunque antes tuve que separar un poco sus labios. Aquello fue el detonante. Empezó a jadear y mover su cadera como poseída, adelante y atrás, adelante y atrás, sin parar, arañando el mantel de tela, resoplando con su cara escondida entre sus brazos y sintiendo su cuerpo profanado como hacia tiempo que no ocurría. Tuve un segundo de lucidez y saqué la botella a tiempo porque Claudia en el punto más elevado de su clímax se derrumbó de rodillas en el suelo. Así se quedó durante unos segundos, doblada y con su cara sobre la mesa, resoplando, mientras ambos le acariciábamos su húmedo pelo.


-“Ufff, estoy todavía mareada, bufff, ha sido......unaaa......pasa..da....os lo.....prometo que nunca, ....nunca, me había pasado algo así y menos... en... un bar” nos decía una vez había vuelto a sentarse en su cómodo asiento.


Estaba a reventar, mi polla tampoco había soportado una escena así anteriormente y no sé como no acabé allí mismo.


-“Un poquito de vino para refrescar las gargantas” y les volqué el ambarino contenido en sus copas, con la certeza de habérselas aderezado con el aroma más íntimo de Claudia.


-“Exquisito Claudia. Le has dado un toque maestro a este blanquito ¿No es verdad cielo?”


-“Tienes toda la razón, Marga. Ahora es cuando está en su punto. Pero, qué os parece, seguimos con el jueguecito o con lo que hay en los platos porque reconocéreis que es un poco complicado hacer todo a la vez.”


Intenté reconducir la comida. A ese paso íbamos a hacer noche en el lugar. Pero todas mis buenas intenciones se evaporaron cuando sentí como Marga volvía a concentrarse en mi polla pero esta vez iba en serio. Había agachado la cabeza hacia mí y tenía todas las intenciones de hacerme un regalito. Me retiré un poquito hacia atrás para facilitar su labor, a la vez que permití que me bajase más los pantalones, hasta que sentí el tacto de la madera castellana en mis nalgas. En esa guisa Marga no tuvo ningún problema de engullir de un solo envite mi polla y llevarla a su garganta al comienzo, que es cuando le gusta hacerlo, luego dice que le dan arcadas. Después inició una de las mamadas más eficaces que yo recuerde acompañada de un decidido sube y baja de su mano en el tronco de mi polla, para dispararme. Mordisqueaba mi punta para después meter su dura lengua entre mis pequeños labios, haciendo un movimiento que sólo ella sabe hacer y que no puedo describir en palabras. Cerré los ojos para disfrutar del momento que se iba acercando, abrí ligeramente los labios y allí me encontré con los de Claudia que girada hacia mí me besaba en agradecimiento a su reciente explosión todavía adivinada en su respiración y sabor.


En medio de ese doble juego supe que era esclavo de aquellas dos diosas y para demostrarlo estaba dispuesto a darles la ambrosía que llevaba dentro. Con un derrame bestial, que denotaba las veces que me había empalmado aquel día y que no habían tenido ese desenlace, vacié toda mi preciosa carga en la boca de mi mujer, allí delante de otra mujer que me besaba y casi me afixiaba. Marga no iba a dejar escapar nada, era golosa en esas situaciones y, además, no quería pruebas visuales. Tras una serie larga de espasmos, suelo tener más cuanto mayor es mi excitación y ese día era infinita, me recosté en la silla mientras mi mujer terminaba de limpiar los pocos restos de semen que se habían quedado en mi polla.


-“Deja algo para las demás, egoísta” exclamó Claudia abandonando mi boca para lanzarse sobre mí ya menos arrogante miembro. Uhmmm, que maravilla, otra boca distinta acabando el trabajo. “Lo has dejado limpio, eh Marga”.


En ese momento, Marga se acercó a Claudia por delante de mí y se fundieron en un beso en el que mi mujer compartió con ella parte del manjar de los dioses, aunque alguna gota cayó sobre mi pantalón, dando un toque exótico a la escena final. Lo dejé allí, no estaba para exquisiteces y perderme ese beso que echaba chispas a menos de un palmo de mis narices. Estuve tentando a acercarme pero no me atraía mucho la idea de que ambas quisieran besarme y darme mi propio alimento, en otra ocasión, pensé.


Ellas se mantenían unidas por sus bocas, estaban disfrutando. No habían dado ese paso todavía pero Claudia era agradecida y también quería demostrar a mi mujer que lo que le había hecho antes se merecía un premio. ¿Hay algo más excitante y morboso para un hombre que ver como dos mujeres, que no te excluyen, se besan delante de ti? Sin duda NO.


Les dejé hacer hasta que no les quedó nada por compartir. Se sentaron sin dejar de mirarse y, a la vez, llevaron sus copas a la boca. Este deporte podría ser como la natación sincronizada.
Claudia y yo nos miramos pensando lo mismo. Volvía la sincronización.


-“Ahora te toca a ti, Marga”, nos reímos, lo habíamos dicho también a la vez. Es verdad que era la única que faltaba por correrse. Ambos estábamos pensando la forma cuando llegó nuestro amigo a retirar los platos para traer el pescado y observó que todavía quedaban bastantes entrantes.


-“¿No les ha gustado algunas de las cosillas que les he traído?, preguntó con cierta pena.
-“No, no, no es eso, está todo buenísimo pero nos estamos entreteniendo demasiado y hablamos sin parar, pero déjelo todo, bueno llévese si quiere las gambas y lo que queda de espárragos, ah, y supongo que tiene más vino fresquito, como este. Pues prepare otra botella que está genial.” Dijo Marga haciéndose con la situación y alejando, de momento, su castigo.
-“Vamos a comer un poquito, que me ha entrado un hambre y ahora pensáis como me vais a corresponder, ¿vale?”.


Y así hicimos. Para calmar un poquito la comida nos dedicamos a acabar casi todos los buenísimos platos que nos habían preparado, apuré lo que quedaba en la botella entre las tres copas y al ir a dejarla en la hielera vi como Claudia me sujetaba la mano y me decía: “tráela, que esta nos puede hacer falta”.


Llegó el pescado, nuevos platos, cubiertos y la segunda botella, esta vez fueron ambos dueños los que entraron en el reservado para prepararnos el manjar. Al ir a llevarse la botella vacía, Claudia lo impidió con decisión agarrando la mano de la mujer y dejando caer un déjala que no necesitó explicaciones.


El besugo tenía una pinta inmejorable, fresco, rosado y expuesto para nosotros en una bandeja que asemejaba la forma de un delfín, un tanto fuera de lugar pero le daba un toque isleño.


Serví los platos a las damas y después me puse una cantidad importante, me encanta el pescado. Después les advertí que íbamos a hacer una pausa para comernos aquello, por lo que necesitábamos ambas manos y mucho cuidado con las espinas. Tregua.


Mientras dábamos buena cuenta de aquella maravilla horneada nos zambullimos en una conversación que giraba en torno a un solo tema: cómo se podía estar en un lugar así y hacer lo que nos apeteciese. Ya sabíamos que estamos en una habitación aparte, pero ¿nadie nos oía?, ¿A nadie le importaba lo que sucedía allí? Parece que estábamos perdiendo el morbo que se tiene ante la posibilidad de que te descubran. Supongo que el dueño habría dado instrucciones a los clientes habituales para que nadie nos molestase.



La conversación continuó sobre qué experiencias parecidas habíamos tenido y debo reconocer que tanto Claudia como mi mujer, sobre todo esta, me estaban sorprendiendo a pesar que yo también tenía alguna cosa que contar. Las aventuras de Marga podían ser ficticias, sólo una excusa para que a Claudia se le desatase la lengua y siguiese rememorando de forma muy gráfica pasadas aventuras, pero si eran reales yo no tenía ningún conocimiento de las mismas.


Determinamos que esta podría ser la mayor pasada de todas siempre que se diese la talla con lo que nos quedaba aún. Claudia y yo volvimos a mirar a mi mujer mientras desaparecía de nuestros platos el precioso pez y de nuestras copas el vino.


-“Los pantalones te quedan preciosos pero justamente hoy no parece lo más apropiado, ¿no Marga?”


-“Un momento, tengo la solución. Acompáñame un momento al baño y te lo cuento. De paso aligeramos un poquito, ya sabes” y desaparecieron no sin antes darme cada una un sabroso beso en los labios que se mezclaron en la boca.


Uhmmm, sorpresitas y todo. Vaya comida que estaba teniendo, todo iba de maravilla. ¿Todo? Se me ocurrió mirar el reloj que había en la pared y me di cuenta que el tiempo había volado. Ya eran casi las cuatro y la tarde parecía larga pero tenía clases a partir de las cinco a unos cuantos kilómetros de allí. Mientras estaba con esas inquietudes advertí que una discreta pero insistente luz roja pareció encenderse en una de las estanterías de la sala. Al momento se abrió la puerta y aparecieron mis comensales.


-“Pero, ¿qué habéis hecho?” Dije con asombro al ver que se habían intercambiado la ropa. Ahora era Claudia la que llevaba los ajustados pantalones de mi mujer y le quedaban tan bien como a ella y la blusa blanca, transparente que dejaba adivinar sus pequeñas pero muy turgentes tetas. Al fijarme en su entrepierna advertí una ligera humedad fruto de los escarceos que le habíamos propinado hacía muy poco tiempo. Y Marga estaba impresionante con el top y la falda vaporosa de Claudia. Al tener más pecho que ésta, el top quedaba muy provocativo, apenas podía mantener sujetos los encantos a lo que contribuía el haberse liberado del sujetador. Iban en serio este par de atrevidas.


-“Y ahora por dónde íbamos” dijo Claudia con el tono más autoritario que pudo dar a su voz.


-“Me siento presionada. Parece que ahora tengo que ser yo el objetivo de vuestros ataques. Uyyy, que miedo me dais”.


Cuando me disponía a abrir la boca volví a observar la luz roja y al instante se abrió la puerta para dar paso a la mujer, supuestamente, de Ignacio.


-“Perdonen, veo que puedo retirar los platos. ¿Van a probar algún postre? Si les interesa les diré que no siempre son los chinos los que copian a los demás. La especialidad de la casa es el flan de huevo con nata auténtica y anacardos fritos”.


-“Suena muy bien pero estamos demasiado llenos. Todo muy bueno, por cierto. Pues eso, muy llenos para postres, casi mejor tomamos unos cafés, ¿no, chicas?”


-“Sí pero que nos traiga uno de esos postres para tocar el cielo” dijo Claudia mientras arrastraba con delicadeza la punta de su lengua por los labios, saboreando un reciente sorbo del blanco.


-“Pues...está bien. Un postre y unos cafés...¿cómo lo quieres Marga?” Pregunté aunque sabía de sobra que lo quería con leche y en vaso pequeño”. Tú mismo volvieron a recitar al unísono las compenetradas mujeres.


Una vez que la mujer retiró la comida y nos trajo el postre y los cafés nos dispusimos a probar la orientalizada mezcla mientras les indiqué si no se habían dado cuenta de la luz que se encendía cuando entraba alguien. Estaba claro que era una señal de aviso, a nosotros para saber que íbamos a recibir visita, supongo. Ellas no habían mirado incluso ni en esa dirección, era yo el único que la tenía enfrente.


-“Prueba esta nata, es excelente. Sabe a las confiterías de antes. Nata montada” y llevó una cucharada hasta mi boca. Pude comprobar que no mentía, era un placer deshacerla en el paladar.


-“¿Y qué tal estará en otro recipiente más apetecible?”, insinuó Claudia mientras se acercaba a mi mujer por detrás. Posó sus manos en la cabeza de ella y las fue bajando con delicadeza hasta el cuello para introducirlas por debajo de su top y pinzar ambos pezones que al notar el contacto inicial de sus manos ya habían reaccionado mostrando una plenitud desbordante. Claudia hizo girar sus palmas sobre ellos y debido a la presión el top saltó hacia abajo sin remedio. Ahí, ante mis ojos, se levantó el telón con una escena lésbica enervante. Mi mujer se dejaba hacer e incluso echaba su cabeza hacia atrás comenzando a gemir quedamente.


Claudia aprovechó para untar la cuchara en la nata y extenderla por las dos cimas de los pechos de Marga y, como un relámpago, se lanzó a devorar con los labios muy abiertos el manjar. Mi reacción no se hizo esperar y presioné con mis dos manos el otro pecho para hacer más saliente su pezón y succionar con pasión el mismo y la nata que allí estaba montada.



“¿Uhmmm, qué hacéis? Esta vez el gemido fue sonoro aunque noté que fue ahogado por el aumento del volumen de una melodía envolvente que se ocupó toda la habitación.


Mi mujer se dejó resbalar en la silla y al hacerlo la falda prestada se enrollaba hacia sus muslos. Sin esperar el fin de esa tendencia ascendente, llevé una mano entre sus piernas hasta levantarle la falda sin miramientos. Mi polla ya estaba pidiendo que actuase con energía. Al dejar al aire su entrepierna sentí un chispazo en la base de mis huevos. ¡No llevaba tanga! ¡Allí tenía su coño al aire totalmente rasurado! Su inocente chochito se ofrecía como un fin de fiesta para nosotros dos y no lo íbamos a rechazar.


Deslicé mi mano hacia sus labios más íntimos que esperaban esa caricia desde hacía tiempo mientras Claudia sorbía con pasión las tetas y besaba directamente a mi mujer en la boca pretendiendo que sus lenguas se abrazasen en un baile húmedo. Esa visión hacía que mi polla estuviese cada vez más inflamada y que soportase a duras penas la inspección que Marga la estaba haciendo. No me dio tiempo a llegar a su baboso coño porque Claudia acercó allí otra porción de nata.


-“Esta no se puede comer aquí, ven” y arrastró a mi mujer hacia el sofá sin que pusiese el menor reparo. Les seguí hasta que la portadora de la nata fue literalmente tumbada boca arriba. “Ahora sí, cómete este postre”, y como si de una orden se tratase me lancé entre sus piernas a limpiar ese dulce que tapaba la sonrosada y límpia entrada a su coñito. Estaba poseído, atacaba su raja como me parecía, sin piedad, estrujando, sorbiendo, pellizcando, soplando, todo lo que me apetecía hacerle no tardaba en sentirlo dentro de ella. Le introduje primero un dedo y después varios hasta intentar, girando, que los cuatro entrasen a buscar los tesoros de la cueva de Alí Babá; ella chorreaba y facilitaba esta labor elevando su precioso culito hacia mí, metiéndose con ese movimiento aún más mi mano dentro, como ya habíamos hecho en alguna otra pasada anterior. Al levantar la vista para tomar un sorbo de aire vi como Claudia, subida al sofá, se estaba bajando los pantalones, haciéndolos rodar por sus húmedos muslos mientras Marga no paraba de buscar con sus manos el precioso coñito que se le ofrecía. Alzó la boca para beber de esa fuente que ya desprendía su brillante humedad.


Las dos estaban fuera de si, a las dos les estaban comiendo el coño y eso es superior para una mujer. Me pareció que no hacía falta en aquella estampa pero fue sólo un pensamiento fugaz; para alejarlo, me desabroché los pantalones, me saqué una de las dos perneras, agarré con fuerza de los muslos de Marga y habiendo colocado previamente la punta de mi enhiesto miembro entre sus labios, le propiné una estocada hasta las bolas. El grito que dio tuvo que oírse al otro lado de la pared, sin la menor duda.


-“Ahoraaaa....ahhh....me partes, cabrón....ahora...muévete....no pares....no, nunca....sigue, sigue, sigue,.....uhmmmm....” y volvió a hundir su boca en el coño de Claudia que se lo restregaba sin parar haciendo que toda su cara brillase por sus jugos. Era una pasada. Me estaba follando a mi mujer, con una erección que hacía tiempo no sentía mientras ella le comía el coño a una alumna mía que estaba de infarto y todo ello en un restaurante. La situación me estaba excitando tanto que empecé a sentir algo parecido al vértigo y sólo se mitigaba cuando miraba como mi polla entraba y salía poseyendo ese coño que ahora, extrañamente, no me era familiar.


Al perder mi vista hacia el techo vi de reojo encenderse la luz roja. Eso anunciaba visita pero la escena no estaba para recibirla. La puerta se abrió y por el rabillo del ojo pude comprobar como Ignacio dejaba una botella en otra hielera, tres copas y abandonaba la sala no sin antes echar una visual al numerito que teníamos allí. Una sonrisa me pareció que fue lo último que recuerdo de él al salir.


Sin pararme a analizar el suceso continué bombeando dentro de ese coñito que tenía su propia voz, ese choff, choff, tan característico de una mujer a punto de correrse. Pero se le adelantó Claudia, debido a la velocidad con la que mi mujer movía su lengua sobre su abultado clítoris mientras introducía con maestría dos dedos dentro de la raja abierta de aquélla. Con una gran celebración, Claudia se corrió encima de la cara de mi mujer y debo decir que sus ojos se enmarcaban por el corrido rímel de lo que echó por su coñito.



Con la lengua, mi mujer intentó limpiar todo aquello que encharcaba su coño que al no tener casi vello que frenase había descendido con más facilidad, y en el intento sentí como explotaba en un orgasmo sonoro, como las paredes de su chochito se contraían para abrazar al arrogante intruso. Le metí un dedo en su culito porque me gusta esa sensación, sentir contraerse el esfínter con cada espasmo, igual que nos pasa a nosotros cuando nos corremos hasta que se derrumbó sobre el sofá abandonando todo trabajo hacia Claudia. Ésta, se despojó completamente de los pantalones y se me acercó agarrando la polla que todavía estaba dentro de mi mujer y tirando de ella la sacó, introduciéndose un dedo sucesivamente en su abultado coñito señalándome el nuevo destino de mi herramienta. Me besó en la boca durante unos instantes, se apretó para que sintiese sus tetas apretadas a mi pecho y agachó su cabeza hacia mi polla que estaba inundada de la corrida de mi mujer. En ese momento, Marga se levantó, fue a la mesa, buscando la botella que acaban de traer y se dispuso a descorcharla mientras Claudia succionaba mi polla con ternura, evitando a toda costa que me corriese. Pero yo no tenía tanta seguridad que ese masaje no me llevase hasta el fin.


De pronto, “Poummmmm”, la espuma del Brut nature aparecía en el gollete de la botella recién abierta. Dio un trago largo, me puso la botella en la boca hasta que me vio tragar y retirando a Claudia de mi polla le ofreció la bebida burbujeante. Se llenó la boca y se volvió a introducir mi miembro dentro. La sensación que sentí con mi polla dentro y una miríada de burbujas estallando alrededor de mi glande fue extasiante, casi dolorosa, por lo que le alejé bruscamente su cara y el espumoso salió disparado de su boca salpicándome con generosidad.


Era el momento adecuado y creo que lo había visto en una película. Indique a ambas mujeres que se inclinasen hacia el sofá colocando sus manos en él para que de esta forma sus apetecibles culitos quedasen ligeramente levantados. Las puse muy juntas, las empujé para que se rozaran y volví a dar un buen trago de cava que retuve en la boca. Me acerqué al primer coñito que me pareció, no distinguía a su dueña, me daba igual, abrí sus labios todo lo que pude hasta advertir la oscuridad dentro de la cueva y soplé con todas mis fuerzas las burbujas contenidas en mi boca. Repetí la misma operación con el otro coño y la respuesta fue la misma: un grito de sorpresa y gemidos de placer posteriores cuando a la vez penetraba cada abertura con mis dedos.



Inicié un ritmo decidido, metiendo y sacando los dedos de sus espumantes orificios, mientras sus jadeos crecían y crecían y sus bocas se volvían a juntar en besos alocados. Llevé la boca a esas fuentes y las sorbí con frenesí. Agarré la botella de cava por el culo y la introduje en el coño que tenía más alejado a la vez que de un certero empujón metí mi polla en el otro, el brasileiro y esta vez supe que era el de Claudia porque al llevar la mano reconocí su trabajo. Mi mujer se había afeitado hacia poco y Claudia llevaba un desfile de hormigas. Estaba jodiendo con mi alumna mientras con una botella de burbujas follaba a mi mujer. Existe el paraíso.


Salvajemente empecé a moverme dentro de Claudia, llegando con cada golpe hasta el fondo y, siguiendo mi ritmo, la botella se agitaba igual. Esto desató otra explosión de burbujas mucho más intensa que la anterior. Mi mujer gritaba, el cava intentaba escapar por el fondo de su coño y no encontraba salida por lo que volvía sobre sus pasos y, en tromba, empujaba sus labios hacia fuera como si se tratase de una manguera reventada. No quise que Claudia se perdiese ese efecto, aparecido por azar, y cambie las posiciones sin dejarles levantarse. Eso era un trío y yo el hombre, ¿no?, pues iba a ejercer sin tapujos. Llevé mi polla de nuevo a la entrada de mi mujer, ahora encharcada por una mezcla jugosamente bebible e introduje la botella con demasiada fuerza en el ya castigado coño de Claudia, ella se sintió dolida pero no mostró reparos en que agitase el líquido dentro de ella hasta notar el estallido del gas en sus entrañas. A ambas les temblaban las piernas, estaban aguantando las embestidas de los dos atacantes comandados por el mismo instructor, ahora sí que era una clase de conducir compartida, sólo ahora.


Sin sacar la botella de su coño acerqué una mano a la mesa para alcanzar una de las copas. La llevé a la base de su coñito y retiré la botella para que fuese esa maravillosa mujer la que llenase mi copa con la mezcla divina que salía de su interior y fluía como el manantial más exquisito se pueda imaginar. ¡Que exquisito manjar! El primer sorbo, exquisito, una mezcla imposible entre sabor con humedad y, a la vez, con un toque ligeramente sabroso. Lo siento, no se me ocurre comparación. Es único. Invité a las dos mujeres a probarlo y la que menos dudas ofreció fue mi mujer; ante su desparpajo, Claudia apuró la copa y, sumisas, volvieron a su anterior posición.


Al ver de nuevo esos dos culitos moviéndose mientras las manos de ambas separaban sus carnes para mostrarme las entradas a sus cavas un atisbo de enajenación mental cruzó mi mente y me lanzó hacia ellas. Esta vez iba a ser la definitiva. Alocadamente, sin concierto ninguno, introducía en sus coños todo lo que me parecía. Mi polla no dejaba de entrar y salir de uno cuando se enterraba en el otro. Eran sólo dos coños, nada más. Dos coños a rellenar. Mi mano ocupaba el lugar que había tenido mi polla momentos antes. Mi boca succionaba los jugos de una mientras no dejada de chocar mi pelvis contra el culo de la otra haciendo verdaderos equilibrios para no caer. La botella que ya apenas contenía líquido también entraba hasta lugares insospechados presionando las paredes de sus dilatadas vaginas. Más de una vez tuvieron que frenar estas embestidas vidriosas.


Sentía que todos nos estábamos acercando a un punto sin retorno. La respiración de ellas era tan agitada que se fundía con sus jadeos, sus piernas describían arcos imposibles, sus rodillas se doblaban en más de una ocasión para volver a enderezarse y no perderse nada de la penetración. Cada vez saltaba con más velocidad de una a otra, ellas resoplaban sobre el sofá y yo me sentía cada vez más pletórico. Mis dedos taladraban también sus esfínteres, pasando sus anillos de presión para descansar en esa zona más abierta, me escupía en ellos y los introducía en sus coños cuando se me secaban para hacer menos dolorosa la incursión. A la que no estaba follando le metía todos los dedos que daban de si sus dilatados agujeros, no sé quién recibió más pero estaban tan excitadas que no ponían ninguna pega a mis extremidades. Seguía aumentado el ritmo de sus jadeos, ahora ya pequeños gritos unidos a insultos cuando intentaba, con la boca de la botella, penetrar sus culitos menos hospitalarios que sus coños.


-“Por ahí no.....aghhhh.....cabronazo, qué pretendes......uhmm....agggghhh.... romperme el culo... “ decía mi mujer aunque no era fácil diferenciar su ahogada voz de la de Claudia, que se quejaba menos de esta acción. “Sí, sí, no me importa, aahhgggg... méteme la botella por el culo, hijodeputa, métela, la quiero sentir ahí, toda.... rómpemelo de una puta vez, cabrónnnn...ahh” y así lo hice. Sin abandonar la cueva de mi mujer introduje sin demasiados miramientos la botella en su culito. Costó pero al final entró. Sus piernas empezaron a temblar, anunciando su inminente corrida final por lo que abandoné el coño de mi mujer, que se quejó de la ausencia, y le metí a la otra, ahora de varios envites, mi miembro hasta el final, haciéndome sitio junto a la botella que no permití sacase de allí.



De esta forma se corrió, salvajemente, gritando y cayendo sobre el sofá en cuclillas todavía con el cava pendiendo de ella. Tiré de la botella y un último suspiro quedó flotando en la sala. Me dirigí desencajado hacia Marga, y realicé la misma operación. Chapoteé con la botella primero en su rebosante coño y después, sin anunciárselo, se la introduje con un certero empujón por el agujero que antes evitaba. Entró, no sin hacerle gritar, esta vez de dolor, al traspasar su anillo aunque mi polla compensó la situación instalándose en su coño para entre ambas conseguir que Marga se fuese más estrepitosamente, si cabe, que Claudia. Fueron sus rodillas las que le flaquearon y se fue al suelo aunque antes saqué ambos arietes de sus puertas.


Claudia estaba mirando la escena mientras se frotaba tranquilamente su sexo, se iba recuperando y comprobaba como mi mujer se deshacía en espasmos de placer en el suelo. Fue hacia ella, le ayudó a levantarse y llevó, al igual que ella estaba haciendo, su cara hacia mi polla. Les aparté con las manos.


-“Ahora, quietecitas ahí....ahhh.....vais a ser testigos de cómo acabo sobre vosotras y me voy a correr encima, sobre un par de cerdas que es lo que sois, las dooooossssss, sí...., unas cabronazas que me habéis estado matando todo el tiempo, que me habéis calentado como unas verdaderas putas” y mientras intentaba hacerles ver lo guarras que eran me masturbaba como si fuese la primera vez que lo hacía, plaff, plaff, plaff, restregaba la punta en sus caras sin dejar que la tocasen a sabiendas que ya no podía aguantar más.


En ese instante sentí la puerta que se abre dentro y apreté la base de la polla para aumentar la presión. Cuando ésta era dolorosa apunté hacia las caras de las dos mujeres que esperaban ansiosas el elixir, muy juntas y sus bocas abiertas. Que placer más inmenso. Sobre sus bocas y sus caras de puta. Después de haberme empalmado tantas veces, por fin.


-“Ohhhh, me corroooooo....., síííííííí, que bien....cómo podéis ser tan putas.....tomar mi leche, sííííííííí´......ahgggggg.....uffff”.


Los chorros fueron a parar, con energía, sobre todas las partes de sus preciosas caras, sus ojos quedaron pintados, sus labios, narices,..., que plenitud y sus bocas recibieron buena parte del regalo que mezclaron en un beso profundo entre ellas para después, a la vez, limpiarme toda la polla con un esmero exquisito. Como colofón se acercaron ambas a mi boca y me propinaron el beso más increíblemente morboso que haya recibido un hombre con el regusto de mi propio semen, que por cierto, era la primera vez que sentía en mi paladar. Siempre le había hecho ascos pero en ese momento no despreciaba nada que viniese de ellas.


-“Vaya clase, profesor” dijo Claudia entre suspiros mientras se pasaba una servilleta por las comisuras de los labios, como la que se limpia al acabar una buena comida.


-“Que razón tienes preciosa, si llego a saber que sacarse el carnet exigía esta dedicación me hubiese apuntado hace años” añadió Marga mientras se pasaba la lengua por los labios con un gesto que la convertía en la más guarra de las dos.


-“Ufff, joderrrr, chicas, no puedo ni sostenerme, mirar como me tiemblan las piernas. Lo último que me apetece ahora es abandonar esta mansión, ¿no podríamos...?” Y en ese momento sonó mi móvil, y advertí que era el primero que oía ese día. Raro en estos tiempos y más estando acompañado por dos bellezas.


-“¿Sí?.....Perdona David, lo siento. Estoy en un gran apuro y he olvidado llamarte”, un alumno dije tapando el teléfono. Ellas se reían pero yo no veía la gracia. No podía casi articular palabra y tenía que dar la cara ante la clientela. “No llevo reloj, ¿qué hora dices que es?.....¿ya?....no puede ser....¿las cinco?...ya, ya sé que era la hora a la que tenía que empezar la clase pero.....lo entiendo.....ya....salir antes del trabajo para nada...” Me estaba empezando a cansar pero el negocio hay que cuidarlo. “¿Si te ofrezco la próxima clase gratis compensaré la faena que acabo de hacerte?” Sí, ya sé,......, que no es cuestión de dinero sino de tiempo pero....no veo otra manera de quedar bien contigo....te repito que tengo un problema...digamos familiar y me encuentro fuera de Madrid....sí pero aunque quisiera no iba a poder llegar y a las seis menos cuarto tengo otra clase. Voy a ver si puedo desplazar las clases de esta tarde y te reservo la siguiente...¿te parece?...sí, claro, yo te llamo con lo que sea....muchas gracias David y perdona de nuevo pero estas cosas ocurren....nos vemos...sí, sí,... hasta ahora”.


-“Joder, que débil soy, he perdido la noción del tiempo por vuestra culpa y encima con el más plasta de todos mis alumnos, el que pide permiso en la oficina para sacarse el carnet y le dejan porque a la empresa le interesa que lo tenga. Ya le tengo dándome la porra hasta que se examine, no os imagináis como es el chaval.”


Como suele pasar en muchas ocasiones, una llamada de móvil aterriza a los que están en las nubes. Putos aparatitos, tan necesarios y tan fastidiosos a la vez. Y ellas allí, vistiéndose tan tranquilas, con las tareas hechas y dispuestas a lo que la tarde propusiera.
Empezó a entrarme el sentimiento de responsabilidad y ya me sentía fuera de lugar. Suele pasarme. Aunque el simple recuerdo visual de lo que allí había pasado me compensaba todo.


-“Siento deciros que nos tenemos que ir o por lo menos yo me tengo que volver inmediatamente a Madrid pero esto no os obliga a vosotras, claro está”, dije esperando que se vinieran conmigo.


Se miraron a la cara con picardía y las únicas respuestas que obtuve fueron dos besos y dos brazos que rodearon los míos. De esta guisa salimos al bar propiamente dicho. A pesar de la hora que era todavía quedaban algunas mesas ocupadas por parejas variopintas y encorbatados jugando a las cartas mientras se fumaban un buen habano.


-“Ignacio, por favor. Debo decirle que tiene usted una casa magnífica. Nunca había tenido una comida como esta y todo estaba..... que le voy a decir, exquisito es poco. Mis amigas han quedado muy satisfechas. Siento que tengamos que irnos pero las obligaciones laborales.... ¿Qué le debo? Porque supongo que los 60 euros de los que habló esta mañana no se referían a todo este servicio especial” dije temiendo encontrarme, aunque no me importaba demasiado, con el atraco del siglo.


-“Mientras esta casa se llame como yo, lo que digo lo mantengo. Lo importante es que hayan quedado con ganas de repetir. Gente como ustedes son bien recibida entre nosotros y ustedes son una alegría para mi vista” dijo refiriéndose a las chicas.


Salió de detrás de la barra, me dio un buen apretón de manos y una tarjeta con varios teléfonos indicándome que a cualquier hora del día o de la noche podía contar con él y después se despidió de Claudia con un par de besos muy intencionados tras lo que se acercó a Marga, a la que me pareció que con el primer beso le susurró algo al oído. Lo que oí nítidamente fue la voz de mi mujer que rozando su cuello deslizó: “Perfecto como siempre, Nacho”.
¿Cómo siempre? ¿Nacho?


Con esas enigmáticas palabras flotando en el aire conduje demasiado rápido de vuelta a Madrid. Las dos chicas se colocaron en el asiento de atrás y en más de una ocasión les oí reír con más complicidad que dos amigas de la infancia hasta que acabaron una sobre el hombro de la otra, adormiladas pero muy acarameladitas. Estaban preciosas y habían sido mías hacía nada. Todo había salido redondo, ni preparado hubiese sido tan perfecto. No sé que iba a pasar a partir de ahora. Si debía incluir a mi mujer entre mis alumnas preferidas o a Claudia en ese triángulo envolvente. Estos devaneos me llevaron a las cercanías de la autoescuela. Antes de llegar, mi mujer me indicó que le dejase en la parada del autobús, desde allí volvería al trabajo, además no quería ver la cara de David y menos oír mis escusas. Me plantó un beso muy húmedo en los labios y se volvió de nuevo hacia Claudia, a la que despidió de la misma forma.


-“Marga, cuando quieras me vuelves a llamar y lo repetimos”.


-“No lo dudes, preciosa, te volveré a llamar”.

Cuando Roberto se recuperó de su gripe, el relato estaba acabado y el día de su cumpleaños se lo dimos envuelto en papel de regalo. Su primera reacción fue vaya par de cabrones, al final sin mí pero cuando me llamó algunos días después sus palabras sólo fueron de felicitación y agradecimiento. Le dije que era a Marga a la que tenía que felicitarla a lo que contestó que ya lo había hecho varias veces mientras leían a dúo Cuatro horas de septiembre.

Espero los comentarios de tod@s y, en particular, si enseñas a conducir en una autoescuela, tenemos mucho de qué hablar.

Un beso muy húmedo a Claudia y otro muy especial a mi mujer, por su especial ayuda, sin ellas este relato no hubiese visto la luz.

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